Por Vladimiro Mujica,
18/07/2014
Alguien muy querido y
cercano me ha dicho con frecuencia que Venezuela tiene simultáneamente el peor
Gobierno y la peor oposición. Sobre el primer punto no me cabe la menor duda,
pero el segundo no puedo aceptarlo no solamente porque entonces quedarían muy
pocos motivos para tener esperanza en la salvación de nuestro país, sino
porque, en rigor, no creo que se ajuste a la verdad. Tenemos una oposición con
carencias, limitaciones e importantes contradicciones, pero que todavía puede
encontrar su camino y conseguir hablarle a todo el país, el rojo y el azul, con
un proyecto convincente y capaz de quebrar la polarización y la base de
sustentación del chavismo.
Tampoco creo en la
travesura de afirmar que la verdadera oposición al Gobierno se la está haciendo
el propio chavismo, vistas las diferencias internas que han aflorado en el seno
del PSUV.
Esas contradicciones no
se traducen en la quiebra del proyecto autoritario que en esencia representa el
así llamado proyecto revolucionario. Todas las facciones le exigen a Maduro que
ejerza un liderazgo duro como el del extinto comandante Chávez. La única
diferencia parece estribar en la conducción de la economía y la necesidad de
evitar un mayor grado de protesta social en una población que padece una
combinación letal de mal gobierno y corrupción. Pienso sí, que las diferencias
internas del chavismo son un elemento importante a tomar en cuenta, por cierto
no tanto como el ánimo de protesta en el pueblo rojo que en esto se va
pareciendo cada vez más al pueblo azul.
Dicho todo esto, y con
el respeto que me merecen quienes lo arriesgan y lo han arriesgado todo por
devolver a Venezuela un espacio de libertad, creo que es inescapable la
conclusión de que la oposición todavía no calza los puntos para enfrentarse a
la metamórfica criatura populista, militarista y ávida de poder, y con muchos
recursos a su disposición, que es el chavismo/madurismo. Parte del asunto, si se
me permite la reflexión, es que la oposición ha carecido de una dirección
política propiamente dicha. Existen múltiples centros de dirección, que
compiten unos con otros en el diseño y ejecución de distintas estrategias, y un
núcleo de concertación esencialmente electoral que es la MUD. Esto último no
quiere decir que la MUD no haya realizado esfuerzos importantes en, por
ejemplo, la preparación de un ambicioso y bien concebido programa de gobierno,
pero es innegable que las posiciones sectoriales de los partidos y movimientos
que conforman la plataforma opositora le han impuesto en no pocos momentos sus
agendas al conjunto. Ello ha sido así tanto para las campañas presidenciales,
como en los últimos episodios asociados a lo que se ha dado en llamar “la salida”.
Pasando también por divisiones importantes en las filas opositoras que han
resultado en la pérdida de gobernaciones, alcaldías y otros espacios políticos.
Para el ciudadano
opositor medio, es difícil no caer en el abismo de la desesperanza y el desánimo
cuando es testigo de un torneo de descalificaciones entre los proponentes de
una u otra estrategia política. Es inaceptable sostener que la represión
desatada por el Gobierno se debe a las propuestas de Leopoldo López, María
Corina Machado y Antonio Ledezma, por mencionar a algunos de los proponentes de
acciones de protesta y “salidas”, que están todas contempladas en el marco
constitucional. O peor aún, sostener que la represión brutal y las violaciones
de los derechos humanos se deben a las protestas estudiantiles. Eso es usar la
infame e inconstitucional argumentación del Gobierno, y descalificar toda la
protesta como si se tratara de un simple guarimbeo. Se podría quizás argumentar
que jugaron posición adelantada, o que se desmarcaron del conjunto, pero es
igualmente cierto que el conjunto jugaba a una posición insosteniblemente
pasiva, centrada en lo electoral. De igual manera, es inaceptable cualquier
posición de dirigentes opositores que pretendan justificar o juguetear con la
prisión de López, la expulsión de la AN de María Corina o las muertes o
prisiones de los manifestantes. La oposición, toda, debe expresar su posición
inequívoca de que la primera condición para que el diálogo con el Gobierno
continúe es la liberación de los presos políticos y la aplicación de una
justicia imparcial a los homicidas de los manifestantes. Del mismo modo, la
descalificación de quienes participan en el diálogo convocado por el Gobierno,
con un fuerte apoyo internacional, es un acto de miopía política considerable.
Toda la turbulencia e
incapacidad para actuar en conjunto, de continuar el avance en los espacios
electorales concretos y, al mismo tiempo, continuar las acciones de rebelión
ciudadana pacífica y constitucional contra la actuación fascistoide del
Gobierno, hablan de las carencias de una dirección política que no termina de
armarse. El clamor y la prédica por la unidad no tendrán ningún efecto práctico
hasta que se resuelvan los problemas que atentan contra la unidad a través de
una discusión abierta y se internalice que los adversarios están enfrente y no
detrás de nosotros o a nuestro lado. Mantener la aporreada unidad requiere no
solamente de declaraciones sino de acciones específicas para resolver la
ecuación política de estos tiempos en toda su complejidad y no con
simplificaciones que responden a intereses menores. Lo que está en juego no es
el liderazgo de una oposición que co-exista con el chavismo autoritario, sino
el liderazgo de una opción real de sustitución del autoritarismo. Esa
diferencia es determinante y debería marcar el curso de acción de la oposición
para lograr crear la nueva mayoría, quebrantar el dominio rojo y generar
confianza en toda la población sobre lo que se propone hacer.
Es cierto que los
liderazgos tienen sus tiempos, pero también lo es que un liderazgo esclarecido
y comprometido con la causa de la libertad puede actuar para aligerar los
tiempos de cambio de nuestra atribulada nación. Amén.
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