Por Yedzenia
Gainza, 29/07/2015
Esta es solamente
una de tantas historias que sirven para medir el marasmo en que está sumergida
Venezuela. En días pasados Samuel (un venezolano como cualquier otro) escribió
uno de esos mensajes larguísimos que no son más que el desahogo entre tanta
desesperación. Sin un “hola” ni nada lo soltó todo como si no hacerlo lo
asfixiara.
“Me quedé accidentado un día jueves a las seis de la
tarde en la ciudad (por suerte). Transcurrieron más de dos horas y no llegaba
la grúa del seguro. En vista de que eran las 5:30 e iban a cerrar el
concesionario, decidí llamar una grúa por cuenta propia no sin antes haber
llamado al concesionario y rogar para que autorizaran al vigilante a recibirme
el carro a la hora que llegara. ¡Lo logré! Mi carro estuvo quince días para que
me dieran un diagnóstico y la posible solución temporal mientras consigo el
repuesto, porque como sabes, aquí un repuesto es poco menos que una fantasía.
Buscando en el mercado negro quizás lo encuentre a un precio inalcanzable.
Retiré mi carro con la posible corrección, pero al
rato noté que presentaba una falla al encenderlo. Llamé de nuevo al
concesionario, me indicaron que llevara el carro de inmediato, pero no podía
porque estaba en otra ciudad. De modo que regresé a casa sabiendo que al día
siguiente con falla y todo debía ir de nuevo al mismo lugar, es decir, a
jugármela a 50Km de distancia.
Estuve varado dos semanas, pues mi otro carro también
está en reparación. No pude llevarlo tampoco un día después. Llamé
entonces el lunes y la respuesta es que de debo esperar una cita ¿Una cita? ¡Mi
carro está en garantía! ¿cómo que una cita? Me planté allí el miércoles e hice
lo único que parece funcionar: armar un escándalo. Y así fue, lo más pronto era
el jueves 23, pero entre un jueves y “la nada” ya me sentía triunfador.
Aquí las colas en los talleres no hay ni que
describirlas. La causa: no hay carros nuevos que comprar y los precios son
astronómicos. No es que las colas sean largas como las de la comida (que
ya es bastante humillante tener que pasar por eso) sino las listas de las
cuales depende la cita. Las colas varían en función del número de clientes que
citen según la capacidad diaria.
Madrugué como un muchacho esperando entrar a un
concierto de rock. Al ser el segundo en la cola conseguí que revisaran el
carro, pero al final decidieron no recibírmelo porque faltaron tres de los
cuatro técnicos –una cosa normal debido a que el 24 de julio era festivo, y en
consecuencia, la excusa perfecta para hacer puente–. Sin duda, esa era la causa
de la ausencia.
El absentismo laboral es descarado en todas partes. La
gente, respaldada por una maldita ley de inamovilidad vigente desde hace años,
abusa. Nuevamente me ofrecen disculpas y no me quedó más remedio que
aceptarlas con una nueva cita para el lunes 27 cuando repetí la operación:
madrugonazo, cola, revisión, espera… Un día después al no tener respuesta llamé
para saber qué pasaba. Nuevamente se disculparon porque otra vez habían faltado
los técnicos (ahora debido a un paro de transporte).
Entre fallos, puentes y paro llevo casi un mes
inactivo, lo que me convierte en uno de tantos con innumerables limitaciones
para producir en Venezuela. Eso también se nos confiscó mediante el
esquema socialista, y cada quien como mucho administra su paciencia según
su estado de salud.
La reparación de mi carro cuesta 732 dólares. Sí, se
dice en dólares porque cada día la moneda nacional está más devaluada, tanto
que ni en un maletín de esos tan utilizados por estos corruptos cabrían tantos
billetes. Esa es la realidad aquí, todo cuesta de acuerdo al único dólar del
que se tiene noticia (el dólar paralelo) aunque solo tengamos bolívares para
pagar. Desgraciadamente producimos bolívares, no dólares.
Si vinieras, verías que hay negocios cerrados en los
centros comerciales. La explicación es sencilla: ganan más cerrados que
abriendo a diario. Mientras no venden la mercancía se les revaloriza. Vendiendo
pierden, y de paso tienen que afrontar los gastos de seguir manteniendo
empleados que faltan cuando les da la gana, o pagando vacunas para no ser
atracados.
Todo lo que aquí pasa o te pasa, todo, absolutamente
todo es producto de este desgobierno. Hasta de un dolor abdominal no tienes a
más nadie a quien culpar sino a ellos, porque si la comida que te generó el
malestar fuera la adecuada, tú dolor abdominal quizás no existiría. Si
pudieras conseguir la medicina apropiada para combatirlo, tu dolor abdominal
sería una anécdota. Aquí no hay nada, esa es la verdad.
Si te detienes a pensar unos segundos cada vez que
algo te ocurre, te das cuenta de que nuestra vida está programada según la
ineptitud de estos sinvergüenzas que sólo sirven para destruir y robar.”
A pesar de todo
Samuel tiene suerte: no lo asaltaron mientras esperaba la grúa, no se accidentó
en la Autopista Regional del Centro, no le han robado un carro que sigue en
garantía, no lo encañonaron en la cola. El repuesto cuesta un dineral, pero es
probable que haciendo un gran esfuerzo pueda comprarlo. Incluso tiene un
segundo automóvil en reparación. Sí, tiene suerte, podría estar muchísimo peor.
Por desgracia, es lo único que se le puede decir para que no se hunda viendo la
miseria que ha dejado a su paso la Revolución Bolivariana.
Yedzenia Gainza
@yedzenia
Comparto en su totalidad el artículo la bendita ley de inamovilidad las 40 horas laborables a juro y los negocios cerrados venden mas a traves de mercado libre
ResponderEliminarLa realidad del que depende del carro para trabajar
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