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miércoles, 29 de julio de 2015

“El país está buscando una nueva legitimidad” @arperaza65

Entrevista a Arturo Peraza S.J.


El Provincial confiesa el arduo camino transitado por la Compañía de Jesús para conseguir una visión alternativa de país. Mientras el chavismo no se reinvente y la oposición no se baje del Falke, seguirá creciendo la anarquía y el sin sentido, dice Arturo Peraza simboliza desde hace algunos años los nuevos aires que se respiran en la llamada Compañía de Jesús. Después de ciclones internos y diferencias profundas entre sus miembros, por la posición que cada uno de ellos asumió con respecto al proceso sociopolítico que se inició en 1999 con la llegada al poder de Hugo Chávez (piénsese en nombres como Luis Ugalde o Numa Molina), los jesuitas parecen haber recuperado, en buena medida y con algunas salvedades, por supuesto, una visión común de país.

Peraza, doctor en ciencias sociales y discípulo de Arturo Sosa, no es hombre de andarse por las ramas. Está cumpliendo casi cinco años como Provincial, o lo que vulgarmente se describe como “Jefe de la Compañía de Jesús”, cargo que lo obliga a dar la cara y a verbalizar dilemas, extravíos y perspectivas de una corriente de la iglesia que en el 2016 cumplirá 100 años en Venezuela, intentando una y otra vez “levantar un proyecto de incidencia en el país”, como dice.

En el pasado siglo los jesuitas tuvieron esencialmente dos maneras de incidir: a través de la educación de las clases medias y altas (colegios San Ignacio, Universidad Católica Andrés Bello, la formación de los dirigentes de Copei) y un segundo momento que tiene que ver “con el compromiso con el mundo de los pobres” (Centro Gumilla, Revista SIC, colegios Fe y Alegría).

En esa segunda oleada, puede decirse, se forma el padre Arturo Peraza, quien además hizo de la democracia participativa el tema de su tesis doctoral, tutoreada por José Virtuoso, hoy rector de la Universidad Católica Andrés Bello.

Desde ese lugar, con la convicción de que el país no puede volver al pasado pero tampoco quedarse donde está, se atreve a dar un balance de lo que ha ocurrido en estos años y de las descomunales tareas políticas que deben encararse para que la sociedad encuentre el camino de la estabilidad y el crecimiento, con inclusión y participación.

Traducción, diálogo y división
–Hay toda una generación, como la suya, que nace al calor del 27 de Febrero de 1989 y del papel que jugaron los jesuitas entonces
–En aquel momento estaba en el centro de la discusión, y del aporte que la Compañía quería hacer, un modelo de país comprometido con las situaciones de exclusión y en cómo salir de ellas. Creo que el Centro Gumilla fue la única institución que logró procesar lo que ocurrió. Fue la única instancia de pensamiento, desde una perspectiva de confesión de fe, que intentó darle una interpretación al 27 de febrero que no ha cambiado sustancialmente. No he visto ninguna otra que realmente sea más profunda y amplia.
Es un momento estelar para la Compañía, que mostró su capacidad para estar cerca del mundo popular: entenderlo, interpretarlo y expresarlo, en términos de un lenguaje que pudiera ser comprendido por los sectores intelectuales del país. Yo creo que ese es el trabajo, en lo fundamental, del Centro Gumilla.

–¿El de la traducción?
–Sí, lo que ha dado en llamarse el intelectual orgánico. Se está vinculado a los sectores populares, pero al mismo tiempo eres un sujeto que trata de pensar, de estructurar eso en términos de intelectualidad, de lógica, de abstracción, aunque en la realidad, evidentemente, no se viva de esa forma.
Si estuvieras tan metido en el pueblo, no serías capaz de hacer una traducción de esa vivencia en conceptos y estructuras de pensamiento. De hecho, la teología de la liberación también tiene mucho de eso. El teólogo tendría que vivir en contextos populares, meditar la palabra de Dios desde esos contextos, para entonces después elevar un discurso teológico a la luz de lo que la gente le va indicando, señalando, meditando en esa lectura orante de la palabra, que hace la gente de los sectores populares.

–Porque entiende que en ese mundo hay un elemento universal, un problemque le concierne a toda la humanidad
–Digamos que es un lugar donde Dios se puede revelar. En términos de la teología de la liberación, esto sería: en el mundo de los pobres, Dios se revela. Y para mí, desde luego, ese es un lugar de revelación. Claro, tú puedes tener posiciones más extremas, como por ejemplo decir: es el lugar de la revelación.

