Luis Ugalde 17 de julio de 2015
Venezuela va cayendo en la cuenta de que
el oasis de la renta petrolera era un terrible espejismo. No es un oasis, pero
sí un buen recurso para que el hombre con su talento transforme el desierto en
un vergel. El espejismo está en creer y en enseñar que somos un país riquísimo
porque “tenemos las mayores reservas petroleras del mundo” y con su venta a los
extranjeros y distribución de esos ingresos a los venezolanos necesitados,
entraremos al paraíso, sin necesidad de convertirnos en productores. Frente a
esa ilusión, miseria y frustración, debemos construir con talento y esfuerzo el
camino productivo con soluciones
efectivas a problemas concretos.
La verdadera “riqueza” de Venezuela
–como la de otros países– es el talento
de los treinta millones de venezolanos, centrados en desarrollar la valía de su
propia persona y empeñados en agregar valor al producto económico, político y
social de nuestra sociedad. La clave para salir de la miseria es el talento de
los venezolanos; esa es la verdadera riqueza del país que hoy en gran parte se
pierde.
¿Qué hacer para que la familia y la
escuela se centren en el desarrollo integral del talento de niños y de jóvenes,
para que la escuela sea eficaz en el cultivo de ese talento del cual dependerá la producción de
la riqueza nacional? Desarrollar una formidable emoción de niños, jóvenes y
maestros en la búsqueda de la mejor forma de encontrar y de potenciar el
talento de cada uno.
El niño tiene que sentir gran gusto en
descubrir sus propias cualidades. La maestra lo guía en las sorpresas diarias
de encontrar lo que creía no tener. Es el gusto por desarrollar sin límites sus
propios talentos y ensanchar las fronteras de su capacidad de hacer el bien y
el deseo de ser bueno. Sacar cada día más del propio pozo entusiasma a la
persona y le toma gusto. Para esto hay que poner metas muy altas, como ocurre,
por ejemplo, con todo éxito en niños y jóvenes venezolanos que pusieron su
horizonte deportivo en llegar a jugar beisbol en las Grandes Ligas y lo
lograron. Ese horizonte mueve y mantiene todo el esfuerzo diario y la medición
de sus avances, les alienta ver sus progresos y lo que alcanzaron otros como
él.
La educación tiene que ser muy exigente,
pero una exigencia con sentido y gusto interno en conseguir aquello que más se
desea. Es todo lo contrario de convertir la educación, sobre todo la del pobre,
en un camino sin ascenso, sin exámenes, sin metas; todo regalado porque es
pobre, y todo negado porque nunca aprende a producir. Un camino que le regala
notas, que le pasa los exámenes sin saber y que le admite en las universidades
sin exigir preparación, es el mayor desprecio de las potencialidades del pobre.
Vemos en los barrios pobres cómo las personas se transforman cuando se centran
en el gusto por dar lo mejor de sí. Si se le dan las oportunidades como a los
demás, con su propio talento superará todas esas barreras. Ese es el milagro de
las orquestas juveniles y también de Fe y Alegría, que florecen y fructifican
donde los prejuicios hacían pensar que no se podía, por las condiciones
adversas o por la precariedad de los medios.
Ningún oficio hay en la sociedad más
necesario que el del maestro capaz de conducir en el aprendizaje de los
diversos saberes y de la sabiduría de reconocer y hacerse solidario con el
otro. Ninguna profesión es tan maltratada y subvalorada.
Para que el crimen se reduzca es
necesaria la coherencia entre el gusto interno por el bien y el
condicionamiento externo con el adecuado ordenamiento social de estímulos,
premios y castigos bajo la ley. Maltrata al joven la sociedad donde es premiado
el mal y triunfa el malandro (sea su vecino o el ministro del gobierno o el
pseudo-empresario vendedor de dólares preferenciales) que recibe poder y
reconocimiento. La falta de castigo del mal y
la impunidad del delincuente y su prosperidad, predican por las calles
lo que esta sociedad premia.
En paralelo con la escuela que trabaja
el talento y lo desarrolla, necesitamos la empresa que busca talento. Hay 14
millones de venezolanos que constituyen el talento potencial de trabajo. No
saldremos de la pobreza y de la frustración sin decenas de miles de empresas
privadas exitosas que buscan esos talentos y los ponen a valer productivamente
y a jugar en equipo. Ese panorama creativo-productivo se completa con un sector
público de trabajo eficiente, con transparencia y sin ventajismo clientelar,
donde solo el talento progresa. Es una transformación cultural, un reto
formidable, atractivo y necesario.
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