Fernando Mires 18 de julio de 2014
En los debates políticos a diferencias
de un partido de fútbol, suele no haber reglas claras. Hecho que no deja de ser
problemático porque los debates son la sustancia de la política. Hacer política
es en gran medida, debatir. Ese vacío de reglas o normatividad en los debates,
es la razón que me llevó a escribir este borrador –no es más que eso- de
sugerencias para la práctica del juego del debate. Anoté nueve puntos. Son los
siguientes:
- Un
debate es una lucha de posiciones.
Razón que obliga a medir, antes de iniciar un debate, los grados de
diferencia que nos separan del oponente. Eso significa que hay que tener
muy claro si estamos frente a un enemigo o un adversario o
un simple contradictor. De esa claridad depende el tono
y estilo de cada discusión.
Entre enemigos totales casi no hay
debates. Los enemigos pactan, negocian, transan, pero por lo común, no debaten.
Los adversarios son, si así se quiere,
enemigos parciales, mas no totales. En cierto modo ellos son enemigos con los
cuales compartimos algunos puntos comunes.
Los contradictores, en cambio, son
personas con las cuales, compartiendo muchos puntos comunes, diferimos en los
tiempos y modos de llevarlos a la práctica.
- Todo
debate está conformado por palabras, escritas o pronunciadas. Por lo
mismo, un debate es práctica semántica y sintáctica. En todo
debate se trata de establecer un orden discursivo en donde es necesario
separar el sujeto de sus predicados. La “puesta en orden” de las palabras
recibe el nombre de argumentación. Sin argumentaciones no hay debate.
- Para
poner en forma un debate requerimos, sobre todo si el debate es oral, de
la retórica.
La retórica ha sido concebida solo
como la técnica de expresarnos bien, de subir o bajar el tono, de adornar lo
dicho con una anécdota o ironía puesta en el momento preciso (equivocar el
momento es fatal). Sin embargo, en su sentido griego originario, la retórica era el
arte de separar lo principal de lo secundario y es por eso que las
diferencias entre retórica y dialéctica eran para los griegos, mínimas.
No obstante, la mejor retórica no
sustituye la intención ni el sentido de lo que se quiere expresar.
Suele así suceder que la más efectiva
retórica consiste en decir lo que uno piensa con la mayor claridad posible. Con
eso basta y sobra. No entres entonces en un debate, oral o escrito, a hacer
exhibición de conocimientos y supuestas virtudes personales. Evita, en lo
posible, el uso excesivo del “yo”. El debate no es una práctica narcisista.
- Todo
debate político es público, jamás privado. A la vez, todo debate es
personal. Pero, y este es un punto clave, la persona con la cual debates,
no solo se representa a sí misma.
Tú puedes sentir simpatía o antipatía
hacia el oponente. Eso no debe importar. Tú, a través de la persona contraria,
no sólo hablas con ella sino con los que esa persona representa. Por lo
tanto, tu deber no es convencer a los tuyos, esos ya están convencidos. De lo
que se trata es de convencer a las personas que representa el contrario. Lo
importante, en política, acuérdate siempre, es saber sumar. Si no sabes sumar,
olvídate de la política y no entres jamás a un debate.
- Sin
el reconocimiento del otro, no hay debate. Eso significa tomar en serio al
oponente y argumentar, no de acuerdo a lo que tú crees que él (o ella)
debería decir, sino a lo que efectivamente ha dicho. Si tergiversas su
dicción o si sacas de contexto una frase, tú serás ante el público que él
representa, el gran perdedor. En un debate no basta con hablar, hay que
saber, además, escuchar.
- Al
opositor, sea adversario o contradictor, nunca hay que atacarlo por lo que
es, sino solo por lo que dice o escribe.
Si atacas a alguien por su religión,
su nacionalidad, su edad, e incluso –como ya me ha sucedido- por su profesión,
estás destruyendo el sentido político (argumentativo) del debate. Si algún
energúmeno te ataca en esos términos, retírate de la discusión. Nadie entra a
un debate para servir de blanco a odios y resentimientos. Para eso están
los terapeutas. Y ningún polemista político debe serlo.
- Jamás
insultes. Pero a la vez, no te dejes insultar. Si eres insultado da por
terminado el debate. El insulto es la retórica de los salvajes.
- Recuerda
que tú no eres representante de ninguna verdad universal, nadie te ha dado
ese derecho. Da
por sentado que tu oponente, por lo menos durante el debate, no es mejor
ni peor que ti. Por lo mismo, el objetivo de un debate no puede ser la
revelación de una verdad moral. De lo que se trata es solo de sacar a luz
la verdad -o por lo menos, la certeza- política.
La diferencia entre la verdad moral y
la verdad política es simple. Mientras la primera se extiende en el tiempo, la
segunda se refiere solo al objeto en discusión.
En similar sentido conviene
diferenciar entre “las verdades de opinión y las verdades de hecho” (Hannah
Arendt). Si alguien dice, durante Pinochet o Stalin reinaba la felicidad, es
una verdad de opinión. Si tu dices, Pinochet o Stalin violaron derechos
humanos, es una verdad de hecho. No confundir la una con la otra es fundamental
para el desarrollo de un debate
- Nunca
te dejes enredar en una discusión ideológica. Toda ideología es un programa
cerrado de ideas petrificadas y no admite, al ser un programa, ninguna
alteración. En el fondo, las discusiones ideológicas no existen. Son solamente
monólogos paralelos. Las ideologías, por cierto, sobredeterminan el
espacio de la política. Pero, dicho en su exacto significado, ninguna
ideología es política. Argumentar, por el contrario, significa
des-ideologizar.
PS. ¿Por qué escribí nueve y no diez puntos? La
razón es la siguiente: si hubiera escrito diez, habría construido un decálogo.
Pero un decálogo tiene un tenor mesiánico y lo mesiánico es contrario a lo
político. Ahí donde aparece un mesías, termina la política.
Sin política no hay debate y sin
debate no hay política.
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