Simón García 25 de julio de 2015
@garciasim
El debate sobre la forma del poder
establecido en nuestro país es un asunto académico y político. Necesita el
auxilio de la teoría para formular sus conclusiones y de la política para
validarlas. Su objetivo inmediato es lograr una estrategia que mejore la
calidad y la eficacia de la lucha por los cambios.
Definir con la mayor precisión posible
la naturaleza del poder permitirá calcular las respuestas que pueden esperarse
de él, la clase de impugnación que puede debilitarlo y el tipo de oposición
necesaria para derrotarlo. Asunto que tiene que ver con el país y la situación
personal que queremos tener.
Durante mucho tiempo sectores
importantes de la oposición han tomado decisiones suponiendo qué actúan dentro
de un régimen democrático o han realizado iniciativas de enfrentamiento radical
que permiten al poder justificar su autoritarismo. Aunque hemos ido afinando el
punto para acumular fuerzas con sentido alternativo.
Entre las dificultades que opacan la
comprensión del actual poder pesa el hecho de que, en varios aspectos, no se
comporta como una dictadura convencional. Promueve sus eventos electorales o no acude al terror masivo y
sistemático. Desde esa perspectiva, usando los viejos lentes para caracterizar
a una dictadura, el actual gobierno no se parece en nada al de Pérez Jiménez.
Es peor.
La proyección de una imagen democrática
enmascara la aplicación de nuevas formas y métodos para lograr el control y la
subordinación absoluta de la sociedad al poder. El célebre tratado sobre el
totalitarismo de Hanna Arendt fue escrito en 1951. Desde entonces se desentrañó
la estructura del ADN y se completó el mapa del genoma humano, se desarrolló la
incursión en el espacio, apareció la computación, se crea la TV en colores, el
CD, la Internet, Google, la nanotecnología. Nacen modalidades que hibridan
autoritarismo y democracia.
Karl Schogel, autor de Utopia y terror,
señala que el uso de nuevas formas de violencia dictatorial no implica una
reproducción directa del estalinismo. Los enemigos de la democracia han
desarrollado adaptaciones formales a ella para mimetizarse mientras la destruyen. No tiene campos de concentración,
pero a los declarados como enemigos se
les excluye del funcionamiento del sistema, se descalifican y se hostigan
constantemente.
El hecho determinante es la sustitución
del propósito de gobernar por el de dominar, el servicio a la sociedad por la
exaltación del Estado, el terror por el temor y el aparato policial por el
aparato ideológico. En esta fase no han podido instaurar el partido único, pero
lograron el control de la armas, de las comunicaciones, de la economía y del
aparato institucional. Su lógica está articulada en torno a perpetuar una élite
de privilegiados en el manejo del poder.
Lo nuevo es que han perdido el apoyo de
masas requerido para imponer sostenidamente relaciones totalitarias y que la
sociedad misma está abriendo cursos para reunificar el país, tener crecimiento
económico con justicia social y mejorar la calidad de vida de los sectores que
están luchando por sobrevivir.
Subsisten elementos propios de una
democracia, pero es una democracia enjaulada. Los gatos aparentan un cambio de
color, pero siguen comiendo ratones.
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