AXEL CAPRILES M. 25 de febrero de
2016
@AXELCAPRILES
El estallido social es una sombra
fantasmal que recorre la mente de todos los venezolanos. Unos la ven
aproximarse inexorablemente con la inflación, la escasez y las colas. Otros
apelan a mecanismos plebiscitarios del método democrático para exorcizar su
amenaza. Todos la tememos. Es, sin embargo, una elusiva presencia que hasta
ahora solo se ha manifestado en saqueos puntuales a supermercados y gandolas
con comida, en asaltos deshilvanados a depósitos con mercancía. Desde una
perspectiva sociológica, casi todos los factores que conducen al estallido
social están presentes en el país. Un ambiente de descontento generalizado en
la población. Una crisis económica que afecta de manera sustancial a la gente.
Una falta de efectividad de las instituciones, un sistema judicial inoperante y
mecanismos de resolución de conflictos que han sido sobrepasados. Una violencia
desbordada con policías y sistemas de seguridad colapsados.
Hay, no obstante, otras visiones
sobre la concurrencia de factores para la revuelta social. El sociólogo
norteamericano James Davis señala que la miseria no produce levantamientos ni
revolución porque las personas tienen demasiadas carencias para ocuparse de
otra cosa que no sea la búsqueda de comida. La privación excesiva, como la que
hoy vivimos en Venezuela, solo lleva a que las personas se preocupen por la
supervivencia. La penuria no es revolucionaria. Según Davis, los estallidos
sociales ocurren cuando un largo período de bonanza con expectativas crecientes
es repentinamente seguido por una caída económica mientras que las expectativas
continúan en ascenso. Es decir, no son la escasez ni la privación real las que
promueven las revueltas sino la privación relativa. La mayoría de las
revoluciones ocurren en sociedades que han progresado y mejorado el bienestar
de sus habitantes durante años y súbitamente ven sus expectativas caer. La gente
teme perder lo que tenía. Davis señala, también, la importancia de la
existencia de intelectuales y élites insatisfechas que contribuyan a la
agitación y canalicen la frustración hacia el gobierno. Hoy en día alrededor de
85% de la población venezolana está disgustada con la situación del país y
desea un cambio de gobierno. Pero, como en el cuento de la ranita en agua
tibia, ese descontento ha sido caldeado a lo largo de un paulatino y lento
proceso de decadencia. En lugar de una repentina desaceleración de la economía,
hasta ahora hemos vivido un colapso anunciado con resignación progresiva.
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