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viernes, 26 de febrero de 2016

Dulce despedida, por @AmericoMartin



Américo Martin 25 de febrero de 2016
@AmericoMartin

Nunca fue tan invocada. Nunca tan violada. Constitución “bolivariana” la llamaron en honor al Libertador, confirmando la sentencia de JP Sarte sobre el despojo de que son víctimas los muertos, preferiblemente los ilustres. Por haberse retirado del escenario no están en capacidad de protestar. Se convirtieron en “alimento de los vivos”. El desastre que se lleva a Venezuela transcurre pues en nombre de quien de estar con nosotros habría combatido apasionadamente a sus autores.


La Constitución redactada en 1999 conserva básicamente la orientación democrática de las de 1947 y 1961. Por eso está siendo pisoteada por el régimen que en su momento la presentó como programa máximo de la revolución, y ahora la paradoja quiere  que también se haya unido a la mayoritaria oposición. Con el triunfo democrático del 6D2015 el gobierno se ha puesto a la defensiva y la mayoría parlamentaria opositora mantiene la iniciativa política. Aquel ha dimensionado sus agresiones contra la Constitución de la República Bolivariana, en tanto que la diputación de la MUD la convierte en su emblema para defender los espacios que quiere copar la voluntad totalitaria.

No hay ciudadano que no perciba el sentido terminal que ha alcanzado esta crisis tan terrible e inexplicable que abate al país y destroza el nivel de vida de la gente. No es el naufragio de una gestión o de una cúpula. Se ha hundido un modelo revestido de socialismo retórico que una y otra vez ha fallado desde la revolución leninista de 1917, cuando se ensayó por primera vez, hasta el sol de hoy. Pero muy justamente debe decirse que insistir en el esquema de las estatizaciones ideológicas, los controles asfixiantes, la organización de la vida económica, las relaciones comerciales y diplomáticas conforme a la división política y de “clase” en función de la lucha contra “el imperio yanqui” y “la burguesía nativa”, además de ser una fórmula que nunca ha conocido el éxito, es un anacronismo que yace arrinconado en el museo de antigüedades junto a la rueca, las obras completas de Lenin y Stalin, los discursos interminables de Fidel y Chávez y el pan de piquito.

En una sociedad democrática los malos gobiernos son castigados con el voto en comicios confiables. En un engendro como el que tenemos, en que el combate entre democracia y dictadura nos ha condenado a no confiar en la palabra y los actos del gobierno, el problema consiste en “meter” a Maduro en el marco de la ley para que pueda salir del poder en forma tranquila, pacífica, democrática, constitucional y por lo tanto sin violencia ni mucho menos vertiendo sangre. Un cambio que no desencadene la venganza ni comprometa los principios democráticos y los derechos humanos. No es un imposible. Así sucede en casi todos los países de las tres Américas. Pero en Venezuela la conducta sombría del gobierno, su lenguaje provocador, soez y su continua persecución contra opositores y adversarios de su propia casa, hace imperioso lograr el cambio del gobierno antes que las hambrunas crepiten y el telón de acero nos encierre en una cárcel de intolerancia.

El pueblo no soporta, no espera, no puede hacerlo asediado de males como se encuentra. Se le pide a la MUD que responda a ese clamor a como de lugar y siempre que sea pronto. Muy bien, en la búsqueda de una fórmula apropiada se debate la oposición, a conciencia de que debe atenerse a su naturaleza democrática y por lo tanto lo que finalmente disponga debe atenerse consecuentemente a varios principios irrenunciables: solución pacífica, constitucional y electoral.

Dado que el gobierno se ha apoderado del más dócil TSJ que hallamos tenido en este país tan históricamente cruzado de dictaduras hay que escoger entre revocación, enmienda, reforma, constituyente, declaración por la AN de abandono presidencial del cargo, la que mejor pueda responder a los apetitos suicidas del presidente  y sus menguados magistrados. Todas pasan o terminan en consultas electorales, incluso la renuncia del presidente, que en este artículo he dejado para último. Si Maduro la adoptara brindaría una salida fácil, no cruenta, que de paso alentaría la reconciliación nacional. Sería una fórmula que de alguna manera calmaría la rabia generalizada que en el país y el mundo revolotea sobre su cabeza. Algunos creen que nunca dará ese paso porque teme a lo desconocido o porque quienes temen que la salida del mando acarreará consecuencias muy duras para algunos incursos en delitos mayores. No quiere o no lo dejan pero tampoco cambia.

Sin embargo circulan rumores acerca de esta cuestión. Se da por seguro que cada vez más funcionarios, dirigentes y militantes no quieren seguir lavándose las manos a la espera de soluciones caídas del cielo o de rectificaciones milagrosas. Piensan que en el marco del diálogo mucho podría obtenerse, incluso el respeto a los derechos de todos y el reconocimiento del PSUV y sus aliados en el hacer político legal y electoral. Colombia nos ofrece un ejemplo válido, incluso si los negociadores no coronan exitosamente la compleja operación que han asumido. Las concesiones recibidas por las FARC y la promesas de desmovilización y entrega de armas bajo el auspicio de las Naciones Unidas parece impresionantes. Sobre todo para un país que apenas discute la necesidad de una renuncia salvadora.

Si Venezuela puede salir bien librada en paz y democracia, sin necesidad de que la minoría haga estallar bombas y mayoría se abra paso a codazos, podrá darse por bien servida. Por lo demás la renovación democrática avanza en nuestro subcontinente. Argentina, Venezuela y ahora Bolivia lo proclaman.

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