José Vicente Carrasquero 27 de febrero de 2016
La
situación que viven los venezolanos no puede ser más dramática. Y sin embargo,
lo será.
No hay
ningún indicio que muestre al gobierno con la voluntad de tomar las decisiones
que eviten que Venezuela siga la ruta de la destrucción que comenzó Chávez como
venganza contra el pueblo después de la contienda de Abril de 2002.
El
país se encuentra sumido en un estado de anomia del cual tenemos multitud de
indicadores. Quizás el más visible tiene que ver con el irrespeto casi absoluto
a las normas de tránsito. Buena parte de los motorizados convierten el tráfico
en nuestras ciudades en un suplicio. El gobierno cuenta-voticos es incapaz de
ponerle coto a los desmanes de estos centauros de acero que se consideran
dueños de las vías y peor aún, en su necedad, se creen invulnerables e
inmortales. A los motociclistas se unen muchos conductores de vehículos que
contribuyen a exacerbar el ya caótico sistema de circulación vial de nuestro
país.
Otro
elemento que indica una situación de anomia es la irregularidad en el
suministro de alimentos. Este tema es una verdadera tragedia humanitaria. En el
socialismo del siglo veintiuno (todo en minúsculas como corresponde), la
alimentación está sometida a la ausencia de reglas que caracteriza a una
economía híper regulada, es decir, sálvese quien pueda. El efecto de las
ridículas regulaciones del gobierno ha sido la aparición de grupos de
comerciantes que trafican con alimentos y logran vendérselos a quienes tienen
mayor capacidad de pago. ¿Neo liberalismo salvaje? Lo cierto es que los más
vulnerables están pasando hambre. Ya las colas no se respetan. Hemos visto
muchísimos eventos de tumultos para entrar en los centros que abastecen
alimentos. Una situación caótica que amenaza con extenderse a lo largo y ancho
del país.
La
situación de la salud es inenarrable.
Los
enfermos están literalmente abandonados a su suerte. La ausencia de medicinas
ronda el 80 por ciento. La dotación hospitalaria inexistente. Muchos médicos
han emigrado buscando mejores condiciones de vida. Las personas con
enfermedades graves están abandonadas a su suerte. Los pacientes con
padecimientos crónicos no encuentran sus medicinas. No hay pastillas
anticonceptivas en un país que simplemente no está preparado para que su
población siga creciendo. El problema del sector salud tiende a agravarse y las
epidemias están generando un caos entre los pobladores de nuestro país,
empobrecido por la voraz corrupción del chavismo.
Otro
servicio caótico es el suministro de energía eléctrica. Miles de millones de dólares
se destinaron a evitar que ocurriera una situación similar a la de 2008. Las
investigaciones llevadas a cabo en otros países dan indicios de que la mayor
parte de esos recursos fueron groseramente robados por personas que pasaron a
la riqueza extrema en menos de un año. Se pasean por el mundo en aviones
privados, viven en lujosas mansiones, financian matrimonios escandalosamente
caros para sus descendientes. En fin, la ausencia de control en el manejo de
esta situación nos trajo al desbarajuste que estamos viviendo y que, de no
llover, puede degenerar en una situación de apagón nacional que nos catapultará
al denigrante lugar del país más miserable y caótico del planeta.
Que
estemos dependiendo de la naturaleza para que no tengamos una caída del servicio
eléctrico, pone de manifiesto los niveles de miseria que vivimos. La respuesta
es recurrir a que los privados generen su propia electricidad. Un rotundo
fracaso para un gobierno que reclamó para sí el monopolio de la generación y
distribución de la energía eléctrica. Una reprivatización encubierta.
El
hampa ha pasado a un nuevo estadio.
La
guerra no declarada contra un gobierno que se hace el loco y mira para otro
lado. Se han multiplicado los robos a policías y militares. Lo más peligroso
ahora son los ataques a puestos policiales, centros custodiados por la guardia
presidencial y escuela de formación de guardias nacionales. Esto se salió de
madre. La situación es verdaderamente caótica. La respuesta de las autoridades
cercana a nula. Siendo así, la delincuencia siente que puede apretar y reclamar
cada vez más espacio. Nos parecemos cada vez más a esas viejas películas sobre
el lejano oeste en el que imperaba la ley del revolver. La diferencia es que
los malandros venezolanos están mucho mejor armados.
Y hacen
su contribución al caos. Toma de calles, avenidas, autopistas y hasta pueblos
enteros para rendir honores al delincuente muerto durante su traslado al
cementerio. Salvas al momento de enterrarlos. Homenajes que se rinden desde la
cárcel con un armamento que es envidia de los policías desarmados por un
asustadizo Chávez después de 2002. La contribución del gobierno a este
desmedido crecimiento del hampa es notable.
Ante
la situación cercana al caos que vivimos la gente no sale. Tienen miedo a que
los maten para quitarles alguna propiedad por minúscula que sea. El secuestro
es una industria próspera en Venezuela a fuerza de quebrar a la familia de los
raptados. La incursión de los delincuentes en casas y apartamentos está a la
orden del día. El venezolano no se siente seguro. Hemos llegado a la triste
situación según la cual es más probable que te asesinen que ganarte la lotería.
Y que conste, no tienes que comprar ticket.
La
sombra del caos se cierne sobre Venezuela. Y es responsabilidad absoluta de un
gobierno paralítico. De un gobierno minusválido mental que no es capaz de
comprender la magnitud de la crisis que se le viene encima. Es tal la poquedad
de la clase política gobernante que se fían de un economista español marxista
que sostiene que el gobierno lo está haciendo bien y que lo que hace falta son
pequeños ajustes al modelo agregando más controles. Habrase visto semejante
ridiculez.
No
temo afirmar que en Venezuela no hay gobierno.
Estamos
en manos de una fuerza de ocupación cuyo único objetivo es mantenerse en el
poder al costo de muerte, hambre, miseria y destrucción.
Maduro
no tiene la capacidad para entender lo que tiene por delante. Al cabo que ni le
importa lo que sufran los venezolanos, sobre todo los más vulnerables. Él y sus
adláteres consideran una depravación burguesa esas minucias de comer tres veces
al día. Enfermarse es un privilegio al que solo pueden acceder los que tienen
como pagar un médico o conseguir una colita en un avión de PDVSA para tratarse
en el extranjero, por supuesto que no en Cuba.
Mientras
tanto Venezuela se reduce a la miseria en medio del caos. Es tiempo de que la
clase política tome cartas en el asunto. La presidencia no es propiedad de
Maduro y su familia. El momento que vive el país reclama de los líderes
accionar para impedir que el país se pierda.
La
anomia que vivimos los venezolanos son los truenos que anuncian una tempestad
con vientos huracanados que nos llevarán a una triste situación de caos que,
más lamentable aún, requerirá el rescate de otras naciones que hasta ahora se
han hecho las desentendidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico