Ewald Scharfenberg sabado 12 Julio, 2014, 2014
Cada vez que asoma el mes de julio los
oficiales ascendidos a la alta jerarquía de las Fuerzas Armadas venezolanas
lucen sus nuevas presillas y caponas en los mejores restaurantes de carne de
Caracas, en comidas rociadas con abundante whisky. Al principio solían ser
celebraciones discretas porque eran unos pocos, pero desde hace algunos años
son muchos.
En Venezuela hay más generales y
almirantes que cargos vacantes en el estamento militar, pero eso no parece ser
un obstáculo para el Gobierno del presidente Nicolás Maduro. Este año se sumaron
a esos rangos 229 coroneles y capitanes de navío, siguiendo una costumbre
iniciada hace cuatro años por su antecesor, Hugo Chávez. Ha sido la manera que
ha encontrado el chavismo no solo de honrar sus orígenes castrenses, sino de
estimular a quienes les han servido de principal soporte en tres lustros, más
allá de la obligación impuesta en la Constitución venezolana. El de Maduro es
un Gobierno militar con una fachada civil.
La cifra contrasta con lo que era una
costumbre incluso con Chávez en el poder. Si en 2006 apenas ascendieron siete
oficiales a general de división fue porque todavía era norma la costumbre de
solo cubrir las bajas por retiro. Eso fue cambiando con los años después de las
reformas a la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana —que agregó
dos nuevos escalafones (mayor general y general en jefe) a los dos existentes
(general de brigada y general de división) en la alta jerarquía— pero en
definitiva con un asunto más intangible como el significado de la justicia.
Chávez, que le había quitado la competencia al Senado tras promover un
Parlamento unicameral en la Constitución de 1999, siempre consideró como una
injusticia que las decisiones de ascenso estuvieran en manos de civiles. En los
Gobiernos civiles que le antecedieron, según Chávez, muchos buenos oficiales se
quedaron a las puertas de los altos cargos postergados por otros, menos
talentosos, que se ocupaban de forjar buenas relaciones con la dirigencia
política. Pero salvo la cantidad de militares de alto grado, una rareza en
América según los estudiosos del tema, el chavismo también utiliza las
promociones como una manera de premiar la lealtad.
Solo unos pocos de esos nuevos
generales y almirantes ocuparán puestos de mando. Otros serán trasladados a
cargos clave en la administración pública, algunos se quedarán sin destino
dentro de las fuerzas armadas y el resto, muy pocos en realidad, terminarán su
carrera militar con el ascenso. El último de los nombramientos más resaltantes
en cargos administrativos fue el de Giuseppe Yofreda, un saliente comandante
general de la aviación, como presidente de la recién creada Corporación
Venezolana de Comercio Exterior, la instancia creada por Maduro para
centralizar las importaciones del Estado venezolano a la tasa sobrevaluada de
6,3 bolívares por dólar. Es un poder incluso mayor que comandar tropas. En
Venezuela ponerle la mano a los dólares baratos que entrega el Estado para
luego revenderlos en el mercado negro, que multiplica por doce su valor, es la
vía más rápida para hacerse rico.
La mayoría de esos oficiales son parte
de una gran oligarquía castrense que controla el país y está consolidando lo
que la directora de la ONG Control Ciudadano, Rocío San Miguel, ha llamado “el
diseño de un Estado militar”. “Se busca que la sociedad se intimide y se
subordine a sus designios”, agrega. Los militares retirados, además de altos
cargos públicos, gobiernan el 52% de los estados, ocupan ministerios y la
presidencia de la Asamblea Nacional. Su poder tiene amplias ramificaciones
políticas y económicas, como ha ocurrido con más o menos preponderancia en casi
200 años de vida republicana, que se ha fortalecido con la reciente decisión
del Tribunal Supremo de Justicia de permitir a los militares su participación
en actos proselitistas. Se trata en definitiva de un tutelaje sobre lo civil
que apenas se interrumpió entre 1958 y 1998, cuando en Venezuela se sucedieron
elecciones cada cinco años y se eligieron presidentes civiles, y del cual se
hace constante gala. Un ejemplo: el último orador de orden de la sesión del 5
de julio en la Asamblea Nacional, que conmemora el aniversario de la firma del
acta de la independencia venezolana, fue el general en jefe Vladimir Padrino
López, jefe del Comando Estratégico Operacional, la máxima instancia operativa
de las fuerzas militares.
Entre los nuevos ascensos destaca el
del nuevo general en jefe Jacinto Pérez Arcay, un anciano maestro de Chávez
reincorporado a la actividad militar por órdenes del líder bolivariano. Pérez
Arcay tiene una prosa ampulosa que suele poblar de adjetivos rimbombantes el
relato de la independencia nacional. Maduro lo ha mantenido como una suerte de
asesor en temas históricos que despacha en el palacio de gobierno. Tanto él y
los nuevos generales y almirantes recibieron sus insignias delante de la tumba
de Hugo Chávez, en el cuartel de la Montaña, el nuevo lugar de peregrinación de
la oficialidad venezolana.
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