FÉLIX PALAZZI sábado 27 de febrero de 2016
Nuestro
tiempo, como todos los otros períodos de nuestra historia, presenta su propia
dificultad. El atolladero de nuestro presente consiste en la inviabilidad de
todo principio o regulación que permita la coexistencia social. Toda idea o
proyecto, por más noble y necesario que sea, termina naufragando frente a la
desproporcionada atrofia de las instituciones. En esta asimetría de relaciones
es fácil interpretar o implorar cualquier principio si se controlan los medios
y las instituciones para imponer una sola versión de los hechos.
Estamos presenciando un interesante período en el cual se discuten conceptos importantes para nuestro futuro, como son la reconciliación nacional y la amnistía. Una amnistía que, en especial, debe llegar tanto a aquellos ciudadanos comunes sometidos a procesos judiciales sin límite de caducidad, así como a aquellos que se encuentran recluidos en condiciones inhumanas. Es importante escuchar y valorar las voces de las distintas organizaciones civiles que han surgido como una respuesta ante las injusticias. Valorarlas y escucharlas significa fomentar la fuerza civil y democrática de nuestra sociedad.
Más allá de cuál sea el futuro de la Ley de Amnistía y Reconciliación, necesitamos entender que "sin perdón no hay futuro". Ante la incapacidad de perdonar o el riesgo político que esto representa es preferible caricaturizar el perdón. Perdonar no es olvidar. Es obvio porque perdonar no es inducir a la amnesia o al olvido. Sería caer en la falsa caricatura del perdón bobo e inocente con el cual muchas veces se ha mal interpretado la misma profundidad y realidad del perdón. Es algo similar a la expresión común "borrón y cuenta nueva", como si la historia estuviese hecha de segmentos que podemos callar o ignorar.
Perdonar tampoco significa excusarse. Lo que es excusable no necesita del perdón. Es precisamente lo inexcusable, aquello que necesita ser perdonado. Lo excusable puede ser comprendido y, como consecuencia, corregido. Uno se excusa cuando ha causado una molestia o un contratiempo. Pero el perdón es algo mucho más complejo y juicioso. Si queremos citar a Cristo y al evangelio para hablar del perdón, como se ha escuchado recientemente en público, entonces se tiene que dejar de lado todas estas caricaturas. Para Jesús el perdón es una realidad mucho más honda que la mera palabra. El perdón es amor, liberación o don, y significa recomponer el orden las relaciones. No es mera charlatanería.
En palabras de la filósofa judía Hannah Arendt, el perdón "es la única reacción que no reactúa simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma inesperada, no condicionada por el acto que la provocó y, por lo tanto, libre de sus consecuencias, lo mismo para quien perdona como aquel que es perdonado". El perdón, en este caso, es la única posibilidad de salir de este atolladero en el que nos encontramos.
Perdonar es más que promulgar una ley. Nos compromete a todos. Para entenderlo conviene recordar aquella anécdota judía del rabí que preguntaba a sus discípulos: "¿cuándo llegaremos distinguir la luz de la oscuridad?" Y uno de sus discípulos le respondió: "cuando podamos distinguir entre una cabra y un asno". "No", contestó el rabí. A lo que otro discípulo respondió: "cuando podamos distinguir entre una planta de higos y otra de palma". "No", contestó de nuevo el rabí. Esto causó la incomodidad de sus alumnos, quienes dijeron: "dinos entonces la respuesta". Y el rabí respondió: "No, hasta tanto podamos distinguir en el rostro de cada hombre y de cada mujer a mi hermano y mi hermana. Solo así puedo ver la luz, mientras tanto todo es oscuridad".
Felix Palazzi
Doctor
en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@FelixPalazzi
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