Francisco Fernández-Carvajal 16 de mayo de 2021
@hablarcondios
— El
don de consejo y la virtud de la prudencia.
— El
don de consejo es una gran ayuda para mantener una conciencia recta.
— Los
consejos de la dirección espiritual. Medios que facilitan la actividad de este
don.
I. Son
muchas las ocasiones de desviarnos del camino que conduce a Dios, muchos son
los senderos equivocados que a menudo se presentan. Pero el Señor nos ha
asegurado: Yo te haré saber y te enseñaré el camino que debes seguir;
seré tu consejero y estarán mis ojos sobre ti1.
El Espíritu Santo es nuestro mejor Consejero, el más sabio Maestro, el mejor
Guía. Cuando os entreguen –prometía el Señor a los Apóstoles
refiriéndose a situaciones extremas en las que se encontrarían– no os
preocupéis de cómo o qué hablaréis, porque se os dará en aquella hora lo que
debéis decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro
Padre será el que hable por vosotros2.
Tendrían una especial asistencia del Paráclito, como la han tenido los
cristianos fieles a lo largo de los siglos en circunstancias similares.
La
conducta de tantos mártires cristianos prueba cómo se ha cumplido en la vida de
los fieles aquella promesa que les hizo Jesús. Conmueve el comprobar la
serenidad y la sabiduría de personas a veces de escasa cultura, incluso de
niños, según ha quedado constancia en numerosos documentos. El Espíritu Santo,
que nos asiste aun en las circunstancias de menos relieve, lo hará de una
manera singular cuando debamos confesar nuestra fe en situaciones difíciles.
El
Espíritu Santo, mediante el don de consejo, perfecciona los actos de la virtud
de la prudencia, que se refiere a los medios que se deben emplear en cada
situación. Con mucha frecuencia debemos tomar decisiones; unas veces en asuntos
importantes, otras, en materias de escasa entidad. En todas ellas, de alguna
manera, tenemos comprometida nuestra santidad. Dios concede el don de consejo a
las almas dóciles a la acción del Espíritu Santo, para decidir con rectitud y
rapidez. Es como un instinto divino para acertar en el camino que más conviene
para la gloria de Dios. De la misma manera que la prudencia abarca todo el
campo de nuestro actuar, el Espíritu Santo, por el don de consejo, es Luz y
Principio permanente de nuestras acciones. El Paráclito inspira la elección de
los medios para llevar a cabo la voluntad de Dios en todos nuestros quehaceres.
Nos lleva por los caminos de la caridad, de la paz, de la alegría, del
sacrificio, del cumplimiento del deber, de la fidelidad en lo pequeño. Nos
insinúa el camino en cada circunstancia.
La
vida interior de cada uno es el primer campo donde este don ejerce su acción.
Ahí, en el alma en gracia, actúa el Paráclito de una manera callada, suave y
fuerte a la vez. «Es tan hábil para enseñar este sapientísimo Maestro, que es
lo más admirable ver su modo de enseñar. Todo es dulzura, todo es cariño, todo
bondad, todo prudencia, todo discreción»3.
De estas «enseñanzas» y de esta luz en el alma vienen esos impulsos, las
llamadas a ser mejores, a corresponder más y mejor. De aquí vienen esas
resoluciones firmes, como instintivas, que cambian una vida o son el origen de
una mejora eficaz en las relaciones con Dios, en el trabajo, en el actuar
concreto de cada día.
Para
dejarnos aconsejar y dirigir por el Paráclito debemos desear ser por entero de
Dios, sin poner conscientemente límites a la acción de la gracia; buscar a Dios
por ser Quien es, infinitamente digno de ser amado, sin esperar otras
compensaciones, tanto en los momentos en que todo se presenta más fácil como en
situaciones de aridez. «A Dios hay que buscarle, servirle y amarle
desinteresadamente; ni por ser virtuoso, ni por adquirir la santidad, ni por la
gracia, ni por el Cielo, ni por la dicha de poseerle, sino solo por amarle; y
cuando nos ofrece gracias y dones, decirle que no, que no queremos más que amor
para amarle; y si nos llega a decir pídeme cuanto quieras, nada, nada le
debemos pedir; solo amor y más amor, para amarle y más amarle»4.
Y con el amor a Dios llega todo lo que puede saciar el corazón del hombre.
II. El
don de consejo supone haber puesto los demás medios para actuar con prudencia:
recabar los datos necesarios, prever las posibles consecuencias de nuestras
acciones, echar mano de la experiencia en casos análogos, pedir consejo
oportuno cuando el asunto lo requiera... Es la prudencia natural, que resulta
esclarecida por la gracia. Sobre ella actúa este don; es el que hace más rápida
y segura la elección de los medios, la respuesta oportuna, el camino que
debemos seguir. Existen casos en los que no es posible aplazar la decisión,
porque las circunstancias requieren una respuesta segura e inmediata, como la
que dio el Señor a los fariseos que le preguntaban con mala fe si era lícito o
no pagar el tributo al César. El Señor pidió una moneda con que se pagaba el
tributo, y les preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
Le respondieron: del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios. Al oírlo se quedaron admirados y
dejándole se marcharon5.
