Por Leonardo Carvajal
1.
¿Qué lógica tiene afirmar que el de Maduro es
un gobierno dictatorial y luego anteponer rigurosas y minuciosas exigencias
sobre unas elecciones “libres, transparentes y justas” como requisito sine qua
non para decidirse a participar? Porque, por definición, un gobierno
dictatorial no va a hacer lo que sí haría un gobierno democrático. Por lo
tanto, quien exige lo imposible lo que está haciendo es justificar una decisión
previa de no participar; prohibiéndose el derecho de acabar con esta dictadura
por la vía de los votos.
2.
¿En qué análisis histórico comparativo se
podría basar la extraña creencia de que “dictadura no sale con votos”? En la
historia real de la política más bien es lo contrario: las dictaduras pocas
veces salen mediante la violencia. La investigadora Erika Chenoweth demostró
que, durante todo el siglo XX, los movimientos no violentos en el mundo
lograron salir, en el 61 por ciento de los casos, de dictaduras; mientras que
los movimientos que usaron la violencia en sus luchas contra ellas tan solo
lograron éxito en el 19 por ciento de sus intentos.
Algunos ejemplos de salidas de
dictaduras mediante las votaciones: los chilenos que votaron en el plebiscito
promovido por la dictadura de derecha de Pinochet; los polacos que, frente a
una dictadura marxista de cuarenta años, votaron por los candidatos de Walesa y
ganaron 159 de 160 escaños; los nicaragüenses que votaron por Violeta Chamorro
para salir de los once años de gobierno de Daniel Ortega.
De lo contrario, hay
muchísimos ejemplos. Citaré solo el trágico y actual de Siria. Desde el 2011
varios grupos opositores entraron en guerra contra la cruel tiranía de Bashar
Al Assad. Siete años después, Siria está destruida, han muerto cientos de miles
de personas, han emigrado varios millones de ellas y Al Assad continúa en el
poder.
3.
¿Ir a votar en contra de Nicolás Maduro, en su
sexto año de presidencia, es “legitimar” a Maduro? ¿Por qué? Legitimar a un
gobernante es otorgarle credibilidad y razones morales a su causa. Cuando se
protesta pacíficamente en las calles, cuando se hace campaña electoral contra
un gobernante y se acude a votar para desplazarlo del poder, ¿cómo se puede
pensar que se le está legitimando? ¿De dónde salió tan descabellado sofisma? ¿Y
se podría creer que, generando una abstención significativa, se “deslegitima” a
un gobernante?
En Egipto acaba de ganar la
elección presidencial, por segunda vez, el general Abdulfatah Al Sisi. El
padrón electoral era de 60 millones y solo votaron 23 millones de personas. Se
abstuvo el 62 por ciento. Pero, ¿eso deslegitima a Al Sisi o más bien le
facilita su propósito continuista? Enrique Peña Nieto, Donald Trump, Néstor
Kirchner y José Manuel Santos, para citar cuatro casos entre muchos, 2 ganaron
la presidencia, aunque ninguno de ellos obtuvo más del 25 por ciento de votos a
favor, en relación con el padrón electoral. ¿Y acaso alguien en el mundo
consideró que estaban deslegitimados?
Y cuando la oposición
venezolana, equivocadamente, se abstuvo en las elecciones parlamentarias del
2005, los diputados chavistas obtuvieron alrededor de un veinte por ciento de
votos con respecto al padrón electoral y, sin embargo, no quedaron
“deslegitimados” ante el mundo para dictar todas las leyes que les convinieron.
Nicolás Maduro obtendrá, muy probablemente, una votación que fluctuará entre
cuatro y cinco millones, de un total de 20,5 millones inscritos en nuestro REP.
Obtendrá, pues, en promedio, probablemente, un 22 por ciento del padrón
electoral. ¿Eso lo deslegitimaría? No. En cambio, lo deslegitimaría, lo
pulverizaría, lo liquidaría políticamente, si él obtiene esos cuatro millones y
otro candidato de la alternativa democrática obtiene, por ejemplo, ocho millones
de votos.
La política es como el juego
del ajedrez. No se puede pensar solo en la próxima jugada y, además, mover las
piezas cargados de rabia. Hay que calcular racionalmente las siguientes
jugadas. Creo que los que predican la abstención están obligados, si no quieren
actuar como irresponsables y simplistas, a explicarle al pueblo cuál es su
estrategia diferente a la del camino electoral.