–¿Es un momento estelar, como dice, que le permite a los jesuitas ganar un enorme prestigio en los años 90?
–Siento que después de esos sucesos, empieza un proceso de revisión del discurso a la luz del neoliberalismo. Y eso nos obliga a dialogar con esta estructura de pensamiento. Acuérdate que se ha caído el Muro de Berlín, se ha impuesto el final de la historia. La Compañía se comprometió -el Centro Gumilla, fundamentalmente- con la educación de los pobres en la consecución del fortalecimiento del poder popular, de la autonomía de las organizaciones, de las dinámicas cooperativas, cosa con la cual veníamos trabajando desde hace tiempo.
El Proyecto Catuche es ese tipo de modelo de experiencia que hace énfasis en cómo organizar a una población para que pueda luchar, en virtud de sus necesidades e intereses, por sus derechos fundamentales, como lo es el derecho a la vivienda. Y esa experiencia se reflexiona, se medita, se organiza, se piensa, se escribe. Por allí marcha el pensamiento jesuita y detecta cómo empoderar a los sectores populares desde el imperativo de ser un proceso exitoso, productivo y competitivo. Aquí entra el dialogo con el liberalismo.

–¿Y qué tipo de diálogo estableció la compañía con el proceso bolivariano?
–Al principio hubo la aceptación de un número bastante importante de jesuitas a las propuestas que Chávez promovió. Se compartía la democracia participativa. Eso estuvo en el discurso de Chávez entre 1999 y 2005, aproximadamente. Eso no indica que gente connotada, como Luis Ugalde, expresara desde el principio su rechazo al modelo, especialmente por el elemento del autoritarismo. Esto va a marcar mucho el rechazo progresivo que la Compañía va a expresar hacia Hugo Chávez.
Ciertamente se rechazó el proceso político y se rechazó por autoritario. La expresión del poder centralizado en el presidente, y especialmente el personalismo como modelo político, generó alarmas inmediatas porque, evidentemente, no es un modelo democrático. Es un modelo republicano populista o popular, pero no un modelo democrático.

Una posición alternativa y propia
–¿Cuán complicado fue para la Compañía denunciar el autoritarismo pero tener, a su vez, tanto protagonismo en hechos como el 11 de abril de 2002?
–La Compañía estaba bastante dividida en ese momento. Dependía de qué valoraras: hay mucha gente que valoró el elemento de lo social como fundamental y por tanto apostó a Chávez desde esa perspectiva, minimizando los vectores autoritarios, que no podían negarse pero les parecía, en todo caso, que podían ser un mal necesario o un mal menor en el proceso de transformación sociopolítica.
Y después había otro grupo que pensaba que esos elementos autoritarios eran los que, fundamentalmente, acompañaban al gobierno de Hugo Chávez. En ese sentido se denunciaba que el proyecto era excluyente de un sector social e iba a llevar al empobrecimiento de nuestra sociedad, en el mediano y largo plazo.

–El dilema era estar de un lado o del otro
–Tienes una persona como Luis Ugalde, tienes una persona como Mikel de Viana, un personaje de gran participación y que tuvo un manifiesto y frontal rechazo hacia Hugo Chávez, desde la lectura del autoritarismo. Pero tenías personas que avalaban el proceso, José Virtuoso, por ejemplo, era cercano. No es que no ventilaran los problemas, pero creían que los elementos más positivos del proceso estaban dados. Tenías una persona como Miguel Matos, que quizás durante toda la vida fue cercano a Chávez.
Puedo decir que la revista SIC señaló, en varias oportunidades, este carácter autoritario del proceso y rechazó, por ejemplo, elementos de la Constitución de 1999 porque había en ella una tendencia autoritaria, centralizadora del poder, de afirmación de derechos sin dar los mecanismos a través de los cuales pudieras ejercer esos derechos. Y esos señalamientos produjeron una ruptura con los planteamientos del chavismo. Así se execró al Centro Gumilla y a la revista SIC.

–¿Esa ruptura los afectó en términos de interpretar el mundo desde lo popular?
–Creo que durante mucho tiempo no logramos conseguir un discurso que pudiera ser verdaderamente del mundo de los pobres, que hablara desde los sectores más populares sin sonar chavista, pero tampoco de oposición. Y ese es quizás el problema: ser capaces de tener una posición alterna. Tratamos de buscar, tratamos de llegar a un punto medio. Creo que nos llevó mucho tiempo el ejercicio de responder a la pregunta “qué significa estar en una posición alternativa y propia”. No logramos ubicarla. Y eso nos agotó durante largo tiempo.

