Pedro L. Llera 21 de abril de 2018
¿Sigo
a Jesús por fe o por interés? Esa es la pregunta que
nos lanzaba hace poco el Papa Francisco en una de sus homilías. Y es una gran
pregunta.
¿Por
qué sigo a Jesús? ¿Me da réditos personales o profesionales? ¿Me digo católico
porque queda bien en determinados ámbitos? ¿Es una cuestión de escalar puestos,
trepar, obtener beneficios, aumentar mi prestigio? ¿O el seguimiento de Cristo
me complica la vida y me pone en el camino de la cruz?
Seguir
a Cristo siempre complica la vida. Hay un criterio de discernimiento
infalible para contestar esa pregunta inquietante que nos formula el Santo
Padre: la persecución y la cruz. Si tu vida cristiana transcurre
plácidamente, si tu fe aburguesada te permite vivir satisfecho y todo el mundo
te aplaude y te jalea, malo. El seguimiento de Cristo siempre va acompañado de
persecuciones, de calumnias, de humillaciones, de descalificaciones personales,
de problemas laborales, de soledades, de incomprensiones…
Alguien
podría aducir, no obstante, que también los modernistas son “perseguidos” por
los ortodoxos inmisericordes, por los fariseos legalistas que se apegan a la
norma. Así que no estaría claro quién sigue el camino verdadero y quién no. Y
aquí tenemos otro criterio de discernimiento infalible: ¿Quién sigue la senda
estrecha y quién el camino ancho? ¿A quién aplaude el mundo? ¿Quién predica una
fe al gusto de la mayoría, que todo lo justifica, y quién una fe “antipática”
para la sociedad secularizada?
Unos
justifican las relaciones sexuales fuera del matrimonio, las uniones
homosexuales, la investigación con células embrionarias; incluso pueden llegar
a justificar el aborto. Por supuesto, también comprenden el divorcio (eso ya
está más que asentado). Aprueban que todos puedan comulgar, aunque vivan en
pecado mortal, y aplauden toda innovación litúrgica y todo cambio dogmático, en
nombre de una supuesta evolución de la historia que debe cambiar lo que no
puede ser cambiado.
Otros
se mantienen fieles a la doctrina, a la verdad revelada, al magisterio
auténtico y milenario, al Credo de la Iglesia, a los dogmas, a los Mandamientos
y a los sacramentos; todo tal y como lo expone el Catecismo.
¿Quiénes
resultan más simpáticos? ¿Cuál es el camino más fácil? ¿Qué es más cómodo para
vivir “tranquilo y en paz”? Los falsos profetas son aplaudidos por el mundo.
Los verdaderos profetas acaban apaleados y solos.
“No he
venido a traer paz, sino la espada”, dice el Señor.
El
mundo no quiere ni oír hablar de castidad ni de fidelidad ni de amor; sino de
disfrutar, de bienestar y de lujuria promiscua. Al mundo no le gusta la Verdad
(que niegan), sino las opiniones distintas, los diálogos estériles y las
dialécticas mentirosas que pretenden que, de existir la verdad (que no existe
para ellos), sería una síntesis de opiniones enfrentadas y opuestas. Como si
fuera posible que una opinión y la contraria fueran posibles y verdaderas al
mismo tiempo. Como si pudiera haber acuerdo o término medio entre la verdad y el
error.
Yo
solo quiero seguir al Señor, con el auxilio de su gracia. Quiero cumplir su
Voluntad y que me llene con su gracia y cambie mi corazón. Quiero llevar a mis
profesores a Cristo para que su corazón sea transformado por el Señor y puedan
amar a los alumnos con amor semejante al que Él les tiene a sus niños; para que
puedan ser verdaderamente maestros y verdaderamente santos. Quiero que mi Señor
me cambie el corazón para que pueda amar más. Que me dé un corazón puro. Que
pueda llevar a las familias que vienen al Colegio por obra de la Divina
Providencia al conocimiento y al amor de Cristo, para que esas familias puedan
asemejarse a la familia de Nazaret. ¿Cómo puedo amaros más? ¡Cuánto me gustaría
amaros más! ¡Cómo me gustaría ser santo para amaros más! ¡Cuánto me gustaría
ser más de Cristo y tener un corazón como el suyo para amaros más! ¡Cuánto me
gustaría morir de amor por todos vosotros! ¡Cómo me gustaría contribuir (aunque
sea un poquito) a la salvación de vuestras almas! ¡Ojalá el Señor obrara el mí
el milagro de no ser nada ni querer otra cosa que a Él! No ser nada, no ser
reconocido por nadie; tener la humildad para dejar de ser yo, para dejarme ser
no más que un pobre del Señor capaz de consolar al que sufre, de corregir al
que yerra,de enseñar al que no sabe, de dar buen consejo al que no necesite, de
sufrir con paciencia los defectos del prójimo y de rezar siempre y sin descanso
por los vivos y los difuntos. Pero que te vean solo a Ti, Señor, y no a
mí.
No
quiero querer otra cosa que lo que Tú, mi Señor, quieras para mí. Y ello no por
mérito mío: incluso el querer querer ya es obra de Tu gracia. Que esa gracia me
permita seguirte, Señor, solo por amor a Ti y no por intereses espurios, ni por
vanidades mundanas ni por soberbia impura. Que toda la gloria sea para Ti,
Señor.
Tomado
de: http://www.infocatolica.com/blog/gobiendes.php/1804190909-seguir-a-dios-por-fe-no-por-i#more35764
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