Por Roberto Patiño
Cuando estos sucesos
ocurren —y cada día son más seguidos, como por ejemplo, en La Vega— nos ponemos
inmediatamente en contacto con nuestros líderes que habitan en las zonas en
donde se registran estos enfrentamientos y sus palabras nos empujan a una
realidad mucho más compleja que la descrita por los cronistas de sucesos.
Ellos nos cuentan sobre
vecinos atrapados; nos explican las previsiones que deben tomar en sus hogares,
nos hablan de las víctimas: de dónde eran, a qué se dedican, de dónde las
conocían; la tragedia, para ellos, tiene un rostro propio, cercano, una
tristeza con nombre y apellido.
En nuestras
conversaciones nos dan detalles de la cadena de acción y reacción que se establece
entre las bandas criminales y los cuerpos de seguridad. Nos describen —a veces
solo con el tono de su voz— la indignación que hay ante una violencia absurda y
desmedida que impone toques de queda y que los obliga a adaptarse
constantemente, como si lo normal es tener que vivir bajo amenaza.
¿Esta es la sociedad
que queremos?, ¿tenemos que aceptar esta normalidad de plomo y pólvora?
Por la vía de los
hechos, el Estado venezolano ha renunciado a su deber de garantizar unos
estándares mínimos de convivencia. Esta incapacidad del régimen de garantizar
el monopolio legítimo y constitucional de la fuerza es la consecuencia de años
de malas políticas de seguridad, de planes caracterizados por su escaso arraigo
con las comunidades, por la violencia exagerada sobre la población inocente en
operativos improvisados y por la entrega de concesiones a bandas delictivas; un
inventario de errores que han llevado a que el régimen fracase en su primera
obligación: garantizar el derecho a la paz de los ciudadanos.
La seguridad de los
ciudadanos exige un trabajo coordinado con las comunidades y un ejercicio
racional de la violencia, garantizando siempre y en todo momento el pleno
respeto a los derechos humanos de la población.
Desde Caracas Mi Convive tenemos una amplia experiencia
documentada, que demuestra que las políticas de seguridad, cuando se ejecutan
sin control institucional, generan daños profundos en el tejido social.
No necesitamos
«gatillos alegres» de bandas delictivas ni de funcionarios uniformados,
requerimos políticas públicas que nos devuelvan el derecho de vivir en paz en
nuestro país.
Roberto Patiño es
Ingeniero de Producción-USB. Magíster en Políticas Públicas-Harvard.
Director|de Caracas Mi Convive y Alimenta La
Solidaridad.
08-05-21
https://talcualdigital.com/derecho-a-la-paz-por-roberto-patino/
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