EDILIO PEÑA martes 8 de enero de 2013
Cuando por una azarosa circunstancia,
el poder del Gobierno de un país está a punto de perderse, comienzan a
aparecer dentro de éste los bandos que terminarán por derrumbarlo. Entre las
sombras de la conspiración, los bandos en disputa mueven sus piezas para
apuntalar sus intereses respectivos; al principio, en una tensa y suspicaz
discreción que ahoga los gritos de los celos y la envidia. Estas acciones son
ocultadas por un tiempo para que los enemigos externos tengan la idea de que el
poder del Gobierno es un cuerpo sólido e impenetrable. Sin embargo, una
prebenda, un beneficio excesivo, un nombramiento inconsulto otorgado por
la máxima figura que ostenta el poder a un inesperado elegido, puede producir
una fisura mayor no solo entre los bandos en pugna, sino también en la mente y
el espíritu de sus protagonistas. Es entonces, cuando la paranoia se instala en
sus maquinaciones y desata la pesadilla. Porque, aun ignorándolo, en el ajedrez
de la política se encuentra Maquiavelo, y en la conducción de sus intrincadas
emociones, William Shakespeare.
Pero cuando el centro del poder de un gobierno ha sido secuestrado en su dinámica por el gobierno de otro país, con el beneplácito de su propio gobernante, es éste entonces quien finalmente termina tomando las decisiones de ese Estado a la deriva, y son el estadista extranjero y la cúpula política del país ajeno, los que a su vez, promueven la lucha entre los bandos del país prisionero para, con ello, ganar terreno en su calculado y expansivo objetivo. En ninguna obra teatral de Shakespeare, en donde se aborda el tema del Estado y el Poder, ni en la historia del Estado mismo, más allá de los umbrales de la ficción, a menos que privilegiemos la influencia del coloniaje, pareciera haber ocurrido este fenómeno que rebasa el asombro, al considerar el secuestro de un Estado a manos de otro bajo la complicidad de su gobierno, la pusilanimidad de sus Fuerzas Armadas y la indiferencia e impotencia de los ciudadanos de ese país, cautivo y rehén. La trama de esta historia singular se desató en Venezuela mucho antes de que el Presidente fuera víctima de una enfermedad terminal, prefiriendo los cuidados médicos en esa isla que se hunde en el mar y no aquellos que le garantizaba su propia nación. Aunque la absurda decisión formaba parte de un oscuro plan de invasión y despojo, se aprovechó de las pulsiones conductuales y psicológicas que anidan en el Presidente.
El presidente de Venezuela ha actuado con una ausencia paterna muy marcada, tanto es así que adoptó a Simón Bolívar como padre todopoderoso de sí, pero el mito destronado por la oscura rivalidad edípica, no le ha sido suficiente para llenar el vacío de la paternidad perdida, aún existiendo su padre consanguíneo, pero como la sombra muerta del padre de Hamlet, éste apenas lo ha rozado. Fue entonces cuando la figura de Fidel Castro comenzó a ocupar esa carencia que el hijo pródigo ha retribuido con la riqueza petrolera del país. A partir de ese momento, tuvo un padre a quien hablar, mirar, tocar y hasta lanzarle besos cuando éste levantaba vuelo y cruzaba los cielos como un dios del Olimpo. En el mismo padecimiento del cuerpo del hijo, la figura patriarcal de Fidel Castro estaría allí para acompañarlo en la tortuosa épica.
