Por Piero Trepiccione
Dice Giovanni
Sartori, quien fuera uno de los más prominentes teóricos de la democracia
que “hasta ahora se consideraba que en política la solución de los
problemas de la gente había que reclamársela a los políticos (al igual que en medicina
hay que pedírsela a los médicos, y en derecho a los abogados). No obstante, el
gobierno de los sondeos, los referendos y la demagogia del
directismo atribuyen los problemas a los políticos y la solución a la
gente”.
Esta, sin duda, es una frase
que ha quedado para la historia y que debe servirnos de lección en tanto y
cuanto su esquema se ha venido utilizando con fines de argumentación
ideológica en aras de desacreditar el ejercicio de la política en la
construcción de consensos para abordar los grandes males de la sociedad
actual.
El caso venezolano es
extremadamente emblemático para asociarlo a esta concepción. La sistemática
“destrucción sostenida” de las organizacionesintermedias de la sociedad
(partidos, gremios, sindicatos, ongs, entre otras) usando cuestionamientos
hacia la política como responsable directa de la interlocución válida entre
la sociedad y el Estado, dio sus frutos en dos direcciones. La
primera, asociada a la desarticulación del tejido social en el país
que de alguna manera impulsaba la construcción de “pesos y contrapesos” más
allá de las instituciones públicas y garantizaba ciertos equilibrios en la
construcción de consensos. La segunda conjuntada con la promoción de la
“antipolítica” como valor esencial de la sociedad para dejar todo el peso de las
decisiones trascendentales al Estado aún cuando sus instituciones estuvieran
alineadas a un solo Poder creando distorsiones en el funcionamiento
de la democracia.
La fórmula ceresoleana
(Norberto Ceresole) de “caudillo-partido militar-pueblo” obviamente estaba
inscrita en esa dirección. El cuestionamiento constante, sistemático,
estratégico al ejercicio de la política llevó a fusilar ante la opinión pública
la figura del Poder Legislativo (el congreso, los senadores, la
burocracia, la partidocracia) con mensajes despectivos que reforzaron la
separación de la sociedad y del individuo en particular del concepto “polis”
organizativo, articulado, ordenado con fines a la voluntad general.
Las consecuencias de la
aplicación de esta fórmula las estamos viendo en estos tiempos. La agudización
de la dispersión del liderazgo político es cada vez más notoria,
debilitando la construcción de respuestas a la aguda crisis multifactorial que
estamos padeciendo los venezolanos.
Por tanto, ¿podemos concluir
que ha fracasado la política en nuestro país? La respuesta es obvia: es un
contundente sí, pero por ahora. El monstruo de la hiperinflación la
está haciendo reaparecer rápidamente. La sociedad desde lo comunitario,
desde las respuestas al impacto de la crisis económica, la está relanzando.
Los partidos y los líderes deben interpretarlo y reaccionar en
consecuencia. La política es la única vía para resolver el estadio crítico del
caso Venezuela. Lo demás es emular a Don Quijote y a sus molinos.
26-04-18
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