Por Ricardo Sucre Heredia
En la opinión del mundo
unitario, se discute cuál fórmula constitucional para salir de Maduro y de su
gobierno. No es un tema en el cual tenga mucho que decir, ya que mi posición
todavía se mantiene, cual es respetar los lapsos de la carta magna, y hacer
política en cada uno de ellos. En otras palabras, construirse como alternativa
para ganar en las presidenciales de 2018, y crecer más en las regionales de
2016 y las municipales de 2017.
Ciertamente, Venezuela vive su
peor momento –sólo la tasa de inflación de 2015 reportada por el BCV de 180,9%
lo evidencia- y la responsabilidad mayor es del gobierno de Maduro, pero
argumentos así también se dijeron en otros momentos de la historia del país.
Basta una revisión hemerográfica de hace 20, 25, o 30 años, y hallaremos que
los “titulares de ayer”, son los “titulares de hoy”, y muy probablemente, serán
los “titulares de mañana”. Nuestro particularCorsi e Ricorsi.
Mi punto no es negar lo grave
del momento, el cual demanda soluciones, sino cuestionar “la” solución
propuesta, que es cambiar gobiernos sin construir gobernanza o capacidad
institucional para poder gobernar. Creo que 5 lustros son más que suficientes
para abonar la tesis que las vías rápidas en política no funcionan. Al menos,
para cambiar gobiernos.
Sin embargo, matizo mi
afirmación anterior. La constitución de 1999 abre la posibilidad de cambiar
gobiernos e, incluso, toda la estructura política, mediante una gana de
mecanismos. Si se trata de evaluar un gobierno que se considera no lo hace
bien, el revocatorio y los referendos en general, parecen ser los instrumentos
adecuados para hacerlo. Si se trata de ampliar o proteger la carta magna, los
instrumentos previstos en los títulos VIII y IX -enmienda, reforma- son los
pertinentes.
No obstante el matiz, mi
planteamiento tiene un argumento. A CAP lo celebran hoy. Naím y Haussman hoy
son llamados “Moisés” y “Ricardo”, pero no fue así en 1989-1993. A CAP lo
sacarificaron, también “constitucionalmente”, faltando apenas 5 meses para las
presidenciales de 1993. No solo fue sacrificado, también fue humillado. Tanto,
que el Expresidente expresó una citada frase,“Hubiese preferido otra muerte”.
A Velásquez también lo
quisieron sacar o promoverle crisis política –los “carros bomba”- a pesar de lo
breve de su mandato (menos de un año).
Caldera tampoco se salvó. Ni
siquiera se había “montado en la silla”, y destituyó al Ministro de la Defensa
y varios “notables” implicados en un intento de golpe o algo parecido. Chávez
también le pidió la renuncia. Hoy celebran los 100 años de Caldera y muchos
desearían que estuviera vivo, pero durante su segundo gobierno, los rumores y
la astrología lo mataron varias veces. Posiblemente, haya logrado algo de paz
cuando hizo su versión del “Pacto de los dólares” a través de la Agenda
Venezuela y la apertura petrolera en 1997.
Llegó Chávez en 1999 de la
mano de la mayoría de los electores y de poderes fácticos, los que hoy actúan
como si nunca lo hubieran conocido o apoyado. Ese maridaje Chávez-poderes
fácticos-notables duró desde 1999 hasta diciembre de 2001. Cada miércoles en su
programa, Cabello les recuerda ese matrimonio, al leer las portadas lisonjeras
de ciertos medios, y les espeta, “¿Pensaban que íbamos a trabajar para
ustedes?”. A Chávez sus aliados lo tumbaron por dos días, y regresó el 13-4-02.
De esa experiencia, Chávez se radicalizó y también se recuerda otra famosa
expresión de un Expresidente, “El Chávez pendejo de 2002, se acabó”. Hizo
honor a esa frase.
Maduro arribó en abril de
2013. Desde ese momento, hasta la fecha de esta entrada en el blog, lo más
que he escuchado es sobre su salida. Lo primero que oí fue la “tesis de los
gobernadores”, la que hoy revive. Luego, la de los “hombres fuertes” quienes
eran los que realmente mandaban. Después, la tesis del “compadre” (Cabello).
Más tarde, la versión del “alto mando militar”. La siguiente, fue el
plebiscito. Pasó después a “La Salida”. Le siguió la “hambruna” y la “crisis
humanitaria”. Ahora la pelota está en el PSUV, partido que “tiene que ser parte
de la solución”, y en las FAN, para sacar a Maduro. Y nos acercamos a marzo de
2016.
La salida de CAP en 1993 –la
que inició esta “perversa ruleta política”- fue vendida como la gran
manifestación de la “independencia de los poderes”, que marcaría una pauta de
progreso e institucionalidad en el futuro de Venezuela. No sé si esa pauta sea
el TSJ del presente.
Creo que de mayo de 1993 a
marzo de 2016, el balance de esta política es francamente desastroso y costoso
para Venezuela. Por supuesto, a nivel de las élites o los tomadores
de decisiones, este costo no es alto, salvo excepciones, pero para el
ciudadano ¿Cuánto ha sido y es el costo desde los 80? ¿Cuánto más quiere o
puede pagar?
Una de mis hipótesis para
explicar por qué una política con resultados tan negativos sigue luego de casi
25 años, es porque quienes la promueven, su mundo particular, su mundo de vida,
se mantiene más o menos igual. Si eres del gobierno, tienes la protección que
da ser del gobierno. Si eres de la oposición, tienes menos poder, pero tu vida
más o menos sigue igual: no dejarás de ir a restaurantes por la crisis, ni
tampoco te dejarán de entrevistar en los medios por la crisis. Si algo sale
mal, posiblemente alguna universidad, ONG, u empresa, te ofrezca refugio,
siempre y cuando seas alguien importante. Tal vez tengas alguna jubilación de
una universidad, organización, o del parlamento. Es una vida prácticamente
inelástica. Si al final del día, no estoy tan mal ¿Por qué abandonar esa
política que me trae beneficios, que me mantiene en la política?
Curiosamente, en un país que
habla mucho de política, varias decisiones que se toman se alejan de la
política. Esta supone, trabajo, organización, persuasión, músculo social, es
decir, tiempo. Walesa estuvo nuevamente en Venezuela. Aconsejó a la oposición
construir una agenda sobre qué hacer. Estuvo en el país antes del “paro” de
2002. Advirtió el riesgo de tal acción. No tuvo suerte. No sé si ahora la
tendrá. Conseja parecida ofreció el salvadoreño Joaquín Villalobos, muy citado
por la “izquierda buena”, pero poco escuchado. Otro ícono reciente , Felipe
González, también pronunció una célebre frase de un político: “El
cementerio de los políticos, está lleno de impacientes”. No sé si la habrá
dicho en sus últimas visitas a Venezuela.
Preferiría que la AN eche
raíces en la sociedad. Que tenga músculo social e institucional. Que no agote
toda su agenda legislativa y proyectos “bandera” en menos de un mes -tiene 5
años- sino que esas propuestas salgan del Hemiciclo y vayan a la calle. Que
sean hechura de gente. Que se empotren en el alma del pueblo. Que los partidos
hagan su trabajo de combinar y articular intereses. Que los parlamentarios se
desarrollen como parlamentarios. Que se vinculen a sus circuitos, con sus
votantes, con la tan citada calle. Que la “lucha intelectual” de la que habló
Walesa, sea en propuestas con mayor densidad, para el público. En fin, el
trabajo político que no tiene sustituto. Pero requiere de una condición que
pocos desean: tiempo. “No hay tiempo”, se decía cuando CAP en 1993. “No
puede quedarse 5 meses más, no tendremos país en diciembre (de 1993)”, fue la
“línea” que “bajaron” los conspicuos voceros de ese entonces. Algunos, todavía
siguen "bajando líneas" con la misma convicción como lo hicieron en
1993.
Aunque mi perfil es moderado,
viví mi "etapa caliente" con Chávez vivo, pero ya la pasé. No tuve
que esperar a que el “padre controlador” ya no esté, para “desahogarme”. No
tengo esa “disonancia cognitiva” que noto en muchas personas hacia su figura,
después que falleció el 5-3-13. Como registros, quedan mis entradas en
el blog (iniciado en marzo de 2007), mis tuits (iniciados en mayo de
2009), y mi presencia en medios de comunicación (con fuerza, a partir de 2005 a
2011).