–¿En que año empieza la Compañía a recuperar esa visión alternativa?
–¡Guao! Eso sí está difícil. ¿La hemos recuperado? Primera pregunta. Creo que en los últimos años, dos o tres, el discurso de la Compañía en los medios de comunicación está volviendo a ser escuchado como un discurso capaz de interpelar a los dos sectores, que aparecen como sectores enfrentados u opuestos en la política venezolana.
–Un rol difícil
–Creo que lo hemos ido buscando y creo que hemos ido encontrando un camino.

–¿A partir de cuándo comienza esa nueva manera de pararse en el debate político del país?
–El Centro Gumilla, entre los años 2007-2010, entra en un proceso de diálogo con las organizaciones populares, incluso chavistas –consejos comunales- ahí empiezan a aparecer un conjunto de informaciones que tienen que ver con estudios estadísticos que vamos haciendo. Pero también hay un trabajo de fondo. ¿Cuales eran las necesidades de participación? ¿Qué elementos positivos se estaban dando dentro de eso que se llama consejos comunales? Empezamos a crear cursos de formación que le daban herramientas para la planificación, la supervisión de planes y para contactarse entre ellos. Todo eso con la estructura del Centro Gumilla.
Iniciamos un proceso progresivo-alternativo ¿Por qué? Porque aceptábamos los elementos de la democracia participativa, que estaban dándose dentro del chavismo, aún conociendo sus falencias o críticas, pero tratando de fortalecer aquellas dimensiones que efectivamente daban de sí como democracia participativa. El Centro Gumilla empezó a caminar hacia allá y te puedo decir que tanto chavistas como opositores nos piden hoy los cursos de formación en las comunidades.

–¿De qué fecha estamos hablando?
–En los últimos dos años. Hay todo un reconocimiento de lo que el centro ha venido construyendo. Es un proceso que tuvo que ver con lo que acabo de decir: buscar una posición alternativa, que partiera del hecho de que no nos gusta el chavismo, pero tampoco la oposición. Para nosotros ha sido un proceso doloroso, difícil, complicado, discutido, que se centraba en buscar la respuesta de “dónde está el pueblo en nuestra alternativa”.
Una posición en la que no aceptamos ciertos elementos del chavismo, pero donde sí le reconocemos aportes al proceso político. Y, por otro lado, nosotros rechazamos un simple regreso al pasado. Digamos que en el planteamiento que hace la oposición, hay mucho de regreso al pasado.

Rechazar lo que existe, evitar el salto atrás
–¿Una visión alternativa pasa por rechazar elementos del chavismo, pero a su vez evitar el regreso al pasado?
–El deslinde, como te acabo de decir, tiene que ver con el autoritarismo. Rechazamos la centralización del poder, la versión de un solo grupo en el gobierno, la no capacidad de control. Esto fue progresivo. Nosotros creemos mucho en la autonomía de la organización popular y vamos descubriendo que eso es negado dentro del chavismo, que todo pasa por ser absorbido por la estructura del partido o del gobierno.



–¿Esa dependencia al partido o al gobierno qué resultados ha producido?
–Siento que ha empobrecido mucho a la organización popular, que por cierto en este último año ha empezado a recuperarse. ¿Se empobreció por qué? Porque quedó supeditada a la lógica de las necesidades del gobierno y no a las de las propias comunidades. Incluso aceleró su debilitamiento.

–¿Hay menos democracia?
–Creo que en la práctica ha habido mucho menos democracia. Existe la percepción de que había un mayor nivel de participación, pero siento que al final del día no se generó la necesaria autonomía como para que la gente fuera una voz y tuviera su propia actitud frente a la realidad.


–¿Y deslindarse de la oposición qué significa?
–Hubo un deslinde bastante fuerte, de hecho. La oposición nos leyó en estos años como cripto-chavistas. Esa fue la lectura que yo siempre sentí del lado de la oposición. Quiero recordar que cuando a mí como Provincial, en el año 2010, me tocó pensar en el nuevo rector de la Universidad Católica Andrés Bello, porque salía el Padre Ugalde, el temor era que tanto Arturo Sosa como José Virtuoso fueran cripto-chavistas.
Alguna noción tenían como para decir que Arturo Sosa era un cripto-chavista. Y eso que Arturo se había enfrentado a Chávez, discutió varias veces con el presidente. Hubo muchas escenas entre Arturo Sosa y Hugo Chávez, encuentros y desencuentros. La oposición, como no tiene norte, va diciendo cosas muy diversas y muy distintas que a veces son complicadas de interpretar.

