Por Hugo Prieto
Las líneas que siguen
cuentan la historia de un cambio radical. Un cambio de actitud, una nueva
consciencia.
Elva Ramos, de 31 años,
nació en Caja Seca, estado Zulia. Terminó el bachillerato y antes de que
empezara sus estudios universitarios, se embarazó de su primera hija. Eso le
cambió la vida. Dejó a su niña al cuidado de la abuela y se vino a Caracas a
buscar oportunidades de vida. Al día de hoy, puede ver ese cambio en retrospectiva.
En sus palabras no hay recriminaciones, sino la certeza de que ella misma se
había puesto un obstáculo. Al insertarse como madre en Alimenta la Solidaridad,
encontró las herramientas para dar un paso al frente con una actitud distinta.
En Caracas trabajó como
servicio de adentro en una casa de familia. En un ambiente de armonía, que
agradece y valora, pudo restablecer contactos con familiares y amigos que
también habían emigrado desde el Zulia, donde escaseaban las fuentes de empleo.
El propósito de buscarse un mejor futuro fue su motor de búsqueda. “Cuando uno
tiene un hijo, entiende que ya tiene a alguien a quien atender, a quien
alimentar, así que busca otros caminos”.
Actualmente tiene su
pareja, que también es de Caja Seca, pero que conoció en Caracas. Tienen dos
hijos en común y juntos han criado a su primera hija. Una relación que ya dura
12 años.
En el sector La Isla de
La Vega -donde Elva vivía- llegó la noticia, a través de una vecina: “pronto
abrirían un comedor donde le van a dar almuerzo a los niños”. “Le comenté a mi
esposo, si es para dar una ayuda, ¿por qué no? En ese momento, la situación no
era tan mala -no habíamos llegado a la emergencia humanitaria compleja-”. Elva
inscribió a sus tres hijos en el comedor. “Día a día colaboraba, me involucré
cada vez más hasta que pasé a ser una madre comprometida”.
¿Cómo es tu rutina
diaria?
Me despertaba, les
hacía el desayuno a los niños, dejaba todo listo y me iba al comedor. A los
siete meses se planteó la posibilidad de abrir otro comedor en el sector al que
yo me mudé. ¡Guao, era todo un cambio! Por un lado, se facilitaban algunas
cosas, podía estar más tiempo con mis hijos. Pero, por otro lado, aceptar la
responsabilidad representaba un reto. Ya no sería madre comprometida sino madre
líder en una comunidad, donde si bien yo vivía, no tenía trato con casi nadie,
porque pasaba el día a día en el comedor del sector La Isla. Iba a trabajar con
otra madre a la que prácticamente no conocía, pero las cosas fueron fluyendo.
Hubo conexión inmediata y desde el primer momento éramos muy comunicativas.
Ella me preguntaba, yo le preguntaba. Creo que eso nos llevó a sacar el
comedor.
¿Qué dificultades
encontraron en el camino?
Unos vecinos nos
cedieron un espacio, creo que nos apresuramos en tomar la decisión, porque hubo
roces entre nosotras y los dueños de la casa. Ellos querían hacer las cosas
distintas, pero ya el comedor venía con unas normas. Nos mudamos a un lugar
transitorio y luego, en enero, a una casa de las que da el Gobierno, pero los
colectivos nos empezaron a hacer seguimiento. Un día en que llegó la comida nos
sacaron fotos, videos. Sentimos miedo. Y mi compañera me dice: “No vamos a
cocinar. ¿Qué mal estamos haciendo? ¡Claro que vamos a cocinar!” Decidimos
sacar la comida de esa casa del Gobierno para no causarle problemas a la señora
y mudamos el comedor a la casa de mi compañera. Ése es un barrio… chavista,
pero igual nosotras no paramos. “No le vamos a vender el gas”. Pero nosotras
éramos como más astutas. ¿Cómo que no nos lo van a vender? Vamos a meternos por
otro lado, vamos a ver cómo hacemos. “No, que si llegaba la cisterna, no nos
iban a llenar”, pero nosotros, igualito, buscábamos la manera. Ya, hoy en
día, es “mira, ¿cuántas bombonas necesitan para el comedor?” Porque ya logramos
hacerle entender a la gente que nosotros no estamos politizando un beneficio
que es para los niños de la comunidad.
¿Cuántos almuerzos
sirven ustedes en el comedor?
Nosotras (a diario)
cocinamos para 80 niños.
¿Cómo es el menú?
Son muy variados. Un
día les damos sopa con costilla, otro día les damos carne molida, arroz,
ensalada y queso. Otro día, papa con huevo, ensalada y queso. Todas las comidas
llevan ensalada. Se les da un día de granos -frijol, caraota, arveja-, que lo
hacemos tipo minestrón. A las madres les pedimos una colaboración mensual, un
kilo de arroz para complementar algunas comidas. Un día les damos una bebida
alimenticia.
¿Cómo es la relación
con los líderes de la comunidad? ¿Con los sectores del chavismo?
Hoy por hoy, ellos nos
han dado nuestro espacio. Ellos en lo suyo y nosotros en lo nuestro. Ellos han
entendido que nosotros les estamos dando un beneficio a los niños de la
comunidad. En el comedor, llegamos a tener niños de personas que trabajan en el
Clap. Nosotros no le preguntamos a nadie su filiación política. Ellas mismas se
quedan sorprendidas. “¡Guao, esto es otra cosa! Yo me imaginaba que, al llegar
aquí, se hablaba de política”. Nosotros logramos crear un espacio, como quien
dice, para que las madres vayan y se olviden de lo que está pasando allá afuera
-la escasez de gas, la falta de agua y de alimentos- y frente a los problemas,
unas madres les dan aliento a otras. Sí, nos han dicho “esto es algo diferente
a lo que se pintaba”.
¿Cómo ha cambiado su
vida después de convertirse en una madre líder?
Para mí fue un giro de
180 grados. Alimenta la Solidaridad, transformó mi vida, la mía y la de mi
familia. Yo era una madre ama de casa, pendiente de mis hijos, de mi hogar. Eso
era todo. Una vez que entré a Alimenta, puertas tras puertas se me fueron
abriendo. Alimenta me dio la oportunidad de pasar de madre colaboradora a ser
una madre líder. Fueron llegando oportunidades. Hoy por hoy, soy una madre del
programa de liderazgo femenino. Yo creo que para las mujeres ha sido un cambio
para nuestras vidas. Tuve la oportunidad de hablar en la Asamblea Nacional,
algo que en mi vida llegué a imaginar. Fue un reto. Ni siquiera pensé en “no
puedo”. Si pensaron en mí, como quien dice, yo tengo que echarle pichón.
¿Podría decirme tres o
cuatro ideas que formaron parte de su discurso?
Básicamente era el
problema de la escolarización en ese momento, la falta de recursos para que las
madres pudieran llevar a sus hijos a las escuelas. Muchas de ellas no tenían
dinero ni para comprar un lápiz. Pude hablar de una madre a la que se le hacía
más fácil ir a Colombia para comprar los útiles escolares, yendo allá le salía
más económico. Me imagino que de lo que compraba vendía algunas cosas para
costearse el viaje.
¿En qué consiste ser
madre del liderazgo femenino?
Somos madres formadas
en diferentes temas, uno de ellos es la violencia de género. Otro es el
autocuidado.
¿Autocuidado?
Muchas nos vinculamos a
problemas ajenos. A veces, nos lo tomamos muy a pecho. Entonces, en vez de
ayudar a las personas, nos estamos causando un daño a nosotras mismas. Esto se
basa en conocer nuestros límites. Yo te puedo ayudar hasta donde yo pueda. Yo
no te puedo ayudar con lo que yo no tenga. No podemos ir más allá de lo que no
podemos dar. Para nuestro trabajo el autocuidado es muy importante. Cuidarnos a
nosotros mismos para poder ayudar a las demás personas.
¿Quién la cuida a
usted?
Yo misma tengo que
cuidarme. Muchas veces nos ahogamos en un problema y yo soy de las que digo:
quejarnos del problema no lo soluciona. Pensar en el problema tampoco lo
soluciona. Lo mejor que yo puedo hacer es buscar una solución u olvidarme de
eso. Si no llega el agua, “no tengo agua, no tengo agua”. Ajá, ¿va a llegar el
agua quejándome? No. Mira, si no tengo agua, la tengo que buscar.
¿Qué puede decir de la
violencia de género?
Género es hombre o
mujer. Existen muchos tipos de violencia: psicológica, verbal, física. Muchas
veces hay mujeres que son violentadas y ni siquiera lo saben. Cuando una madre
asiste a un taller de violencia de género y escucha, reflexiona “oye, pero mi
esposo se la pasa gritándome, se la pasa insultándome”. Ahí se da cuenta de que
es violentada. Muchas veces se cree que la violencia es solamente física, pero
la violencia va más allá de los golpes y a veces la violencia psicológica hace
más daño que la violencia física, porque te reprime, te hace pensar que no
sirves para nada, que tú no puedes. Nos impide hacer muchas cosas.
Eso se llama
minusvalía.
Exactamente.
Vivimos en una cultura
machista y patriarcal. Los romanos decían: “Puedes cambiar las leyes, pero las
costumbres… eso es mucho más difícil de cambiar”. ¿Cómo funcionan los
mecanismos de solidaridad y afectivos? ¿Se puede cambiar la cultura machista?