Gracias a Dios que pasé esa
"etapa caliente", porque ahora mi mente y mis pensamientos están
donde tienen que estar en este momento: ¿Cuáles instituciones políticas para
metabolizar, masticar, digerir, tragar, deglutir, a un mal gobierno, a una mala
oposición; o a un buen gobierno, a una buena oposición, y las personas que no
están en esos poderes o no son dolientes directos de esos grupos, salgan lo
menos aporreadas posible, y puedan llevar una vida buena? Eso es lo que
reflexiono hoy ¿Cuáles instituciones para la gobernanza, con buenos o malos
actores en el gobierno, en la oposición, y en la sociedad?
Aunque soy de los que piensa
que hay que trabajar para las regionales de 2016, con la mente puesta en las
presidenciales de 2018 como primera etapa que comienza en enero de 2019, el
clima del “hay que hacer algo ya” y de “cuenta regresiva”, se instaló en la
mente de la oposición. Estoy consciente que este análisis seguramente será
visto como naïve, porque hay mucho en juego tanto nacional como fuera
del país; carreras y prestigios políticos están en una apuesta que tiene fecha
de vencimiento: como mucho, julio de 2016, pero una sugerencia, nunca cae mal.
Aquí va: antes de hallar
cualquier “vía constitucional”, parece imprescindible definir un acuerdo de
gobierno que especifique claramente y con detalles el qué, el cómo, y con
quiénes, para el gobierno que emerja, si las opciones para salir de Maduro y de
su gobierno se concretan, y aquél sale.
No me refiero a las propuestas
programáticas que se hacen durante una campaña, tampoco a enunciados generales
o consignas. No aludo a planes de gobierno. Menos a catálogos de iniciativas,
ni tampoco a un listado de cosas que se prometen hacer. Tampoco a acuerdos de
arriba o de poderes fácticos (como el de “La Esmeralda”, en 2002, previo al
11-4-02). Me refiero a un plan con el mayor detalle posible, con reglas para
proceder, y mecanismos para garantizar el cumplimiento de quienes lo firmen,
porque me parece que habrá muchos actores desleales y free riders que
lo suscribirán, para luego no cumplir con lo acordado.
Es la manera que veo para la
tan esperada por muchos “transición” –yo estoy en otra cosa, en la alternancia
en el poder como resultado de una elección- tenga viabilidad y no se venga al
suelo, como creo que sucederá si se mantiene la actual manera de enfocar el
tema del cambio de gobierno, que se ve como una panacea o que estará exento de
riesgos o problemas. Claro, por supuesto, no faltará la consabida
frase, “En el camino se enderezan las cargas, y como venga viniendo,
iremos viendo”, para justificar la improvisación que nos caracteriza como
sociedad.
Aunque puede ser parte de un
proceso de debate natural que hay en la oposición, llama la atención a estas
alturas del juego, la diversidad de propuestas para cambiar al gobierno, sin
que se asome algún mecanismo o regla de discusión o decisión, para decidir cuál
vía se seleccionará al final (o vías, como también está planteado). Se habla de
enmienda, reforma, y revocatorio; enmienda y revocatorio; enmienda para los
poderes; renuncia, y ahora se agregó otra opción: abandono del cargo. Se
argumentará que en la oposición no hay “una línea”, y que su naturaleza es la
diversidad, pero que al final –como siempre- se llegará a un consenso.
No dudo que sea así, pero con
todo, no deja de sorprender que en un asunto tan importante, del cual se viene
hablando desde 2013, todavía no exista una “hoja de ruta” unitaria que, al
menos, plantee o bosqueje las reglas de decisión para tomar “la” decisión –al
menos, formalmente hablando- con algún cronograma de ejecución.
Sin este acuerdo para
gobernar, veo difícil que el tan esperado “gobierno de unidad nacional” –estoy
en otra onda, aspiro un gobierno con un claro mandato, surgido de una elección
presidencial, con los pesos y contrapesos que define la constitución- pueda
sostenerse en el tiempo. Si para definir una vía constitucional hay tantos
puntos de vista y algunos contradictorios, cómo será ejercer un gobierno sobre
el cual caerán todas las expectativas del país –para eso se sacó al de Maduro-
y con una luna de miel corta, dado que se esperarán respuestas rápidas a los
problemas de Venezuela.
Si se quieren dar respuestas
veloces, eso sugiere un ajuste económico bastante profundo, que necesitará piso
político ¿Con cuál, si ni siquiera se planteó qué hacer una vez llegado al
gobierno, más allá de enunciados generales que “hay que acabar con la pobreza”
o que “los anaqueles estén llenos”? ¿Con cuál alianza política, de verdad,
verdad, se hará el “cambio”? Una cosa es sacar una mayoría en una elección, y
otra tener una implantación orgánica como fuerza política en la sociedad. Es
como confundir la falta de liquidez, con problemas de solvencia económica.
Me luce que en ese futuro
gobierno, puede suceder como pasa ahora con el tema de las “vías
constitucionales”: que habrá alianzas entre grupos dentro de la Unidad –como se
ve ahora, “salidismo” y AD; PJ-Capriles-y tal vez Falcón, por otro lado- y
campañas para gobernadores y para las presidenciales, aunque no se presenten
así, para "no herir susceptibilidades". Podrán aparecer los grupos y
sus dolientes ¿Cuál grupo de economistas para hacer el ajuste, a cuál poder o
factor responderán? ¿Cómo se resolverá eso? ¿Cómo se abordará el tema de las
grandes empresas del Estado? ¿El de la deuda, el de los recursos externos, etc?
Y así tantas interrogantes. Pero bueno, aparecerá de nuevo, “Cuando llegue
ese momento, veremos”. Elogio a la improvisación.
En un ambiente así, sin un
acuerdo que una a las partes que compiten aunque estén en un paraguas unitario
y que las obligue a ser consecuentes con ese compromiso, los beneficiarios
finales y quienes seguramente llevarán la fulana “transición”, serán “al final
del día”, los militares. No deja de ser también llamativo, que un discurso que
enfatiza el “civilismo” por oposición a los “milicos”, pueda terminar, como
dice el refrán, “cachicamo trabajando pa´lapa”. No sé si eso sea lo que
"inconscientemente" busca la sociedad: que los militares la releven
de las responsabilidades de ser civil, por lo exigente que será hacer los
cambios y ajustes que demanda y ha pospuesto por décadas Venezuela, para
avanzar y prosperar.
En resumen: antes de definir
la “vía constitucional”, hay un paso previo, muy importante: acordar de forma
detallada, cómo serán las reglas institucionales para ese futuro gobierno que
se busca, y qué hará, cómo lo hará, con quién lo hará, los tiempos para
hacerlo, los mecanismos para manejar las diferencias, para garantizar el
cumplimiento de los compromisos, y los criterios de decisión para los asuntos
de Estado más relevantes. Sin esto, opino que no habrá "transición"
viable.
Regreso a mi opción. Trabajar
en 2016 y 2017 con la meta puesta en las presidenciales de 2018, no nos salvará
de nada ni es garantía de tener ese acuerdo para gobernar, pero sí ofrece
tiempo para pensarlo y detallarlo, y no sea el resultado de una urgencia que
reclama “esto ya no aguanta más”. Además, el trabajo político de verdad ofrece
una implantación social que será la clave para la estabilidad de cualquier
gobierno en el futuro. Y, de nuevo, hacerlo toma tiempo. Que la AN funcione,
que al mismo tiempo se recuperen espacios regionales y municipales, que
realmente te vincules con el país y no con los “sospechosos habituales” de
siempre, ayudará a tejer una red política que servirá como amortiguador para un
gobierno futuro –por vía electoral, en el tiempo que corresponda- que
probablemente tenga que hacer un ajuste más profundo, para corregir los
entuertos que hoy tiene la nación.
Me luce que es la vía, no la
más segura ni la más popular, pero sí la más sana y la de mayor fortaleza
política, para que los gobiernos futuros puedan trabajar a favor de la
prosperidad nacional, y tal vez ayude a darle entidad a la alternancia en el
poder, principio fundamental de la democracia.
21-02-16
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