–¿Es un tema de falta de norte lo que los alejaba de la oposición?
–Primero el verbo en pasado que usas resulta un poco simpático porque no es pasado, sino presente.

–Hablemos en presente entonces
–De ninguna manera nosotros vemos el retorno al pasado, pensamos en la democracia participativa como el modelo ideal a seguir. Y en ese sentido, no hay ningún planteamiento alternativo de la oposición que signifique reconocer los elementos de justicia social y participación política de la población. No es un elemento nuclear en su discurso. Y siento que desde allí hay un sesgo de apartamiento, porque para nosotros esos elementos son importantes, al momento de poder identificar el lugar desde donde nosotros vemos el camino.

–¿La conclusión es que todo el mundo aquí está marcado por sus errores?
–La Compañía, como género, no es un buen género. Como no lo es tampoco la oposición. Incluso, no lo es el chavismo, porque dentro de él consigues muchas cosas y mucha diversidad. Incluso, contradicciones.
Voy a dejar claro lo del no retorno al pasado. En la historia de Venezuela aparece la generación del 28. Y sucede que poco después, Román Delgado Chalbaud viene montado en el Falke a tratar de hacer lo que se hizo durante todo el siglo XIX: tomar una playa con un grupo armado, que después vence al ejercito del gobierno hasta llegar a Caracas y entronizarse en el poder. Así fue la Guerra Federal. O si quieres hablamos de lo que hizo Bolívar o Cipriano Castro.
¿Qué sucede, en concreto, en esta historia? Iban a buscar, en La Blanquilla, a Rómulo Betancourt, a Jóvito Villalba y creo que también estaba Raúl Leoni. Por mera casualidad, no llegaron a encontrarse. Cuando estos jóvenes se aparecen en el puerto, ya el Falke había zarpado. La historia es conocida: una historia romántica y hermosa. Muere Delgado Chalbaud, envuelto en la bandera nacional, delante de las fuerzas del gomecismo, que son las fuerzas del siglo XX. En definitiva, no se podía pelear contra el gomecismo ni contra su institucionalidad con las mismas armas del siglo pasado. Tenías que asumir esa realidad o superarla, pero no podías volver atrás.
La pregunta es: ¿La oposición se está subiendo al Falke o va a generar una alternativa? ¿Por qué yo hablo de la oposición en estos términos? Porque estamos aún en el escenario del Falke. Estamos en el escenario de la vuelta atrás. Estamos en el escenario de que podemos regresar al pacto de caudillos.

–¿Qué impediría un salto atrás en estas circunstancias?
–La sociedad venezolana cambió, se complejizó. Se ha vuelto políticamente más adulta. Por tanto, a mí no me parece viable o posible un regreso a los modelos institucionales anteriores. Se tiene que elaborar un proyecto mucho más complejo e incluyente. Eso es lo que yo quisiera apostar con la gente pobre.
El problema fundamental del país, si tuviera que hacer la fotografía, es que no tenemos aún el modelo alternativo construido. Tuvimos solo un periodo de transición: el chavismo se constituye en una transición de salida del modelo democrático representativo.
Este proceso se fija únicamente sobre la legitimidad del carisma de una persona. Ausente la persona, terminas por no tener ningún sistema, ni tener nada. Y ese es el momento actual. Es un momento de ausencia de legitimidad. Porque la legitimidad no es un problema de papeles y textos constitucionales, salvo que la misma institucionalidad hubiera adquirido la fuerza necesaria para sustituir la legitimidad del líder carismático. Pero no ha sido así.
El problema actual es que el modelo no tiene, en realidad, la suficiente consistencia para que los poderes públicos sean por sí mismos legítimos ante la población. No con eso estoy incitando a un golpe, quiero ser muy claro.

La anarquía y el temor al Leviatán
–¿En este escenario, cómo construir legitimidad?
–Estamos a la búsqueda de una nueva legitimidad. Una legitimidad que supone el elemento de participación popular democrática como elemento nuclear de la propuesta. Si eso no aparece en el discurso, la propuesta política no va a tener éxito.
El chavismo se mueve en la inestabilidad, porque los elementos de legitimidad que produjo el proceso del personalismo político –que eran la gran renta petrolera y el carisma de Hugo Chávez- se han ido. No está ni A ni B. Y ninguno de ellos puede sustituir esos dos elementos. Por tanto, están tratando de reconstruir la legitimidad, pero realmente no creo que hayan logrado mayor cosa.

