LEONARDO AZPARREN GIMÉNEZ 25 de julio de 2014
Se habla de hacer
coincidir la calle y la política, y es cierto pero ambas deben responder a una
estrategia de unidad
Leo en el artículo 348 de la
Constitución nacional que la iniciativa popular para convocar una Asamblea
Nacional Constituyente es por "el quince por ciento de los electores
inscritos y electoras inscritas en el registro electoral"; es decir, unos
2,7 millones de firmas que habrá que solicitar y recolectar. Como es mencionado
el registro electoral, es lógico suponer que el CNE verificará la autenticidad
de las firmas. Aquí el tiempo comienza a jugar a favor del régimen.
Cuando faltan dieciocho meses para las
cruciales elecciones de una nueva asamblea nacional, ¿cuánto esfuerzo habría
que dedicar para recolectar las 2,7 millones de firmas y, al mismo tiempo,
seleccionar los precandidatos a las elecciones de diciembre de 2015? La MUD no
puede nombrar a dedo a esos candidatos; debe hacer unas primarias a diferencia
del régimen, que elige con el dedo.
Las elecciones de la asamblea nacional
implican dos metas: no perder el número de diputados obtenidos hace cinco años
y alcanzar la mayoría, para lo cual una estrategia fríamente pensada y
consensuada es indispensable.
En cambio, ¿quién garantiza que al
convocar una asamblea nacional constituyente la oposición democrática obtendrá
mayoría? ¿Qué sucedería si el régimen la obtiene? Legal y legítimamente, podría
diseñar una nueva constitución a su gusto y medida y nadie podría discutir,
rechazarla y, menos aún, negarla.
Aunque en teoría la situación del país
juega a favor de los sectores democráticos (Fe sin obras es muerta), el régimen
puede manipular el tiempo en el caso de una constituyente; no así ¬en teoría-
para las elecciones de diciembre de 2015.
Con dirigentes locales afincados en
sus electores para discutir el día a día de una situación económica que el
régimen no resolverá por sus incompetencias y contradicciones, no es iluso
pensar en obtener óptimos resultados en las elecciones de diciembre de 2015.
La misión de los sectores democráticos
debe ser el fortalecimiento de la unidad nacional, porque no es el momento de
disputar liderazgos nacionales individuales. Tampoco lo es para estrategias
paralelas con fines inalcanzables porque actuar sin sabiduría práctica es un
sinsentido, a no ser que el egoísmo por liderar no permita discernir la pragmática
de la acción política.
Se habla de hacer coincidir la calle y
la política, y es cierto. Pero ambas deben responder a una estrategia de
unidad, en la que la denuncia en la calle del desastre económico y social del
régimen se haga con base en un pensamiento político coherente, unitario y no
espasmódico.
Entre el prudente y el temerario, el
primero tiene sentido de la realidad y de la oportunidad, tiene sabiduría
práctica; el otro entusiasma al precio de la vida política y física.
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