Fernando Mires 04 de agosto
de 2013
Muchos, quizás demasiados son los
textos que ilustran acerca del populismo. No obstante la mayoría solo se refiere
al fenómeno de ascenso y auge. No conozco estudios relativos al momento del
descenso populista, situación extraña pues desde el punto de vista político el
declive de una forma de dominación, en este caso la populista, es por lo menos
tan relevante como su ascenso.
Lo dicho adquiere importancia si
tomamos en cuenta que en América Latina estamos presenciando el ocaso de un
sistema populista de dominación, me refiero al chavismo venezolano, el que sin
duda será puesto al lado del peronismo como uno de los modelos populistas más
paradigmáticos habidos en el continente.
El chavismo como "modelo de
populismo" ya es, por lo demás, objeto de estudio y análisis en diversos
institutos de Ciencias Políticas. Sobre ese tema han sido escritos ensayos,
ponencias, y -he podido comprobar- doctorados.
Si el chavismo vino para quedarse,
como dicen sus apologistas, no fue para hacerlo en el poder sino en los léxicos
de politología. Ahí será analizado como un modelo más en una extensa galería en
donde figuran, amén del peronismo, otros tipos de dominación como el cesarismo,
el bonapartismo, el nasserismo, el fascismo, y muchos más.
No será por supuesto en estas líneas
donde se analizará el fenómeno de descenso del populismo. Sólo será destacada
una sus características y es la siguiente: cuando el populismo entra a su fase
de declive asoman con nitidez rasgos delictivos los que siendo consustanciales
al fenómeno, se convierten en dominantes. O dicho en tesis: El gangsterismo
político es signo de que el populismo ha entrado a su fase terminal la que,
como ocurre con algunas enfermedades agónicas, también podría ser duradera.
Nótese que hablamos de gangsterismo
político y no de gangsterismo a secas. A diferencias del segundo que es una
actividad delictiva y organizada destinada a apropiarse de bienes y dinero por
medios coercitivos, el gangsterismo político tiene como objetivo el -valga la
redundancia- "apoderamiento del poder" por parte de diferentes bandas
(gangs), aunque también mediante la recurrencia a medios ilícitos. Es precisamente
lo que estamos observando en la Venezuela de Nicolás Maduro, lugar en donde los
desacatos a la Constitución de parte del gobierno ya no son la excepción sino
la regla.
Ya no es un misterio: Cuando el
gobierno venezolano intenta conseguir un objetivo, viola la Constitución sin
ningún reparo. Controlado a su antojo el poder judicial y el parlamentario, la
ley juega un rol secundario. En ese sentido el gobierno de Maduro no se
diferencia de ninguna dictadura.
El allanamiento anti-constitucional de
la inmunidad parlamentaria al diputado Richard Mardo es solo un pequeño eslabón
en una larga cadena de violaciones a la Constitución. Como escribió Teodoro
Petkoff, Venezuela vive un abierto proceso de des-constitucionalización.
¿Dónde está la novedad? -dirán
algunos- ¿No violan la constitución otros gobiernos? Por supuesto, muchos lo
hacen. También en Europa. Los casos de enriquecimiento ilícito, malversaciones
y estafas llevados a cabo por políticos en España, Grecia e Italia, llenan
páginas de periódicos. Berlusconi, sólo para poner un ejemplo, podría dar
clases en materia de corrupción y otras actividades ilícitas que lo han llevado
a la fama. Luego, la diferencia con el gobierno de Venezuela es otra.
Mientras en los casos mencionados los
políticos violan a la Constitución para obtener algún provecho extra-político,
el gobierno de Venezuela lo hace con el objetivo explícito de destruir a la
oposición. O dicho de otro modo: el gangsterismo de los políticos europeos
persigue objetivos no políticos. El del gobierno venezolano -independientemente
a que también ha llevado al enriquecimiento ilícito de muchos de sus
personeros- persigue objetivos predominantemente políticos.
