Fernando Mires 26 de julio de 2015
Cuando Hannah Arent publicó en 1951 su
libro Los orígenes del Totalitarismo las izquierdas europeas guardaron un
escandaloso silencio. No es que el libro hubiese pasado desapercibido. Todo lo
contrario. Las editoriales hicieron un buen negocio. La rigurosidad
intelectual, el estilo preciso y lo novedoso de sus tesis despertaron interés
en círculos académicos. No así en los políticos. ¿En donde residía el
escándalo? Para muchos en el hecho de que Hannah Arendt comparaba a el régimen
estaliniano con el nazismo.
Salvo una u otra excepción como Raymond
Aron o Albert Camus, para la gran mayoría de la clase intelectual europea, la
URSS, pese a sus dantescos campos de exterminio, era la depositaria de ideales
sublimes nacidos en Occidente, territorio de experimentación de las ideas del
intelectual más portentoso que había producido Europa después de Hegel: Karl
Marx. Y no por último, la URSS era, según “los maestros pensadores”, una
formación económica-social superior al orden capitalista en el proceso
"irreversible" de la evolución histórica.
Por si fuera poco, Hannah Arendt dio a
conocer su libro durante un periodo en el cual todavía la URSS conservaba la
bien ganada imagen de “baluarte en contra del fascismo mundial”. Aunque después
reiteró Arendt que bajo Kruschev y Brezhnev la URSS si bien dictatorial ya no
era totalitaria –diferencia que todavía muchos politólogos no entienden- su
libro no coincidía con la imagen de “la heroica URSS” de la Segunda Guerra
Mundial.
Solo después de que en 1989 fuera
derribado el muro de Berlín, el libro de Arendt pudo aparecer en los salones de
la política. Hoy casi todos los comentaristas, incluso los que no lo han leído,
lo citan.
Doce años después de los Orígenes
publicó Arendt otro de sus clásicos: Sobre la Revolución. El éxito político fue
esta vez mayor. En momentos en los cuales el mundo parecía estar revolucionado
desde Vietnam a Cuba, aparecía un libro explicando el génesis y el sentido del
concepto revolución.
Aunque el libro está centrado en la
comparación de las revolución norteamericana de 1776 y la francesa de 1789,
muchos intelectuales de izquierda creyeron encontrar en él una fuente teórica
de inspiración. A pocos se les ocurrió que entre el libro de 1951 y el de 1963
podía haber un nexo. Si se hubieran dado cuenta habrían percibido que Sobre la
Revolución era desde el punto de vista político aún más escandaloso que el
libro sobre el totalitarismo.
Mientras el primer libro se ocupaba del
“fenómeno” totalitario, el segundo nos dio a conocer a su matriz. Esa matriz se
encuentra –en ese punto escribía Arendt en plena sintonía con el pensamiento de
Alexis de Tocqueville- en los tópicos más radicales de la revolución francesa,
algunos de los cuales cristalizarían en el bolchevismo y en el nacional-socialismo.
Comparando a la revolución
norteamericana con la francesa descubrió Arendt que mientras la primera solo
intentó cambiar un orden político, la segunda nació conteniendo la patología
representada por un enemigo meta-histórico. Y bien, ese es precisamente el
punto que une a la revolución jacobina con la bolchevique y con la fascista.
Mientras la norteamericana fue una revolución que tuvo lugar en un marco
histórico determinado, las que le siguieron nacieron con el objetivo de
derrotar a enemigos “universales”.
Los jacobinos soñaban con la destrucción
del “antiguo régimen”. Los bolcheviques con el fin del capitalismo. Los nazis
con el fin del judaísmo. Las tres configuraban a un Enemigo Total frente al
cual no cabían concesiones.
En cierto modo Sobre la Revolución
ilumina el sentido explícito de los Orígenes. A través de sus páginas se
entiende como la relación establecida en los Orígenes entre bolchevismo y
nazismo era para Arendt algo más que una comparación o una analogía. Esa
relación era, sobre todo, una unidad, un mismo fenómeno expresado en dos formas
diferentes, o para decirlo en términos conocidos: se trataba de dos cabezas de
una misma hidra.
La hidra había nacido en Francia. Su
nombre era La Revolución, no una revolución con minúscula sino La Revolución
con mayúscula, vale decir, un proyecto histórico destinado a cambiarlo todo.
La destitución del monarca fue para los
jacobinos –así observaría Claude Lefort después de Hannah Arendt- solo un medio
para alcanzar la totalidad de un cambio histórico de carácter universal. Y para
cambiarlo todo era necesario totalizarlo todo. Eso significa que el periodo de
El Terror implantado por Robespierre no era un fin en sí sino el medio del que
se valía “la historia” para alcanzar la reconciliación definitiva de la
humanidad consigo misma.
Hay pues una relación entre un
Maximiliano Robespierre asomado en los balcones de las Tullerías, contemplando
como en nombre de La Revolución rodaban las cabezas de sus adversarios, con el
Holocasuto y el Gulag e incluso, con un Ernesto Che Guevara en La Fortaleza de
San Carlos de la Cabaña, haciendo volar –también en nombre de La Revolución- la
tapa de los sesos de los suplicantes prisioneros.
Hubo por cierto dictaduras que pese a su
infnita crueldad no lograron convertirse en totalitarias. Ya sea porque
Pinochet no pudo en contra de la tradición democrática-partidista de Chile, o
porque el estado renunció al control absoluto de la economía, la dictadura
militar no logró completar hasta el último su ideal totalitario. Lo que no
significa que este no hubiera existido: Pinochet logró al menos construir a un
Enemigo Total: el “marxismo internacional”, un enemigo frente al cual todo
estaba permitido.
No es seguro si hoy vivimos en una era
post-totalitaria. Pero si analizamos algunos nuevos movimientos políticos
veremos que la pretensión de totalizar la lucha política frente a un enemigo
total no ha desaparecido todavía.
En el mundo islámico ISIS designa como
enemigo total a TODO el Occidente, en Francia Marine Le Pen designa como
enemigo total a la OLIGARQUÍA EUROPEA, el Partido de la Libertad Holandés de
Geert Wilders a TODO el Islam, Syriza de Grecia a la TROIKA europea, Podemos a
LA CASTA española y europea, y en América Latina, neo-dictaduras y autocracias
intentan justificar violaciones a los derechos humanos inventando una lucha
total en contra de EL IMPERIO.
La lógica meta-real del totalitarismo
continúa existiendo. La tentación totalitaria comienza con la gramática
totalitaria.
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