–¿Por qué?
–Siento que no están logrando representar el sueño que Hugo Chávez le dejó a la población. Bueno o malo, no estoy calificándolo. Lo más importante para el ser humano es conseguir un proyecto que le dé sentido y consistencia a su existencia. Especialmente, en términos de política, cuando se trata de actuar colectivamente.

–¿Cuál ha sido el efecto que produjo la narrativa del chavismo en Venezuela?
–Le dio consistencia social a los individuos que se inscribieron en esa narración. El chavismo era una versión donde tu te veías como un sujeto ideal, hijo de gente valiente, que estaba llamado a una misión que tiene sentido y que tiene horizonte y un camino hacia la felicidad. Es más, pruebas el camino a través del rentismo petrolero.
El problema fundamental del Estado de Bienestar montado por el chavismo es que no es capaz de reproducirse a sí mismo y, por tanto, es inviable. Ese es su problema. Está atado, lamentablemente, al ciclo del petróleo, que tiene ciclos de alta y de baja.
El chavismo no representó ninguna alternativa y ahí es donde vendría mi pregunta, por lo menos en términos del marxismo más clásico: ¿cuál fue el cambio revolucionario, en términos de relaciones, medios y modos de producción?

–¿Los hay?
–No. Seguimos siendo el mismo país rentista. Para pensar una verdadera revolución, debías pasar del modelo de producción primario a un modelo de producción industrial. O, eventualmente, pasar del actual modelo rentista a un modelo de producción tecnológica. Todo el que tenga una computadora es capaz, en algún sentido, de producir un bien que pueda ser eventualmente comprable por otros agentes. Y depende, en buena medida, de su propia creatividad.

–¿A dónde fue a parar el orgullo colectivo que sentía el pueblo chavista?
–Los ciudadanos están sufriendo, están enfrentados al monstruo de la anarquía y eso a mí me asusta mucho. Detrás de semejante frase –en teoría política- hay todos unos elementos muy oscuros, muy difíciles, cuando se habla de enfrentar la anarquía. Estás pensando, obviamente, en quién será el que levante el Leviatán, con todo lo que eso significa.



–¿Estamos en el momento en que mandan los lobos?
–Estamos en la época de los lobos. El Leviatán se convierte entonces en una exigencia de la situación. Yo no quisiera ni siquiera pensarlo. Pero escucho a la gente todos los días, todas las veces, repitiendo “qué desastre, ¿cómo es posible?”, ante la anarquía existente. Y eso genera mucha angustia, mucho sin sentido.

–¿El chavismo pasó de ser una potencia simbólica a padecer la dispersión de los impotentes?
–Debo decir que cuando te refieres a Chávez en sentido de potencia colectiva y auto-orgullo, eso efectivamente existió. La política consiste en eso: puedes sublimar todas tus necesidades y dolores actuales en función de un futuro en el que ves sentido y proyecto. Y, por tanto, de alguna u otra manera, puedes encausar las energías colectivas en función de un fin, perseguido por la gente común.
Eso, para el ser humano, es fundamental. Por eso yo no critico en absoluto lo que Hugo Chávez hizo. Ahora, que me parezca mejor o peor el planteamiento, eso es harina de otro costal.

Contra la inmediatez, un proyecto a futuro
–¿Qué hacer en este momento donde cada uno de los actores le falta algo para ofrecer una narrativa que vuelva a enlazar a la sociedad?
–Menos inmediatismo. Se piensa sólo en ganar las elecciones, por ejemplo. Y así se van postergando las decisiones que la sociedad venezolana tiene que tomar. Se gana un proceso electoral como si fuera la salvación. Este inmediatismo venezolano nos está haciendo un profundo daño. Ya el “Dakazo” fue un signo de eso. Creo que veremos otras medidas, en esa misma dirección, que buscan un elemento efectista y que, en el fondo, lo que van a hacer es empobrecernos más.
Del lado de la oposición, no estoy nada de acuerdo con que el problema sea una movilización de calle que produzca un cambio por vía de la fuerza. Creo que eso tiene poco aliento. Ya se mostró en el 2002 y en diversas ocasiones. Siento que la gente esta profundamente cansada y los sectores populares no están dispuestos a acompañar semejante acción.