4.
¿Acaso la estrategia de esos predicadores del
abstencionismo es no votar pero sí esperar a que Trump mande sus marines a
sacar a Maduro; o es no votar y esperar que los países del Grupo de Lima, a
punta de añadir aislamientos contra Maduro y contra todos nosotros, lo expulsen
del poder; o es no votar y esperar a que un grupo de generales venezolanos
actúen una noche para deponer a Maduro por la fuerza; o es no votar y esperar a
que el pueblo se lance desesperado a la calle y a punta a disturbios
gigantescos lo obligue a irse?
Las tres primeras son vanas e
inconvenientes fantasías. Trump no va a invadir Venezuela. Ni muchísimos
venezolanos aceptaríamos tal barbaridad. Tampoco vendrán soldados peruanos,
colombianos o mexicanos a sacarnos las castañas del fuego. Y la cúpula militar
es muy poco probable que se rebele, sencillamente porque ella es el principal
soporte de este régimen del que obtiene grandes provechos (tiene en su poder,
entre otros muchos beneficios, el cuarenta por ciento de todos los
ministerios).
5.
En cuanto a los cultores de la consigna “Calle,
calle y más calle” como mecanismo para salir de Maduro, no han aclarado
interrogantes básicos al respecto. ¿Cuándo? ¿Desde dónde a dónde? ¿A lo largo
de pocas cuadras en el “encierro” de algunos municipios de algunas ciudades? ¿Y
con qué propósitos? ¿Y haciendo qué en esas pocas calles que se recorran? ¿Y
cuántas veces hacerlo? ¿Y por cuánto tiempo? ¿Y de qué manera resistiendo a la
represión militar, policial y paramilitar del régimen? Etcétera, etcétera.
Yo sostengo que los que
repiten el “Calle, calle y más calle”, cual mantra sagrado, no han sacado las
lecciones adecuadas de las miles de experiencias que hemos tenido a lo largo de
17 años de actividades de protesta en las calles.
Otro argumento adicional para
los que predican que no hay que votar sino tomar la calle es que esa estrategia
no depende de los llamados voluntaristas que hacen, recurrentemente, algunos
actores políticos que no aprenden de las sucesivas experiencias fallidas. Así,
el Frente Amplio Venezuela Libre, luego de llenar el Aula Magna de la UCV (se
llena con 2.200 personas), convocó a realizar asambleas de ciudadanos en todo
el país para el sábado 17 de marzo pasado. Creo que deberían reflexionar por
qué en Caracas solo se dieron cinco magras asambleas, la mayor de las cuales en
la urbanización Montalbán, con asistencia de poco más de 200 personas. Y, aun
así, ¿se seguirá insistiendo en el llamado genérico a “la calle” para pedir,
como decían los carteles en Montalbán: fuera Maduro?
6.
Invito a pensar si una lucha política muy
compleja, como la que hemos venido y seguiremos librando, puede ser orientada
por una lógica de análisis solo muy débilmente política porque la rigen
criterios juridicistas, moralistas y emocionales. Todo lo cual nos ha
encaminado, en muchas oportunidades, a callejones sin salida. El cóctel
juridicista, moralista y emocional tan solo sirve para producir estrategias
inviables signadas por el maximalismo, el inmediatismo y, al final, al
masoquismo.
Invito a quienes dicen que
tienen muchas, muchísimas razones para oponerse a votar por el candidato de la
alternativa democrática, a que ordenen sus razones, de mayor a menor, y las
piensen con calma, una a una, para evaluar con seriedad cuánto pesan de verdad.
Porque sería muy grave confundir frases hechas, o eslogans (al estilo:
dictaduras no salen con votos), o despechos con razones. Nos jugamos demasiado
como para continuar confundiendo emociones con razones.
En dos próximos escritos,
completaré mi análisis crítico de algunas posiciones existentes y fundamentaré
por qué creo que hay que votar por Henri Falcón. Espero así contribuir con un
necesario debate democrático y crítico que algunos se niegan a dar, escudándose
en el insulto fácil frente a los que no comparten su posición.
23-04-18
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