Juan Carlos Rubio V. 24 de abril de 2018
@jrvizca
Lo que
empezó con ímpetu y esperanza resultó ser un gran fraude, esa es la conclusión
inequívoca tras todos los experimentos socialistas que el mundo ha conocido.
Sin
embargo, en el caso latinoamericano, ese
dato evidentemente pasó por un oído y salió por el otro. A partir de 1990, los
izquierdistas de la región, reunidos en el Foro de São Paulo, pensaron
incesantemente en cómo relanzar su ideología fracasada tras el colapso de la
Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. Aunque la verdad es que no
requirieron de mucho, pues por cosas del destino tuvieron un mesías en Hugo
Rafael Chávez Frías, un líder carismático que, a partir de la renta petrolera
venezolana, montó la pantomima de un nuevo socialismo, un socialismo “viable”
o, como todos hoy lo conocemos, el Socialismo del Siglo XXI.
Con la
asunción de Chávez en el poder se inició una ola de gobernantes del mismo
sendero ideológico, resaltando entre ellos Lula da Silva en Brasil, los
Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Pepe
Mujica en Uruguay y el retorno de Daniel Ortega en Nicaragua. En su momento,
todos estos personajes se erigieron denunciando la corrupción del pasado,
enarbolando el populismo y poniendo de centro a la reivindicación social. En
esos tiempos, todos estos líderes tuvieron sus parrandas dadivosas gracias a la
petro-chequera del, hoy fallecido, mesías venezolano.
Ahora
bien, ¿dónde estamos ahora en pleno 2018? ¿Qué ha sido del Socialismo del Siglo
XXI? Chávez falleció y su sucesor, Nicolás Maduro, ha sido quien ha revelado la
verdadera naturaleza mafiosa, totalitaria y vil de la Revolución Bolivariana;
Lula da Silva se mudó a una lujosa celda en la cárcel de Curitiba; Néstor
Kirchner falleció y ahora Cristina será juzgada por corrupción; Evo Morales se
resiste a dejar el poder y está mostrando su rostro dictatorial; Rafael Correa
es hoy un paria entre sus propios conciudadanos y será investigado por
corrupto; Pepe Mujica, siendo el único sabio entre ellos, ha tenido por ahora
la fortuna de desaparecer en el horizonte; y Daniel Ortega está emulando a
Maduro en lo relativo a la represión y homicidio de su propio pueblo.
El
conjunto de estas experiencias no hace otra cosa que reiterar aquello que cayó
en oídos sordos. El Socialismo fue un fraude en el siglo XX cuando cobró
cientos de millones de vidas por sus aberraciones, y, ya en el siglo XXI, no ha
sido más que una caricatura anacrónica y cruel de algo que debió haber quedado
en la centuria anterior. Así es como vemos que nunca hubo diferencia entre
“viejo” y “nuevo” socialismo y que nunca existió tal cosa como el “socialismo
reivindicado”. En lo que a Latinoamérica respecta, sea la Revolución
Bolivariana de Chávez, la Revolución Ciudadana de Correa, la Revolución
Indígena de Morales, o cualquier otra con cualquier nombre, todas sin excepción
son hijas bastardas del mismo fracaso, del mismo error histórico fatal: la
Revolución Cubana, a su vez hija bastarda de la Unión Soviética. Por ello, es
que de haber diferencias entre el Socialismo del Siglo XXI y el
Castro-Comunismo, sería a duras penas de matices o contextos políticos
diferentes, por cuanto el gen totalitario, empobrecedor y aniquilador de la
libertad es el mismo.
En
este orden de ideas, debemos tener claro que el Socialismo en si es lo que ha
sido y sigue siendo una amenaza regional. Desde que sus proponentes abandonaron
a la lucha armada como medio de obtención del poder, esta ideología se ha
tornado mucho más insidiosa, por lo que hoy por hoy cuenta con las más finas
herramientas de manipulación y agitación. En tal sentido, el afán totalitario
de los ideólogos socialistas es uno que nunca descansa, siempre está ahí,
esperando, asechando, en la búsqueda de la conjetura política que le permita la
consecución de sus fines. Una vez dada tal circunstancia, sus emisarios se
venderán a sí mismos como el cambio que el país necesita, la respuesta a las
querencias sociales y, en definitiva, el futuro que erradicará al pasado. Pero
la dura realidad es que estos vengadores, al final del día, representan todo lo
opuesto. Su único cambio es hacia peor. Enquistan y amplifican los vicios
precedentes. Destrozan las instituciones democráticas. Implementan una relación
de subordinación y dependencia entre los ciudadanos y el Estado.
Considerando
la actualidad y las contiendas electorales que se avizoran en la región
iberoamericana, es de suma importancia que el Socialismo del Siglo XXI no haga
un retorno mediante los comicios presidenciales ni en Colombia ni México,
porque la posible asunción en el poder de Gustavo Petro y Andrés Manuel López
Obrador significarían un retroceso catastrófico, una marcha hacia atrás, cuando
estábamos empezado a comprender que el resentimiento social, las prebendas y
las soluciones mágicas no llevan a nada salvo a la ruina. En este punto, desde
el norte hasta el sur de las Américas, los ciudadanos conscientes siempre dirán
“no queremos ser como Venezuela”, mientras que otros tratarán al asunto como si
fuese un cuento de terror que nunca les pudiese ocurrir. Inclusive así, como
venezolano, les digo a los lectores, vengan de donde vengan, el legado del
Socialismo del Siglo XXI es real, se refleja en familias devastadas, vidas
perdidas y en una humillación nacional cuyo olvido es inaceptable.
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