Fernando Mires 28 de julio de 2015
Los medios periodísticos daban por
descontado que en las múltiples conversaciones mantenidas con representantes
del gobierno de Grecia, el Ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble y la
Canciller Ángela Merkel, practicaban el conocido juego de “el policía malo y el
policía bueno”. Pocos pensaban que entre ambos -compañeros de trabajo desde
hace más de treinta años- pudiera haber diferencias. Pero las había.
Terminadas las negociaciones, la
división al interior de las huestes socialcristianas fue más que notoria.
Sesenta diputados de la CDU/CSU votaron en el Parlamento en contra de las
recomendaciones de Merkel.
La verdad, tanto Alexis Tsipras como
Ángela Merkel terminaron después de las conversaciones como pájaros
desplumados. Era el precio que tenían que pagar por haber aceptado un acuerdo
que no dejó felices a ninguna de las dos partes. Al gobierno alemán porque
deberá dar cuenta a sus electores de las inmensas sumas de Euros lanzadas al
“agujero negro” de la economía griega. Al gobierno griego porque hubo de romper
con todas las promesas que le permitieron ganar, primero las elecciones, y el
insólito referendo, después.
Afortunadamente tanto Merkel como
Tsipras hicieron lo que debieron hacer. Merkel fue fiel a la idea de la unidad
europea. Tsipras demostró poseer ciertas dotes de estadista al aceptar su
propio deterioro antes de huir fuera de Europa como sugerían, de modo no
sincronizado, los ministros de finanzas, Schäuble y el renunciado Varufakis.
Este último, además de burócrata, reconocido demagogo.
Desde un punto de vista técnico,
Schäuble y Varufakis tenían, sin embargo, razón. Grecia no se encuentra ni
siquiera en un mediano plazo en condiciones de saldar su deuda externa. Ambos
ministros opinaban que fuera de la zona del Euro, Grecia podrá curar sus
heridas financieras, para después, y en mejores condiciones, reintegrarse a la
comunidad europea. Sin embargo, lo que ambos no supieron percibir fue que el
problema griego no es técnico sino político.
Grecia juega tanto en sentido simbólico
como geoestratégico un rol fundamental en el difícil proceso que llevará a la
construcción de la unidad europea. Lo que estaba en juego en el problema griego
–y ese es el punto que no ha querido entender Schäuble- era la idea de una
Europa políticamente unida, una unión que va más allá de cálculos financieros,
es decir, una Europa que decide unirse para enfrentar no solo a problemas
comunes sino, sobre todo, a enemigos comunes.
Merkel a diferencias de Schäuble sabe
muy bien lo que está en juego en Grecia. Sabe por ejemplo que las aspiraciones
de Rusia para convertir partes de Europa en zonas de influencia no son simples
fantasías. Sabe que Putin apoyó el referendo griego y que en conversaciones con
Tsipras se refirió sin ambages a los lazos de identidad religiosa (el
cristianismo ortodoxo del cual el ex -ateo Putin se ha convertido en ferviente
devoto) que unen a Grecia y Rusia. Sabe, además, que el concurso estratégico de
Grecia es fundamental en la zona mediterránea, tan lejos de Dios y tan cerca de
los ejércitos del ISIS. Sabe, por último, que Grecia ha mantenido fuertes
tensiones con Turquía (problema de Chipre). Y, no por último, sabe que el
presidente de Turquía, Erdogan, no solo no es excesivamente democrático sino,
además, imprevisible y poco confiable.
Por si hubieran algunas dudas, el mismo
Erdogan ha terminado por dar la razón a la política internacional de Ángela
Merkel.
Erdogan ha iniciado una campaña militar
en la región islámica declarando una guerra paralela en contra de los ejércitos
del ISIS por una parte y en contra del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK)
por otra, atacando las posiciones que este último mantenía en Siria e Irak.
Con sus maniobras, Erdogan intenta matar
a dos pájaros de un tiro. Primero, dejar claro a Occidente que Turquía y no los
kurdos son sus aliados “naturales” en la guerra en contra de ISIS. Segundo,
erigirse en baluarte en la “guerra en contra del terrorismo kurdo” y así, por
medio de la vía militar recuperar en su país posiciones políticas perdidas en
la vía electoral.
El problema es que el PKK ha logrado
contar en la guerra en contra del ISIS con un decidido apoyo militar de EE UU y
la UE. Al liquidar el complicado proceso de paz entre el PKK y otras
organizaciones kurdas y Turquía, Erdogan corre el riesgo de apagar los
incendios provocados por el ISIS con parafina kurda. No sin razón la
aparentemente frágil, pero muy decidida ministra de defensa alemana, Úrsula von
der Leyen, criticó duramente a los procedimientos bélicos de Erdogan.
Nadie sabe si al burocrático ministro
Schäuble le ha dicho alguien que Grecia está situada muy cerca de Turquía
cuando él estaba tan ocupado sacando cuentas con números griegos y alemanes. Lo
cierto, es que más allá de su miopía política, casi todo el mundo se ha dado
cuenta que, si bien Grecia necesita económicamente de Europa, Europa necesita
política y estratégicamente de Grecia.
¿Imagina alguien lo que habría sucedido
si en estos precisos momentos, justo cuando el gobierno alemán necesita mostrar
suma firmeza frente a las pretensiones militaristas de Turquía, Grecia hubiera
sido expulsada de Europa?
Muy interesante habría sido conocer la
opinión de Schäuble. Hasta ahora nadie la conoce. Pero el problema, en el
fondo, no es Schäuble. El problema es la existencia de una clase política
burocrática –no solo alemana- que intenta asumir los destinos políticos del
continente. Frente a esa clase se levantan en casi todos los países europeos
los eurofóbicos movimientos nacional-populistas. Entre ambos flancos aparecen
de vez en cuando algunos destellos políticos como los que impulsaron a Merkel a
jugárselas por la permanencia de Grecia en la UE, lugar al que los griegos
pertenecen por razones históricas, culturales y políticas.
Ángela Merkel ha probado, una vez más,
ser entre los estadistas de Europa, la mejor.
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