Por Agrotécnico Manuel Gómez Naranjo, 01/07/2014
Boletín 187 AIPOP
Hace ya algunos años, por allá por los 70's, en Venezuela hacía furor
el juego de caballos conocido como 5 y 6; era tal la afición que si a usted se
le ocurría buscar a un amigo en su casa un sábado en la mañana, lo normal era
que le saliera su esposa y le dijera: “Chicho está sellando”. Pero esa frase “esta
sellando” no se decía en un tono neutro sino en un tono trascendente y
definitivo; era como si te dijera “Chicho está construyendo el futuro, está
cimentando las bases para la felicidad de la familia”. Ya en ese tiempo sentía
que se me instalaba una cierta angustia en la boca del estomago porque intuía
que por ahí no era la cosa, que estábamos extraviados, que la brújula estaba
turuleca.
En esos años era frecuente que el futuro se dejara en manos del azar,
lo cual parecía lógico en un país minero donde la riqueza no solía proceder del
esfuerzo personal sino de la generosidad del petróleo. Pero, ¿hemos cambiado?
En estos tiempos cuando se visita los sectores populares urbanos o las
comunidades rurales, he sentido aquella vieja angustia en la boca del estomago
pero agrandada por la magnitud del desastre económico a que nos ha llevado la
revolución bolivariana.
En esas comunidades se podía comprar un paquete de harina pan, una
sardina, un kilo de pasta en cualquier bodeguita, era normal. Hacer el mercado
formaba parte del devenir cotidiano de la vida de la gente. Hoy no, hoy la
gente está pendiente de que llegue el Mercal, y cuando llega la gente dice “llego
el Mercal” en el mismo tono trascendente de la Señora del 5 y 6. Llega el
Mercal y la comunidad se paraliza para hacer la cola y comprar dos pollos y un
kilo de caraotas a precio subsidiado; llega el Mercal y las maestras dejan de
dar clases, los obreros abandonan las fábricas, las amas de casa olvidan las
arepas en las hornillas encendidas: el Mercal se convierte en el centro de la vida,
en la razón de ser, en el punto de llegada.
EL Mercal es un cúmulo de pecados capitales; veamos: Primero, la
lujuria porque literalmente el gobierno se “cogió” el sistema privado de
distribución de alimentos para luego abandonarlo; segundo, la avaricia porque
la importación y distribución de alimentos es un negocio de miles de millones
de dólares que ha enriquecido a las élites revolucionarias; tercero, la soberbia
porque el gobierno cree o quiere hacernos creer que puede prescindir de los
particulares e instalarse de manera omnipresente en la vida de los venezolanos;
y cuarto, la pereza porque uno no entiende tanta mansedumbre cuando se aniquila
la dignidad de las personas.
Pero lo peor no es eso, lo peor es que este Mercal que es una anomalía
del cuerpo social, se espera casi con devoción; es como si alguien que tuviese
una hepatitis terminara deseando la hepatitis. Se escucha el grito “llegó el
Mercal” y los ojos brillan, el cuerpo se tensa, la respiración se acelera. Llegó
el Mercal, la vida está resuelta, el futuro es luminoso, la felicidad es un
camión cava con tres perolitos impregnados de propaganda oficial.
El Mercal es una bofetada para una sociedad moderna pero alguna gente
lo agradece como una bendición. Termino porque “voy a sellar”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico