Ángel Oropeza 24 de febrero de 2016
@angeloropeza182
La
percepción del tiempo es una variable significativa al momento de acometer la
diversidad de formas en que se imagina y se hace política. Una decisión
política fuera de tiempo, sea muy temprano o ya tarde, es tan errónea e inútil
como una mala decisión.
La
percepción subjetiva de los tiempos está afectada no sólo por las expectativas,
sino por las circunstancias particulares de las personas y los pueblos. Lo que
para algunos puede resultar un plazo razonable, para otros, dadas las
características de su cotidianidad, se convierten en lapsos perentorios.
La
UCAB, UCV y USB acaban de publicar los hallazgos de su último Estudio de
Condiciones de Vida 2015. Según los datos, el país ha dado un salto de
involución inédito, al pasar de 48% de hogares en situación de pobreza en 2014
a 73% en 2015. Esto significa que cerca de 23 millones de venezolanos –75,6% de
la población– se ubican por debajo de la línea de pobreza. Pero además, por primera
vez, la pobreza extrema es mayor que la pobreza moderada, al pasar de 23,6% de
hogares en 2014 a 49,9% en 2015. Esto significa que la mitad de la población no
tiene suficientes ingresos ni siquiera para satisfacer las necesidades de
alimentación.
Pedirle
paciencia a una población con hambre es difícil. La aceleración de la pobreza
también relativiza la percepción subjetiva de los tiempos. Además, la historia
ha demostrado que el descenso brusco en las condiciones de vida de una
población es socialmente más peligroso y explosivo que el haber tenido unas
condiciones deficitarias de vida durante mucho tiempo.
En una
situación de altísimas expectativas de cambio combinada con una agudización de
la pobreza, el riesgo de una peligrosa frustración social puede hacer estragos
si no se percibe una propuesta de solución al proceso de deterioro en la
dimensión restringida del tiempo que producen las urgencias existenciales.
Un
estudio de Plataforma Informativa de noviembre demostró cómo la percepción de
la gente sobre su situación personal mejoró ostensiblemente con respecto a la
tendencia negativa creciente de todo 2015. Y la razón fundamental de esta
mejoría fue la percepción de cercanía del evento electoral, que funcionó como
una auténtica válvula de escape a una olla de presión social cada vez más
hirviente.
La
frustración está asociada psicológicamente con agresión, con conductas
erráticas y con toma de decisiones inadecuadas. Es urgente evitar que la
frustración de las expectativas de cambio, avivadas por las urgencias de la
pobreza, termine conduciendo a la población a aceptar como bueno cualquier
desenlace a la crisis. Y la experiencia ha demostrado hasta el cansancio que
cualquier salida no es solución, ni cualquier desenlace es remedio.
Hay
que afrontar con rapidez e inteligencia el delicado equilibrio de proponer ya
una ruta de cambio político que sea popularmente perceptible (para que no
genere frustración no percibir una propuesta aceptable dentro de sus urgencias
temporales), pero que al mismo tiempo tome en cuenta los múltiples factores que
intentarán torpedearla (para evitar que la frustración devenga entonces de su
inviabilidad).
Esta
ruta de cambio político, para ser exitosa, debe además cumplir con una tercera
condición, y es que se diseñe de tal forma que active a la población, la
movilice en diversidad de tareas y la haga participar de varias formas en la
agenda de luchas. Limitar la propuesta de solución a invitar al pueblo que
espere pasivamente la ocasión de un evento electoral, puede no ser suficiente
dadas las circunstancias. Cualquier ruta de solución que se proponga debe
contener tareas políticas concretas que puedan desarrollar los ciudadanos a
nivel personal y desde sus comunidades.
Si se
logra que el diseño de la agenda democrática urgente para el cambio involucre
activamente y haga partícipe a la población en su agenda cronológica de luchas,
la gente percibirá –con razón– que no sólo ya comenzó el cambio que demanda,
sino que ella misma es parte esencial de su construcción.
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