Como se puede advertir, quien escribe
estas líneas está lejos de idealizar a la política. Pero eso no significa
condenarla. La política es actividad humana y por lo mismo radicalmente
imperfecta y en no pocos casos, gangsteril. No solo en Venezuela, en cualquier
lugar del mundo, fracciones políticas (gangs) usan procedimientos delincuenciales,
y si se trata de derribar a un adversario recurren a medios reñidos con la
legalidad. Baste pensar acerca del éxito que obtuvo en toda Europa la muy
política teleserie danesa titulada "Borgen". Ese formidable filme
reveló, mejor que cualquier libro, como incluso en la super civilizada
Dinamarca, la política suele oler a podrido.
La política es lucha por el poder y,
como ocurre en el fútbol, sin un árbitro situado por sobre el juego, ésta
volvería a su condición originaria, que no es otra sino la guerra, cuya fase
inferior es la guerra de todos contra todos. Pues bien: En Venezuela ya no hay
ningún árbitro por sobre la política. Esa es la diferencia.
Todos los medios de lucha están en
Venezuela permitidos para el gobierno, y ninguno para la oposición. Eso quiere
decir que bajo Maduro la política ha vuelto a su condición primaria: a la del
imperio de la fuerza bruta. Y no lo digo solamente por la emboscada hecha a los
diputados de la oposición en el parlamento, cuando fueron salvajemente
golpeados por matones del oficialismo, ante la risa siniestra del jefe:
Diosdado Cabello. Las fotos han dado la vuelta al mundo. Pero esa, en toda su
brutalidad, no fue más que leve muestra del gangsterismo político imperante, o
si se prefiere, una de sus tantas consecuencias.
¿Dónde está la novedad? -volverá a
preguntar algún lector. ¿No fue ese el estilo de gobierno que impuso el
anterior presidente del cual Maduro no es más que un simple seguidor?
Hay una diferencia; y es muy
decisiva.
La delictividad del occiso, aunque
existía, no era método principal de gobierno. Por supuesto, también en su largo
periodo fue violada la Constitución, pero -es lo que no ocurre con Maduro-
todas las violaciones estaban subsumidas a un indiscutible principio, a uno del
que Maduro carece. Es el principio de la legitimidad. O mejor dicho: el
gobierno anterior a Maduro si no procedía de acuerdo a la legalidad, sí lo
hacía de acuerdo a una legitimidad asegurada por una mayoría electoral que
pocos ponían en discusión. He de explicarlo.
Fue el jurista alemán Carl Schmitt
quien reivindicando a Hobbes subrayó la tesis de que no es la legitimidad la
que procede de la legalidad sino la legalidad de la legitimidad. De ahí que, a
diferencias del derecho público, regido por el principio de la legalidad, el
derecho político es, según Schmitt, regido por el de la legitimidad. Luego, de
acuerdo a Schmitt, hay gobiernos legales sin legitimidad y hay gobiernos
legítimos sin legalidad.
Ahora, siguiendo la tesis de uno de
los teóricos simpatizantes del chavismo, el post-peronista y también
"schmittiano" Ernesto Laclau, la razón del populismo -elevada por
Laclau a razón de la política- al devenir de una articulación de demandas
disímiles en torno a una entidad simbólica (Mussolini, Perón, Chávez) se rige
por el principio de legitimidad y no por el de legalidad. Se trata, siguiendo a
Schmitt y Laclau, de una legitimidad otorgada por las grandes masas y no por
los textos constitucionales.
En ese sentido Chávez era fiel a su
legitimidad, pues la legitimidad chavista precedía y a la vez estaba "por
sobre" cualquier principio constitucional. Motivo que explica por qué
Chávez era un gobernante esencialmente plebiscitario.
Chávez necesitaba, en efecto, renovar
cada cierto tiempo el contrato legitimatorio establecido con "su"
pueblo, algo que jamás entendió Fidel Castro, según palabras de Mario Silva.