Sí, es difícil. Pero
hay cosas que pasan por desconocimiento. En un taller nos podemos hacer
preguntas. ¿Lo que me sucede es esto? Ahí también se dan herramientas. “Ya sé
lo que tengo que hacer”. El acompañamiento es muy importante en estos casos. Ve
a la defensoría de la mujer, a la Fiscalía, pon la denuncia. Pero a veces la
mujer no tiene un familiar, un vecino, que la acompañe en el proceso y piensa
“estoy sola en esto”. Muchas madres ya están prevenidas. “Cuando este tipo
venga a querer ponerme la mano encima…”
¿Cuál ha sido la
respuesta de las autoridades?
Hay mujeres que ponen
la denuncia y al día siguiente la retiran. Entonces, no siempre las autoridades
dan respuestas. Lo importante es que la mujer tome conciencia, que insista ante
diversas instancias y si tiene que alejarse de su pareja, que lo haga. Creo que
es notoria la falta de respuesta de las autoridades. Si es el caso, busca apoyo
en un familiar, apoyo en los vecinos. Tenemos que hacerles ver a nuestras
parejas: “Yo también puedo salir a trabajar, yo también puedo ser un apoyo para
ti en el hogar”. Hacerles ver eso. De repente, mi esposo decía: “Tú todo el día
metida en ese comedor… todo el día”. Yo dejaba de ir dos días, pero al tercero,
voy para allá, hasta que le hice entender que ése era un espacio que yo
necesitaba para mí. Hoy por hoy, él lo entiende. A veces me dice: “¿No tienes
una reunión hoy?” “No, no tengo reunión”. Hacerles ver, mira, empecé por esto y
ahora mira donde estoy. Entonces, yo creo que sí se puede llegar a un
equilibrio.
¿Cómo se crea la
solidaridad en el barrio? ¿Cómo se estimula la comunicación? ¿Cómo se llega a
la reflexión?
Hoy en día eso se ha
perdido bastante. “Oye, voy a ayudar a mi vecino”. Pero creo que hemos logrado
hacerle entender a la gente que eso es necesario en nuestras vidas. El vecino
que tiene el punto de agua se lo presta a otro para que pueda llenar. Mira, mi
vecina no tiene tanque, yo le facilito dos tobitos, por lo menos. En el
comedor, a veces queda comida. “Oye, fulanita, tráete una taza”. Al señor de la
cisterna: “¿Quiere sopa?” “Ah, bueno, si me dan”. Es hacerle ver a la gente que
más allá de lo que queramos, seguimos siendo venezolanos. Yo creo que si nos
preocupamos los unos por los otros, podemos salir adelante.
¿Cómo ha cambiado tu
comunidad?
Más allá de las
visiones que cada uno tenga, tenemos que ver el bien común. De eso se trata. En
este caso, el bien común es la niñez del barrio y también las personas de la
tercera edad, a quienes -no a todos- le damos ese beneficio. Yo también trabajo
con la Iglesia Católica, y a través de la iglesia también tenemos acceso a
otras organizaciones que prestan ayuda humanitaria. No se trata de ayudar al
que me cae bien o al vecino de al lado. Muchas veces le llegamos al que menos
piensa que le vamos a llegar.
¿Qué reflexión harías
luego de los cambios que has experimentado?
Yo siempre le digo a
las madres que no podemos caer en el conformismo.
¿Quién tiene que hacer
los cambios?
Siempre lo he dicho, el
cambio empieza por nosotros mismos. Cuando cambiamos nuestra manera de ser,
nuestra manera de pensar, cuando nos preocupamos por el vecino, ahí se va
generando el cambio y de poquito en poquito vamos creando el cambio.
¿Un cambio para qué?
Nosotros tenemos que
ver por nuestros hijos. Mis hijos no tienen ni la cuarta parte de la niñez que
yo tuve. Yo no recuerdo haber cargado agua para mi casa. O que haya pensado,
“mira, mi mamá no tiene para el arroz”. Yo no viví eso. No está en mis
recuerdos. Yo creo que tenemos que pensar en nuestros hijos. De repente no
podemos darles una alimentación completa o no podemos enviarlos a la escuela,
porque no tenemos, como le dije, dinero para comprar un lápiz.
¿Usted cree que ha
cambiado?
Totalmente. En todos
los sentidos, como madre, como esposa. Todo lo que he aprendido o hemos
aprendido, todas esas herramientas, nos han llevado a buscar soluciones
diferentes a las que alguna vez pensamos. A veces, hay madres que vienen a
reclamar en el comedor. “Ya va. Primero me le bajas el tonito. Segundo, te
calmas. Tercero, me hablas con respeto”. Luego uno escucha. Ahora hemos ganado
confianza y ésa es la base fundamental para que sigamos en el día a día.
06-06-21
https://prodavinci.com/elva-ramos-el-cambio-empieza-por-uno-mismo/
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