Escrito por Alexander Cambero (periodista) Martes, 29 de Julio de 2014
El imperio chino está entre nosotros.
El proceso revolucionario venezolano no tiene autonomía, es tan grande su
dependencia en todos los órdenes que prácticamente es dirigido desde Beijing.
Ya los imitan hasta en la forma de
presentar al congreso de su partido totalitario. Hablan del libro rojo como la
piedra filosofal desde donde nacen todas sus atrocidades en contra de la
libertad. Como eunucos ideológicos; carentes de principios, andan buscando en
tierra lejanas la fórmula para terminar de enterrar al país. También quieren
salir de Hugo Chávez tan como los hicieron allá con el padre Mao. Es decir que
solo sea pieza de museo.
La travesía de Hugo Chávez quedará
como un jarrón chino hecho de cerámica única. Será como aquél ejército
manchurio que llevaba en sus puntiagudas lanzas el veneno mortal de la cobra
real. Es decir un hecho notable que quedó perennizado en las muestras de
terracota gris. Manos curtidas lo modelaron con la maestría del artista. Sus
herederos quisieron inmortalizarlo hasta transformarlo en la conciencia de la
revolución. De pronto el Hugo Chávez, momificado con los sueños de la inmortalidad;
comenzó a perder la batalla con el recuerdo. La obra fabricada en los hornos de
un proceso decadente, ha ido diluyéndose con una velocidad que asombra a miles
de sus seguidores. Ahora es un estorbo para los que llevan las riendas de la
administración del socialismo. Los muertos tienen la grave dificultad de qué
son espectros huérfanos de vida, su naturaleza imperceptible termina
liquidándolos en la certidumbre de los días. Sus acciones son borradas por
aquellas cosas que pueden tocarse, el mundo irreal es mera invención de los
misterios de la mente. No importan si su figura y mensaje sea colocado en
muchas partes. La verdad es que nadie le encuentra un puesto al jarrón chino de
la dinastía Chávez. Es la misma historia que corrió Mao Tse Tung después de morir.
Su liderazgo se fue perdiendo ante la realidad de tomar decisiones prácticas
alejadas de cualquier invocación con el pasado. No es descabellado indicar que
el recuerdo de Hugo Chávez está agonizando. Esta vez no es una cáncer que mina
a su organismo hasta hacerlo pantanal de huesos secos. La segunda muerte es la
peor de todas: la que te lleva al cementerio de los olvidados. En donde su
epopeya como el centro de su proyecto político termina estrujado en algún
rincón en donde no existe más.
Una lánguida marcha de sus supuestos
amigos son los que quieren sepultarlo lejos del corazón de su gente. Para poder
seguir obteniendo los beneficios del gobierno. Requieren que su trayectoria
fenezca. Un juego perverso en donde ocurren las peores deslealtades. Sin la
presencia física y espiritual de Hugo Chávez, cada sector oficial hace lo que
viene en gana. Nadie guarda fidelidad y sostienen que ante que todo se acabe es
necesario arrasar con el botín gubernamental.
El pueblo chavista no reconoce el
liderazgo de Nicolás Maduro. Su pésima labor hace que millones de sus
seguidores lo vean como un hombre sin la habilidad suficiente para sortear la
crisis que confrontamos…
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