Ahora bien, de acuerdo a Schmitt -enemigo a muerte del parlamentarismo- la
legitimidad política al poner al líder en directo contacto con su pueblo, será
siempre plebiscitaria. De ahí que las violaciones a la Constitución realizadas
por Chávez eran ilegales, pero a la vez, desde el punto de vista de la razón
populista, eran legítimas.
Dichas violaciones estaban avaladas
por una gran mayoría dispuesta a conceder todo el poder a una persona,
comprobándose una vez más el díctum de que no puede haber populismo sin líder
populista.
El chavismo "era" Chávez,
escribió Teodoro Petkoff. Con ello quería decir, el chavismo "no es"
Maduro. En términos más sofisticados eso significa que sin una gran mayoría
electoral o plebiscitaria no rige ningún principio de legitimidad.
Maduro es un presidente que no cuenta
con una mayoría electoral aplastante. Más todavía, si aceptamos los resultados
publicados por institutos de investigación política, ya se encuentra en abierta
minoría. Si hubiera mañana elecciones entre Maduro y Capriles -concuerdan
todos- ganaría Capriles con amplísima mayoría. Luego, Maduro, no puede, aunque
lo quiera, ser un presidente populista. Para eso le falta mayoría; le falta
popularidad; le falta populismo; y por si fuera poco, le falta eso que no se
compra en las farmacias: le falta clase.
Con Maduro -es lo importante- ha
terminado, y me atrevo a decir, para siempre, no el chavismo como ideología,
pero sí el chavismo como fenómeno populista. El mismo Maduro ha
enterrado al populismo. Por lo mismo Maduro no puede recabar para sí el
principio de legitimidad que monopolizaba Chávez. Esa es también la razón por
la cual sus reiteradas violaciones constitucionales al no estar avaladas por
ningún principio legitimatorio, por ninguna mayoría aplastante, ni siquiera por
masas enfervorizadas, aparecen hoy como lo que son: simples hechos ilegales,
actos delictivos cometidos por las "gangs" políticas que lo secundan.
El populismo venezolano ya ha entrado
-como ocurrió con el peronismo en los aciagos días de Isabel Perón y su
ministro López Rega, o como ocurrió en los últimos días políticos de Fujimori y
su ministro Montesinos- a su fase delictiva de vida. El gangsterismo,
se comprueba una vez más, es la última fase del populismo.
Para ser más claro: la ilegitimidad
populista de Maduro no proviene sólo del hecho de que desde su origen su
administración ha estado marcada por el signo de la ilegitimidad. Por cierto,
fue ilegítimo su nombramiento por sucesión, pues la sucesión no figura en
ninguna Constitución que no sea monárquica. Fue ilegítimo (e ilegal) su
nombramiento como presidente provisional, pues ese cargo correspondía ser
asumido por el presidente de la Asamblea. Fue por último ilegítima su negativa
a realizar un recuento de la votación del 14 de Abril. Triple ilegitimidad que
arrastra como una pesada piedra colgada a su grueso cuello.
Pero, además de una ilegitimidad tanto
de origen como de forma, hay otra razón que permite hablar de gangsterismo
político en Venezuela. Me refiero a los medios que usan tanto el presidente
como quienes lo rodean para obtener poder fáctico, aunque sea en contra de los
principios de legitimidad y legalidad a la vez. Nombremos algunos.
1- El lenguaje brutal a que es
sometida diariamente la oposición.
Por cierto, Chávez también incurría en desproporcionadas descalificaciones en
contra de sus adversarios y muy lejos se está aquí de idealizarlo. Pero Maduro
lo ha superado. Su lenguaje político, a diferencia de el de Chávez, es
pobrísimo, pero a la vez más insultante. Dudo de que exista un presidente en el
mundo que use un lenguaje tan pobre y a la vez tan procaz como el que usa
Maduro. Para Maduro, por ejemplo, todo quien se le opone es fascista. Ese es,
por lo demás, un procedimiento fascista. Infamar al adversario llamándolos rata
como hacía Hitler, malayaerba como hacía Pinochet, gusano como hacía Castro,
fascista como hace Maduro, es un medio que busca su eliminación gramática. Y ya
lo sabemos: entre la eliminación gramática y la física, hay un corto paso. Eso
es simple gangsterismo.
