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domingo, 20 de julio de 2014

Hacernos próximos

RAFAEL LUCIANI sábado 19 de julio de 2014


Una de las grandes carencias humanas que padecemos es la incapacidad de discernir el significado y la trascendencia de la presencia de los otros en nuestras vidas, y cómo nos podemos hacer «próximos», los unos a los otros, en una sociedad fracturada como la venezolana. Tal vez sea difícil entender que de ello depende nuestra propia realización como sujetos.

Para muchos, los otros son aquellos que no pertenecen al círculo íntimo de amigos y familiares; imágenes distantes, carentes de rostro y siempre ajenas a los propios intereses.

Hay quienes los tratan como seres desechables y los buscan por el solo beneficio político, económico o religioso que les reportan.

Son pocos los que se relacionan con los demás como sujetos con rostros, cuyas historias de vida están llenas de esperanzas, dolencias, necesidades de afecto.

¿Qué palabras usamos cuando hablamos de los otros? ¿Cómo los tratamos? ¿Conocemos sus historias de vida? Nuestras palabras y acciones «testimonian el propio talante humano», expresado en los valores que albergamos y la visión de sociedad que estamos construyendo.

Vale la pena recordar al teólogo suizo von Balthasar: «el hombre es siempre él mismo y su prójimo. Él es responsable de su vida ante la eternidad, pero lo hará según el modo como ha vivido con su prójimo (... ). El prójimo no es concebido aquí solo como el entorno que afecta privadamente al individuo, sino también como la totalidad de los que constituyen la vida en sociedad». Por ello, descubrir que el otro tiene un rostro y una historia es un bien precioso para cada uno de nosotros.

Da el coraje de superar prejuicios y falsas barreras que impiden compartir, sanamente, espacios de nuestras vidas, y así crecer en humanidad.

Percibir al otro como prójimo nos da una perspectiva distinta: no es alguien a quien debemos ofrecer limosnas o dádivas, pues lo haríamos dependiente antes que libre; él es aquel a quien debemos acercarnos, «hacernos próximos», dedicar nuestro tiempo para pensar formas de compartir espacios e intereses, aun en las diferencias.

En la parábola del buen samaritano el problema no está en darle algo al prójimo, sino en «hacerse próximo en su dolencia».

Acercarse a la víctima, al caído, y no pasar a su lado con indiferencia e indolencia. Solo el samaritano que no era considerado digno de Dios, ni ejemplo moral, fue quien se acercó y lo hizo próximo, porque lo movió la «compasión fraterna» antes que la religión, la economía o la política (Lc 10,29-37).

Para los creyentes es un reto trascendente. Implica querer ser tan buenos e incluyentes como Dios, porque «en Dios no hay acepción de personas» (Gál 2,6).

El mismo Jesús estaba tan convencido de esto, que para él no existía ninguna relación religiosa, económica o política que pudiera sustituir lo que debemos hacer: el reto de hermanarnos.

El valor que demos al sujeto medirá nuestra humanidad (Mt 5,23-24).

¿Cómo vemos al otro en nuestras vidas?

Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140719/hacernos-proximos

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