Trino Márquez 26 de febrero de 2016
La
pregunta se ha puesto de moda. Periodistas, investigadores, analistas, amas de
casa, se interrogan acerca de por qué no ha ocurrido un estallido social
parecido al del 27-F de 1989, si las condiciones generales del país lucen mucho
peores que hace casi tres décadas.
A
finales de los años 80 no se habían alcanzado los niveles de inflación, escasez
y desabastecimiento registrados en la actualidad. Durante el período 1987-1988,
el incremento de precios fue de 28,3% (1987) y 37,5% (1988), nada equivalente a
las astronómicas cifras presentes. La escasez y el desabastecimiento de
productos en los anaqueles ni remotamente se parecían a los actuales, cuando no
se consigue ni papel tualé.
Una
salida muy simple y cómoda consiste en despachar la interrogante diciendo que
los pobres fueron anestesiados por el soporífero populista aplicado, primero
por Chávez y luego por su heredero, Maduro. Podría haber algo de cierto. Pero,
la respuesta es insuficiente. En el país existen todas las condiciones
objetivas para que haya un levantamiento popular de gigantescas proporciones. A
los problemas económicos mencionados, se agregan la falta de medicinas, la
crisis eléctrica y el corte de agua hasta en la zona de Guayana, en las
márgenes del Caroní y el Orinoco.
Los
sucesos de finales de febrero de 1989 se produjeron porque las protestas
iniciadas en Guarenas -mitad espontáneas, mitad inducidas por grupos
ultraizquierdistas- habían sido fraguadas durante años por los núcleos
residuales de la izquierda militarista y guerrerista de los años 60. En
Guarenas y Guatire eran muy activas las viejas fracciones del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) -como Bandera Roja y la Organización de Revolucionarios
(OR), brazo armado de la Liga Socialista- y del Partido de la Revolución
Venezolana (PRV) -como Tercer Camino-. Estos grupúsculos, insignificantes desde
el punto de vista electoral, eran agitadores importantes. Se declaraban en
contra de la democracia representativa, a la que llamaban “democracia
burguesa”, y cultivaban la idea de la revolución popular, la violencia como
partera de la historia, la insurrección del pueblo y toda esa jerga vinculada
con Mao Ze Dong, el Che Guevara y Ho Chi Ming. Era una izquierda que nunca se
había pacificado, ni abandonado los postulados de la lucha armada. Estaba
fragmentada en decenas de microgrupos que diferían acerca de las tácticas o las
etapas de la revolución, pero coincidían en un principio fundamental: la derrota
del régimen burgués tendría que ser violenta.
Cuando
se produjeron las protestas en Guarenas esos sectores se montaron en la ola, la
surfearon y potenciaron. Vieron la ocasión de desatar el tsunami que arrasara
el sistema, o de encender la pradera, como prefieren los leninistas. No
pudieron desencadenar la tormenta porque el frente militar de esa opción –Hugo
Chávez y demás golpistas del 4-F- aun no estaba preparado para dar el zarpazo.
Era demasiado débil. Los conjurados luego utilizaron los episodios de febrero
de 1989 para justificar el cuartelazo del 92. Mentira. Conspiraban desde el
Juramento del Samán de Güere (1982), casi una década antes. Su vocación era
asaltar el poder mediante un madrugonazo. Nunca les satisfizo la democracia
instalada a partir del 23 de enero de 1958. Los violentos tienen 17 años
gobernando.
La
oposición actual, mayoritaria en términos numéricos, está ubicada en el polo
opuesto del espectro político. La vocación democrática, pacífica,
constitucional y electoral de la inmensa mayoría de la oposición ha sido clara.
A pesar de las continuas provocaciones y arbitrariedades del régimen, en la era
de Chávez y en la actual, la oposición se ha mantenido apegada a la Carta del
99. Mientras el gobierno la viola a cada rato, la alternativa democrática se
conserva fiel a ella. No utiliza las largas colas, ni el descontento popular o
las centenas de protestas registradas en la nación para soliviantar a la
población. La agitación insurreccional no forma parte del proyecto político de
la MUD, ni de su fracción parlamentaria en la Asamblea Nacional. La legítima
lucha por cambiar el gobierno, en este caso régimen, se libra dentro del marco
fijado por la Carta del 99.
Si la
decisión correspondiese exclusivamente a la MUD, jamás habría un estallido
social en Venezuela. Sin embargo, Maduro actúa para que se produzca en
cualquier momento. Recrea sus viejos tiempos en la OR-Liga Socialista, solo que
ahora es el presidente.
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