2.- El uso de la mentira
sistemática como método de acción política. No deja de llamar la atención
que todas las numerosísimas mentiras elaboradas por Maduro buscan atraer la
atención pública hacia temas que el presidente no se atreve a enfrentar ante
sus propias huestes. Por ejemplo, cada vez que asoma un proyecto de devaluación
monetaria o de regulación financiera, o simplemente de corrección de los
desastres heredados de Chávez y Giordani, Maduro inventa un magnicidio. Eso es
simple gangsterismo.
Confieso que hasta el autor de estas
líneas creyó en un momento que Maduro había heredado el mal paranoico. Pero no.
De lo que se trata, en el mejor sentido “goebbeliano” del término, es desviar
la atención pública hacia un clima de supuesta guerra de acuerdo al cual
fuerzas siniestras, colombianas o norteamericanas, quieren acabar con la vida
del mandatario. Pero la mayoría de los venezolanos ya lo sabe: cada vez que el
presidente ordene una medida impopular, se sentirá "amenazado de
muerte". Eso es simple gangsterismo.
3.- La coerción y el chantaje.
Imagino a Maduro dialogando con sus íntimos: ¿A quién hay que eliminar
políticamente antes que a Capriles? Leopoldo es todavía popular. Corina se
defiende bien. Henri es muy querido en Lara. Empecemos entonces con Mardo, algo
más vulnerable. Llama entonces tú a Luisa (Ortega), que ella se encargue del
trámite, nosotros lo metemos preso, y después, si la oposición no es muy
fuerte, seguimos con los demás. Eso es simple gangsterismo.
4. El uso de la violencia
programada. Cada vez que la oposición salga a las calles, lancemos a los
nuestros a la calle aún a riesgo de que muchos mueran en un enfrentamiento.
Para eso tenemos a los motorizados, a los desesperados de "La
Piedrita", tupamaros , y no por ultimo, a nuestros "batallones
obreros". Después, los caídos, se los endilgamos al "fascista"
Capriles. Eso es jugar con la sangre de los otros. Eso es simple gangsterismo.
5. El amedrentamiento.
Cada vez que un opositor alce demasiado la voz, díganle: "Lo vamos a
investigar". A sabiendas que aún el mejor entre los mejores tiene sus
legítimos secretos ese "lo vamos a investigar" cumple una función
psico-estratégica. Y bien, si no se amedrenta, lo investigamos, le incrustamos
micrófonos en su residencia y le adjudicamos lo que se nos venga en gana. Para
eso está Luisa. Después lo metemos preso. Eso es simple gangsterismo
Lo que no saben Maduro y los suyos es
que tales procedimientos están generando en Venezuela una creciente ola de
protesta ciudadana. No saben que la oposición democrática incluirá en las
próximas elecciones municipales -además de los justos reclamos sociales- el
tema de la defensa de la Constitución y de los derechos ciudadanos. Tampoco
saben que en el curso de la historia ha habido regímenes que han perdido la
legitimidad y han subsistido gracias a la legalidad. O que ha habido regímenes
que han perdido la legalidad pero han subsistido gracias a su legitimidad. Y
quizás tampoco saben que los gobiernos que han perdido la legitimidad y la
legalidad a la vez, están condenados a perecer. Y si lo saben, el momento es
muy peligroso para Venezuela.
Baste decir que mientras para el
chavismo de Chávez las elecciones eran un procedimiento necesario para la
acumulación de poder, para el chavismo de Maduro las elecciones serán, ya se
está viendo, un obstáculo para mantenerse en el poder.
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