Américo Martin 25 de febrero de 2016
@AmericoMartin
Nunca
fue tan invocada. Nunca tan violada. Constitución “bolivariana” la llamaron en
honor al Libertador, confirmando la sentencia de JP Sarte sobre el despojo de
que son víctimas los muertos, preferiblemente los ilustres. Por haberse
retirado del escenario no están en capacidad de protestar. Se convirtieron en
“alimento de los vivos”. El desastre que se lleva a Venezuela transcurre pues
en nombre de quien de estar con nosotros habría combatido apasionadamente a sus
autores.
La
Constitución redactada en 1999 conserva básicamente la orientación democrática
de las de 1947 y 1961. Por eso está siendo pisoteada por el régimen que en su
momento la presentó como programa máximo de la revolución, y ahora la paradoja
quiere que también se haya unido a la
mayoritaria oposición. Con el triunfo democrático del 6D2015 el gobierno se ha
puesto a la defensiva y la mayoría parlamentaria opositora mantiene la
iniciativa política. Aquel ha dimensionado sus agresiones contra la
Constitución de la República Bolivariana, en tanto que la diputación de la MUD
la convierte en su emblema para defender los espacios que quiere copar la
voluntad totalitaria.
No hay
ciudadano que no perciba el sentido terminal que ha alcanzado esta crisis tan
terrible e inexplicable que abate al país y destroza el nivel de vida de la
gente. No es el naufragio de una gestión o de una cúpula. Se ha hundido un
modelo revestido de socialismo retórico que una y otra vez ha fallado desde la
revolución leninista de 1917, cuando se ensayó por primera vez, hasta el sol de
hoy. Pero muy justamente debe decirse que insistir en el esquema de las
estatizaciones ideológicas, los controles asfixiantes, la organización de la
vida económica, las relaciones comerciales y diplomáticas conforme a la
división política y de “clase” en función de la lucha contra “el imperio
yanqui” y “la burguesía nativa”, además de ser una fórmula que nunca ha
conocido el éxito, es un anacronismo que yace arrinconado en el museo de
antigüedades junto a la rueca, las obras completas de Lenin y Stalin, los
discursos interminables de Fidel y Chávez y el pan de piquito.
En una
sociedad democrática los malos gobiernos son castigados con el voto en comicios
confiables. En un engendro como el que tenemos, en que el combate entre
democracia y dictadura nos ha condenado a no confiar en la palabra y los actos
del gobierno, el problema consiste en “meter” a Maduro en el marco de la ley
para que pueda salir del poder en forma tranquila, pacífica, democrática,
constitucional y por lo tanto sin violencia ni mucho menos vertiendo sangre. Un
cambio que no desencadene la venganza ni comprometa los principios democráticos
y los derechos humanos. No es un imposible. Así sucede en casi todos los países
de las tres Américas. Pero en Venezuela la conducta sombría del gobierno, su
lenguaje provocador, soez y su continua persecución contra opositores y
adversarios de su propia casa, hace imperioso lograr el cambio del gobierno
antes que las hambrunas crepiten y el telón de acero nos encierre en una cárcel
de intolerancia.
El
pueblo no soporta, no espera, no puede hacerlo asediado de males como se
encuentra. Se le pide a la MUD que responda a ese clamor a como de lugar y
siempre que sea pronto. Muy bien, en la búsqueda de una fórmula apropiada se
debate la oposición, a conciencia de que debe atenerse a su naturaleza
democrática y por lo tanto lo que finalmente disponga debe atenerse
consecuentemente a varios principios irrenunciables: solución pacífica,
constitucional y electoral.
Dado
que el gobierno se ha apoderado del más dócil TSJ que hallamos tenido en este
país tan históricamente cruzado de dictaduras hay que escoger entre revocación,
enmienda, reforma, constituyente, declaración por la AN de abandono
presidencial del cargo, la que mejor pueda responder a los apetitos suicidas
del presidente y sus menguados
magistrados. Todas pasan o terminan en consultas electorales, incluso la
renuncia del presidente, que en este artículo he dejado para último. Si Maduro
la adoptara brindaría una salida fácil, no cruenta, que de paso alentaría la
reconciliación nacional. Sería una fórmula que de alguna manera calmaría la
rabia generalizada que en el país y el mundo revolotea sobre su cabeza. Algunos
creen que nunca dará ese paso porque teme a lo desconocido o porque quienes
temen que la salida del mando acarreará consecuencias muy duras para algunos
incursos en delitos mayores. No quiere o no lo dejan pero tampoco cambia.
Sin
embargo circulan rumores acerca de esta cuestión. Se da por seguro que cada vez
más funcionarios, dirigentes y militantes no quieren seguir lavándose las manos
a la espera de soluciones caídas del cielo o de rectificaciones milagrosas.
Piensan que en el marco del diálogo mucho podría obtenerse, incluso el respeto
a los derechos de todos y el reconocimiento del PSUV y sus aliados en el hacer
político legal y electoral. Colombia nos ofrece un ejemplo válido, incluso si
los negociadores no coronan exitosamente la compleja operación que han asumido.
Las concesiones recibidas por las FARC y la promesas de desmovilización y
entrega de armas bajo el auspicio de las Naciones Unidas parece impresionantes.
Sobre todo para un país que apenas discute la necesidad de una renuncia
salvadora.
Si
Venezuela puede salir bien librada en paz y democracia, sin necesidad de que la
minoría haga estallar bombas y mayoría se abra paso a codazos, podrá darse por
bien servida. Por lo demás la renovación democrática avanza en nuestro
subcontinente. Argentina, Venezuela y ahora Bolivia lo proclaman.
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