Cuando el Presidente lanzó su último aliento político, nombrando al vicepresidente de la República su sucesor ante la factible ausencia absoluta en la conducción del Estado, lo hizo bajo la conseja de Castro, mientras el presidente de la Asamblea Nacional fue relegado en su ambición, a pesar de ser fruto dilecto de aquel árbol de las tres raíces que prefiguró la llamada revolución bolivariana. A partir de esa decisión, al presidente de la Asamblea Nacional le fue torcido su destino por el infortunio fraguado en el palacio de la revolución de La Habana, porque ni siquiera fue el hermano o la hija predilecta del Presidente quien lo relevaría en la sucesión política y estatal, tampoco su ascendencia en el partido de gobierno y en las Fuerzas Armadas no parecen ser suficientes para impedir la estrategia extranjera, porque en todo este tiempo de color rojo que comienza a ponerse negro como la cueva de los lobos, el verdadero dictador de Cuba, Fidel Castro, ha allanado con su poderoso servicio de inteligencia todos los flancos de resistencia del Estado venezolano.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/130108/el-usurpador
Pero cuando el centro del poder de un gobierno ha sido secuestrado en su dinámica por el gobierno de otro país, con el beneplácito de su propio gobernante, es éste entonces quien finalmente termina tomando las decisiones de ese Estado a la deriva, y son el estadista extranjero y la cúpula política del país ajeno, los que a su vez, promueven la lucha entre los bandos del país prisionero para, con ello, ganar terreno en su calculado y expansivo objetivo. En ninguna obra teatral de Shakespeare, en donde se aborda el tema del Estado y el Poder, ni en la historia del Estado mismo, más allá de los umbrales de la ficción, a menos que privilegiemos la influencia del coloniaje, pareciera haber ocurrido este fenómeno que rebasa el asombro, al considerar el secuestro de un Estado a manos de otro bajo la complicidad de su gobierno, la pusilanimidad de sus Fuerzas Armadas y la indiferencia e impotencia de los ciudadanos de ese país, cautivo y rehén. La trama de esta historia singular se desató en Venezuela mucho antes de que el Presidente fuera víctima de una enfermedad terminal, prefiriendo los cuidados médicos en esa isla que se hunde en el mar y no aquellos que le garantizaba su propia nación. Aunque la absurda decisión formaba parte de un oscuro plan de invasión y despojo, se aprovechó de las pulsiones conductuales y psicológicas que anidan en el Presidente.
El presidente de Venezuela ha actuado con una ausencia paterna muy marcada, tanto es así que adoptó a Simón Bolívar como padre todopoderoso de sí, pero el mito destronado por la oscura rivalidad edípica, no le ha sido suficiente para llenar el vacío de la paternidad perdida, aún existiendo su padre consanguíneo, pero como la sombra muerta del padre de Hamlet, éste apenas lo ha rozado. Fue entonces cuando la figura de Fidel Castro comenzó a ocupar esa carencia que el hijo pródigo ha retribuido con la riqueza petrolera del país. A partir de ese momento, tuvo un padre a quien hablar, mirar, tocar y hasta lanzarle besos cuando éste levantaba vuelo y cruzaba los cielos como un dios del Olimpo. En el mismo padecimiento del cuerpo del hijo, la figura patriarcal de Fidel Castro estaría allí para acompañarlo en la tortuosa épica.
Cuando el Presidente lanzó su último aliento político, nombrando al vicepresidente de la República su sucesor ante la factible ausencia absoluta en la conducción del Estado, lo hizo bajo la conseja de Castro, mientras el presidente de la Asamblea Nacional fue relegado en su ambición, a pesar de ser fruto dilecto de aquel árbol de las tres raíces que prefiguró la llamada revolución bolivariana. A partir de esa decisión, al presidente de la Asamblea Nacional le fue torcido su destino por el infortunio fraguado en el palacio de la revolución de La Habana, porque ni siquiera fue el hermano o la hija predilecta del Presidente quien lo relevaría en la sucesión política y estatal, tampoco su ascendencia en el partido de gobierno y en las Fuerzas Armadas no parecen ser suficientes para impedir la estrategia extranjera, porque en todo este tiempo de color rojo que comienza a ponerse negro como la cueva de los lobos, el verdadero dictador de Cuba, Fidel Castro, ha allanado con su poderoso servicio de inteligencia todos los flancos de resistencia del Estado venezolano.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/130108/el-usurpador
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico