Luis Ugalde 30 de julio de 2015
La gente no pasa de largo frente al Papa
Francisco. Sin ser estrella de cine, ni máximo goleador, despierta entusiasmos.
También rechazos. No es visto como el jefe de una iglesia que sólo interesa a
quienes están encerrados en las cuatro paredes de su templo, porque Jesús
revela la condición humana sin fronteras y el Papa nos acerca a Jesús.
Quisiera expresar en dos cuartillas lo
que considero la clave humano-divina de este fenómeno en un mundo que no se
resigna a su mutilación en la exitosa cultura de individualismo, posesivo y
hedonista. Hay tres elementos básicos complementarios que, en cierto modo, se
contraponen pero se necesitan y son constitutivos de la condición humana en
sociedad; siempre en búsqueda, pues no hay, ni habrá, equilibrio estable, ni
felicidad definitiva, ni paraíso terrenal, ni granja humana perfectamente
organizada:
1-Una economía con eficacia
productiva y distributiva basada en eldesempeño diferenciado y en la
productividad de cada uno. En el último cuarto de milenio se le ha llamado
“capitalismo”. La Iglesia reconoce y defiende el valor de este dinamismo
económico, aunque no le gusta mucho el término, pues una parte de la realidad
productiva (capital) se lleva el nombre (no sólo el nombre) del todo: el
trabajo y la creatividad de la empresa y de la sociedad, que es más que el
capital. Pero con todos los matices y
críticas, este “capitalismo” diferenciador es la única economía exitosa y no se
ve otra, ni en China, ni en Rusia; pero sus valiosos éxitos generan
diferencias, dividen y también excluyen.
2- Sociedad solidaria con
pacto social, igualador en cuanto a derechos, deberes y oportunidades básicas
dentro de un marco de bien común. Sentido humano solidario expresado en las
constituciones, leyes e instituciones en las que circulan los deberes y derechos
mutuamente reconocidos y los bienes sociales solidariamente construidos. En las
sociedades de economía capitalista avanzada casi la mitad de lo que produce
cada uno va al presupuesto común. Marco social común y público necesario para
salvar la sobrevivencia y la paz e imprescindible para el éxito de cada empresa
y vida humana.
Con sólo la economía
capitalista, sin el complemento de la sociedad solidaria (la sociedad es mucho
más rica que su economía), las sociedades terminan en exclusión, discriminación
y pobreza; en definitiva en guerra interna e internacional, como ocurrió con
las dos guerras y regímenes totalitarios en el primer tercio del siglo XX con
una terrible destrucción en el mundo capitalista avanzado.
3- En tercer lugar la condición humana social
requiere en el interior de cada uno el oxígeno espiritual del amor, que actúa
constructivamente y da sentido trascendente y vida humana a todo.
Cada uno de estos tres pilares de la
condición humana en sociedad tiende a la absolutización de sus medios. Jesús de
Nazaret -rostro humano del radical amor de Dios- enfrenta esas absolutizaciones
que esclavizan a los humanos:
A- “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y
al dinero”. Si endiosa al dinero mata al hombre, niega a Dios-amor y nos
convierte en lobos.
B- “Los poderosos de este
mundo dominan y esclavizan” a su gente y la convierten en instrumentos y objetos de su poder
endiosado. “No ha de ser así entre ustedes”, sino que el amor mutuo convierta
el poder en instrumento de servicio y el dinero en medio de vida.
C- “No es el hombre para el
sábado, sino el sábado para el hombre”. La religión del Dios-amor nos afirma gratuitamente y nos
lleva a darnos vida mutuamente en un “nosotros”, siempre en construcción.
“Nadie tiene más amor que quien da la vida por otro” y la puerta de la
felicidad se abre hacia fuera, saliendo
hacia el “nosotros”. Pero así
como el dinero y el poder político tienden a convertirse en dioses, también la
religión del amor se desvirtúa y de liberadora se convierte en opresora, cuando
sacraliza instrumentos y cuando las personas que la administran, dejando de ser
servidores, se convierten en opresores
que imponen cargas pesadas en nombre de Dios.
Jesús reconocía la autoridad civil, el
valor de los bienes y el sentido del templo y de la ley religiosa. Pero
afirmaba de tal manera al ser humano (aun el que parecía tener menos atributos,
como el leproso, el pobre y el pecador) que fue rechazado por los señores auto-divinizados en las tres
dimensiones. En el conflicto él dio su vida y dándola por amor fue constituido
por el Padre como el Cristo Salvador, pues el Amor es más fuerte que la muerte
y la sobrevive.
Si el Papa no defendiera y comunicara
esto, no sería cristiano. Es lo que hace Francisco con una fuerza espiritual
fresca y renovada. Al proclamar y seguir
a Jesús despierta (no sólo en los católicos) enorme entusiasmo y esperanza
liberadora. Pero al mismo tiempo parece inevitable la irritación y el rechazo de quienes se
sienten dueños de los bienes de la tierra, de los poderes de dominio y de las
mediaciones religiosas impuestas con pretensiones absolutas.
Llama la atención que personas bien
formadas e inteligentes, a estas alturas de la vida piensen que el Papa es
comunista, anarquista, o iconoclasta irreverente por el hecho de afirmar al
pobre por encima de la dinámica del capitalismo financiero, del poder de los
ejércitos y de aquellos aspectos mundanos del mundo clerical y de la Curia
Romana, que alejan de Jesús de Nazaret. El peligro actual de América Latina no
es el comunismo, sino el manejo inhumano
del poder y del capitalismo con lo que se empuja a grandes sectores de la
población desesperada a dar apoyo a dictaduras populistas y fascistas.
Creo que no hay más economía que la
capitalista, pero ésta requiere controlar sus propios demonios y elevar sus
virtualidades positivas para beneficiar a todos en una democracia social.
Siempre gobierna una minoría, pero ningún gobierno dura cuando sólo representa
los intereses de su clase, pequeño sector o partido; tienen éxito duradero
cuando interpretan y asumen las necesidades del conjunto y sirven al bien
común. Hace un cuarto de siglo Venezuela
se embarcó en esta funesta aventura porque sus representantes de entonces se
deslegitimaron. Hoy tenemos una minoría dictatorial que se enriquece a costa de
la miseria de la mayoría y de la falta de libertad y dignidad humana. No puede
durar este régimen deslegitimado. Contra él no conspira el imperio, sino la
ineptitud y corrupción del gobierno, que siembran hambre y violencia.
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