ROSALÍA MOROS DE BORREGALES sábado 19 de julio de 2014
En memoria de nuestro amigo Luis
González Serva
Hoy me siento triste, quizá hoy es uno de esos días en que tenemos mil preguntas sin respuestas. Un día en el que nos despedimos forzadamente de un ser humano que iluminó nuestra vida. La muerte es tan segura, tan común, tan inevitable; sin embargo, cuando llega nos hiere tanto, nos plantea profundas interrogantes, nos muestra una nueva perspectiva de la vida. Nos saca de lo efímero para colocarnos ante lo realmente importante y trascendente.
Ante este enorme sentimiento, ante todas mis inquietudes bañadas de tristeza elevo mi corazón al Señor. En mis lecturas del Evangelio me encuentro con la reacción de Jesús de Nazaret cuando supo la noticia de la muerte de su primo y amigo Juan, el que lo había bautizado en el Jordán. Dicen las Sagradas Escrituras que al enterarse Jesús de la noticia se apartó solo, en una barca, a un lugar desierto (Mateo 14:1-14). Una reacción profundamente humana en un ser verdaderamente divino. Recordando a mi amigo, me hago de nuevo su pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret?
Los pasajes a continuación me dan la más contundente respuesta. Lo primero que me dice el Evangelio es que después de regresar de ese tiempo de soledad, Jesús vio a una gran multitud que le buscaba; entonces, tuvo compasión de ellos, sanó a los que estaban enfermos, para luego, con tan solo cinco panes y dos peces, alimentar a más de cinco mil. Probablemente, viendo a sus discípulos exhaustos, después de la repartición, les manda a ir al otro lado de la ribera. Pero él se queda, despide a la multitud y se va al monte a orar.
Continúo leyendo lo que sucedió después. Entonces, una vez más en mi vida siento esa presencia sublime que me consuela, que me conforta, que me enseña. Es el pasaje que narra cuando Jesús y Pedro caminan sobre el mar. Los discípulos habían estado luchando con una gran tormenta, Jesús se dirige hacia ellos, pero ellos piensan que es un fantasma y gritan de miedo. Entonces, Jesús les responde con tres frases que siento que nos hablan en medio de cualquier circunstancia: ¡Tened ánimo! Soy yo. No temáis.
Pedro, inspirado quiso comprobar su identidad y le pide: Señor, si eres Tú manda que yo vaya a ti sobre las aguas (Mateo 14:22-32). Ante la mirada perpleja de todos sus compañeros, Pedro se levanta en fe, comienza a andar sobre las aguas; luego, al sentir el fuerte viento, la duda lo embarga. Por último, se deja sucumbir por el miedo y comienza a hundirse. Entonces grita: ¡Señor, sálvame! Jesús extiende su mano y sostiene a Pedro, un hombre que se deja asaltar por la duda, un hombre de poca fe. Pero cuánto admiro a Pedro, cuánto deseo ser como él para darle siempre una oportunidad a mi fe, para ver al Señor extendiéndome su mano en los momentos más oscuros, cuando la duda y el temor me hagan sucumbir.
Al momento de subir a la barca la humanidad de aquellos pescadores ya había recibido la revelación de la divinidad de Jesús. El viento se calma proveyendo una prueba más. Inmediatamente, se acercan a Él, caen sobre sus rodillas y lo adoran diciendo: Verdaderamente eres hijo de Dios. Finalmente, los discípulos supieron quién era Jesús de Nazaret. ¡Ellos estaban en la presencia del Hijo de Dios! Aunque habían presenciado la alimentación de los cinco mil, habían sido testigos de milagros y toda clase de sanidades, todavía no habían entendido quién era realmente este hombre. En la suave luz de la incipiente aurora, ellos piensan que es un fantasma. Pero, tras un despliegue de escenas inimaginables comprueban su verdadera identidad.
Al llegar al otro lado de la orilla mucha gente reconoció a Jesús. Lo veían como un maestro, como un sanador, como un hacedor de milagros, pero no lograron identificarlo como lo hicieron los discípulos, como el Hijo de Dios. Ellos solo pensaban en la ayuda que Él podía darles, pero nunca pensaron que Él estaba en medio de ellos para salvarles. Al hacerse esa pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret? Mi amigo comprendió que más allá del maestro, más allá del sanador, ese Jesús era el Mesías, su salvador, el salvador del mundo.