–El fantasma de la guarimba
–No entiendo cómo no se dan cuenta. En el 2014 no hubo sector popular -en términos importantes- que acompañara ese proceso de movilización. Y, de nuevo, lo que hicieron fue agotar fuerzas políticas y eso terminó, a mi juicio, en un gran vacío.
Al final del día, si se hubieran invertido esas fuerzas en construir bases populares para un proceso alternativo, en el cual esos sectores hubieran descubierto la posibilidad de tener una voz alterna que expresara sus necesidades y se les reconociera como sujeto, quizás hoy tendríamos otro escenario.

–¿Qué esperaría de un gobierno en aprietos tan complejos?
–¿Qué esperaría? Creo que tiene unas bases muy importantes en el discurso social, pero que requiere reasumir esas líneas desde una posición distinta. Creo que hay que aprender a pasar las página. Pero Maduro no lo hace y se queda atrapado en el discurso polarizado que ya no tiene sentido. No estamos en ese momento político, ni hay un líder carismático que parta al mundo, con su persona, entre los favorables y los contrarios. Eso no es lo que está ocurriendo ahora.
No veo que Maduro esté viendo el presente sino que sigue atado a una situación del pasado, que se está muriendo. Y con ese cadáver, nos estamos pudriendo. Se está pudriendo el proceso del chavismo.

–Las colas se las regaló el chavismo, por efecto, a la oposición. Es decir, le dio un espacio poderoso en la calle. ¿Lo ha aprovechado?
–Tu vas en un carrito, de pronto sale alguien que protesta en voz alta y no hay nadie del chavismo que diga nada. Silencio. Antes, eso no era así. El chavista ya no se siente orgulloso ni de su gobierno, ni de lo que es él. Seguirá siendo chavista porque le parece que es la mejor alternativa o por lealtad, que es un valor importante en la gente que está más comprometida. Pero eso no significa que se sienta orgulloso de su movimiento. Cada vez siento que esto los golpea más. Y el chavismo no logra levantar. Pero la oposición tampoco lo termina de aprovechar, porque no son una alternativa.

–Las carencias son gruesas para cada bando: rehacer el chavismo sin Chávez y construir un proyecto alternativo e incluyente desde la oposición. ¿Qué hacer aquí y ahora?
–Justamente porque hemos tocado fondo en temas muy neurálgicos, es que hay posibilidades de sanación, más que en otro momento de la historia. Es verdad que no aparecen los actores, que hagan o propongan una alternativa. Creo que hay que trabajar mucho en términos de organización popular. Creo que hay que seguir insistiendo en cómo formar a nuestra gente, en términos de organización popular y de verdadera democracia dentro de las comunidades.
Creo que un segundo trabajo es fortalecer la dinámica educativa y la educación para el trabajo y la creatividad, como una alternativa que vaya orientada a la salida del rentismo petrolero, en el que estamos trancados. A través de Fe y Alegría, digamos, hay una propuesta larga de trabajo, desde la educación, que puede efectivamente sacar emprendedores. Ojalá también forme emprendedores colectivos, no solo emprendedores individuales con la lógica del mercado metida en la cabeza.
A través del Centro Gumilla y de otras instancias que hemos articulado dentro de la iglesia, estamos formando a la gente en el sentido de ciudadanía y participación. Yo creo que eso es básico para una nueva ética y una nueva moral republicana. Ahora bien, ¿qué falta para lograr levantar la mesa? Hace falta el elemento político. Y ese no aparece, todavía. Lo que aparece son los pactos, los arreglos de momento. El arreglo del poder. Pero no una propuesta política que empiece a ganarse el corazón de la gente. Eso dura tiempo.

–Hay quienes ante esa circunstancia hacen maletas
–Pero por ahí es el camino de salida del país. Hay gente que no está dispuesta a acompañar esta gestación, entiendo que se vaya. ¿Qué es lo que yo creo que tendría que decirle a esa gente? Mire, sí. Construir este país nos va a llevar un largo trecho, pero tenemos la posibilidad de reconstruir, desde las bases, esta sociedad. Efectivamente, hay condiciones, porque hemos tocado fondo en las heridas del civilismo y el militarismo, en los temas del rentismo petrolero, del autoritarismo. Incluso en los temas de familia, en términos de educación.
Siento que esto es muy propicio para levantar el proyecto que necesitamos en este siglo. Y quienes se embarquen en él, probablemente, tendrán posibilidades de ver los frutos: el de un proyecto futuro con sentido para el país.

TOMADO DE CONTRAPUNTO.COM/HÉCTOR BUJANDA

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