El don
de consejo es de gran ayuda para mantener una conciencia recta, sin deformaciones,
pues, si somos dóciles a esas luces y consejos con que el Espíritu Santo
ilumina nuestra conciencia, el alma no se evade ni autojustifica ante las
faltas y los pecados, sino que reacciona con la contrición, con un mayor dolor
por haber ofendido a Dios. Este don ilumina con claridad el alma fiel a Dios
para no aplicar equivocadamente las normas morales, para no dejarse llevar por
los respetos humanos, por criterios del ambiente o de la moda, sino según el
querer de Dios. El Paráclito advierte, por sí o por otros, acerca de la senda
recta y señala los caminos a seguir, quizá distintos de los que sugiere el
«espíritu del mundo». Quien deja de aplicar las normas morales, importantes o
menos importantes, a su conducta concreta es porque prefiere hacer su antojo
antes que cumplir la voluntad de Dios.
Ser
dóciles a las luces y mociones interiores que el Espíritu Santo inspira en
nuestro corazón de ningún modo excluye «el que se consulte a los demás, ni el
que se escuchen humildemente las directrices de la Iglesia. Al contrario, los
santos se han mostrado siempre presurosos a someterse a sus superiores, con el
convencimiento de que la obediencia es el camino real, el más rápido y seguro,
hacia la santidad más alta. El Espíritu Santo inspira Él mismo esta filial
sumisión a los legítimos representantes de la Iglesia de Cristo: Quien
a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha a mí me desecha (Lc 10,
16)»6.
III. Este
don de consejo es particularmente necesario a quienes tienen la misión de
orientar y guiar a otras almas. Santo Tomás enseña que «todo buen consejo
acerca de la salvación de los hombres viene del Espíritu Santo»7.
Los consejos de la dirección espiritual –por los que tantas veces y de modo tan
claro nos habla el Espíritu Santo– debemos recibirlos con la alegría de quien
descubre una vez más el camino, con agradecimiento a Dios y a quien hace sus
veces, y con el propósito eficaz de llevarlos a la práctica. En ocasiones estos
consejos tienen particulares resonancias en el alma de quien las recibe,
promovidas directamente por el Espíritu Santo.
El don
de consejo es necesario para la vida diaria, tanto para los propios asuntos
como para aconsejar a nuestros amigos en su vida espiritual y humana. Este don
corresponde a la bienaventuranza de los misericordiosos8,
pues «hay que ser misericordiosos para saber dar discretamente un consejo
saludable a quienes de él tienen necesidad; un consejo provechoso, que lejos de
desalentarles les anime con fuerza y suavidad al mismo tiempo»9.
Hoy
pedimos al Espíritu Santo que nos conceda ser dóciles a sus inspiraciones, pues
el mayor obstáculo para que el don de consejo arraigue en nuestra alma es el
apegamiento al juicio propio, el no saber ceder, la falta de humildad y la
precipitación en el obrar. Facilitaremos la acción de este don, si nos
acostumbramos a llevar a la oración las decisiones importantes de nuestra vida:
«no tomes una decisión sin detenerte a considerar el asunto delante de Dios»10;
si procuramos despegarnos del propio criterio: «no desaproveches la ocasión de
rendir tu propio juicio», aconseja San Josemaría Escrivá11;
si somos completamente sinceros a la hora de pedir un consejo en la dirección
espiritual, o a la hora de hacer una consulta moral en algún asunto que nos
afecta muy directamente: de ética profesional, o para valorar si Dios pide más
generosidad para formar una familia numerosa... Si somos humildes, si
reconocemos nuestras limitaciones, sentiremos la necesidad, en determinadas
circunstancias, de acudir a un consejero. Entonces no acudiremos a uno
cualquiera, «sino a uno capacitado y animado por nuestros mismos deseos
sinceros de amar a Dios, de seguirle fielmente. No basta solicitar un parecer;
hemos de dirigirnos a quien pueda dárnoslo desinteresado y recto (...). En
nuestra vida encontramos compañeros ponderados, que son objetivos, que no se
apasionan inclinando la balanza hacia el lado que les conviene. De esas
personas, casi instintivamente, nos fiamos; porque, sin presunción y sin ruidos
de alharacas, proceden siempre bien, con rectitud»12.
El que
me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida13.
Si procuramos seguir al Señor cada día de nuestra vida, no nos faltará la luz
del Espíritu Santo en todas las circunstancias. Si tenemos rectitud de
intención, no permitirá Él que caigamos en el error. Nuestra Madre del Buen
Consejo nos conseguirá las gracias necesarias, si acudimos a Ella con la
humildad del que sabe que por sí solo tropezará y tomará frecuentemente sendas
equivocadas.
1 Sal 32,
8. —
2 Mt 10,
19-20. —
3 Francisca
Javiera del Valle, Decenario al Espíritu Santo, Rialp, 4ª
ed., Madrid 1974, p. 96. —
4 ídem, loc.
cit. —
5 Mt 22,
20-22. —
6 M.
M. Philipon, Los dones del Espíritu Santo, Palabra, Madrid
1983, pp. 273-274. —
7 Santo
Tomás, Sobre el Padrenuestro, en Escritos de
Catequesis, Rialp, Madrid 1975, p. 153. —
8 ídem, Suma
Teológica, 2-2, q. 52, a. 4. —
9 R.
Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior,
Palabra, 9ª ed., Madrid 2003, vol. II, p. 637. —
10 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 266. —
11 Ibídem,
n. 177. —
12 ídem, Amigos
de Dios, 86 y 88. —
13 Jn 8,
12.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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