"¡Tened ánimo! Soy yo. No temáis". Mateo 14:27b.
ROSALÍA MOROS DE BORREGALES Hoy me siento triste, quizá hoy es uno de esos días en que tenemos mil preguntas sin respuestas. Un día en el que nos despedimos forzadamente de un ser humano que iluminó nuestra vida. La muerte es tan segura, tan común, tan inevitable; sin embargo, cuando llega nos hiere tanto, nos plantea profundas interrogantes, nos muestra una nueva perspectiva de la vida. Nos saca de lo efímero para colocarnos ante lo realmente importante y trascendente.
Ante este enorme sentimiento, ante todas mis inquietudes bañadas de tristeza elevo mi corazón al Señor. En mis lecturas del Evangelio me encuentro con la reacción de Jesús de Nazaret cuando supo la noticia de la muerte de su primo y amigo Juan, el que lo había bautizado en el Jordán. Dicen las Sagradas Escrituras que al enterarse Jesús de la noticia se apartó solo, en una barca, a un lugar desierto (Mateo 14:1-14). Una reacción profundamente humana en un ser verdaderamente divino. Recordando a mi amigo, me hago de nuevo su pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret?
Los pasajes a continuación me dan la más contundente respuesta. Lo primero que me dice el Evangelio es que después de regresar de ese tiempo de soledad, Jesús vio a una gran multitud que le buscaba; entonces, tuvo compasión de ellos, sanó a los que estaban enfermos, para luego, con tan solo cinco panes y dos peces, alimentar a más de cinco mil. Probablemente, viendo a sus discípulos exhaustos, después de la repartición, les manda a ir al otro lado de la ribera. Pero él se queda, despide a la multitud y se va al monte a orar.
Continúo leyendo lo que sucedió después. Entonces, una vez más en mi vida siento esa presencia sublime que me consuela, que me conforta, que me enseña. Es el pasaje que narra cuando Jesús y Pedro caminan sobre el mar. Los discípulos habían estado luchando con una gran tormenta, Jesús se dirige hacia ellos, pero ellos piensan que es un fantasma y gritan de miedo. Entonces, Jesús les responde con tres frases que siento que nos hablan en medio de cualquier circunstancia: ¡Tened ánimo! Soy yo. No temáis.
Pedro, inspirado quiso comprobar su identidad y le pide: Señor, si eres Tú manda que yo vaya a ti sobre las aguas (Mateo 14:22-32). Ante la mirada perpleja de todos sus compañeros, Pedro se levanta en fe, comienza a andar sobre las aguas; luego, al sentir el fuerte viento, la duda lo embarga. Por último, se deja sucumbir por el miedo y comienza a hundirse. Entonces grita: ¡Señor, sálvame! Jesús extiende su mano y sostiene a Pedro, un hombre que se deja asaltar por la duda, un hombre de poca fe. Pero cuánto admiro a Pedro, cuánto deseo ser como él para darle siempre una oportunidad a mi fe, para ver al Señor extendiéndome su mano en los momentos más oscuros, cuando la duda y el temor me hagan sucumbir.
Al momento de subir a la barca la humanidad de aquellos pescadores ya había recibido la revelación de la divinidad de Jesús. El viento se calma proveyendo una prueba más. Inmediatamente, se acercan a Él, caen sobre sus rodillas y lo adoran diciendo: Verdaderamente eres hijo de Dios. Finalmente, los discípulos supieron quién era Jesús de Nazaret. ¡Ellos estaban en la presencia del Hijo de Dios! Aunque habían presenciado la alimentación de los cinco mil, habían sido testigos de milagros y toda clase de sanidades, todavía no habían entendido quién era realmente este hombre. En la suave luz de la incipiente aurora, ellos piensan que es un fantasma. Pero, tras un despliegue de escenas inimaginables comprueban su verdadera identidad.
Al llegar al otro lado de la orilla mucha gente reconoció a Jesús. Lo veían como un maestro, como un sanador, como un hacedor de milagros, pero no lograron identificarlo como lo hicieron los discípulos, como el Hijo de Dios. Ellos solo pensaban en la ayuda que Él podía darles, pero nunca pensaron que Él estaba en medio de ellos para salvarles. Al hacerse esa pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret? Mi amigo comprendió que más allá del maestro, más allá del sanador, ese Jesús era el Mesías, su salvador, el salvador del mundo.
"¡Tened ánimo! Soy yo. No temáis". Mateo 14:27b.
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