Moises
Naim 22 de febrero de 2016
@MoisesNaim
Por 35
años la economía china creció a más de 10% cada año. Esto significó que cada
siete años los ingresos del gigante asiático se duplicaron. Cuando a una
persona le aumentan los ingresos al doble es normal que esa persona cambie
mucho. Lo mismo le pasa a un país. China ha cambiado drásticamente en las
últimas tres décadas. Y eso se ve no solo en sus modernas ciudades, carreteras
trenes y aeropuertos, sino también en la
expansión de su sector industrial y de sus exportaciones. Pero lo más importante
ha sido la disminución de la abrumadora pobreza que durante siglos caracterizó
a ese país. Lo que pasó en China con la pobreza en los últimos treinta años no tiene precedentes
en la historia de la humanidad. En 1981, al comienzo de las reformas económicas
que transformaron al país, 85% de la población vivía en condiciones de gran
pobreza. Ahora ese grupo es el 7% de la
población. 500 millones de chinos dejaron de ser pobres. Pero el progreso de China no solo benefició a
su población; también se irradió al
resto del mundo. China se convirtió en el principal comprador de materias
primas, uno los principales exportadores de productos manufacturados, el
principal comprador de los bonos de deuda emitidos por gobiernos y empresas del
mundo occidental y en un importante inversionista, especialmente en países
menos desarrollados. Por todo esto,
ahora se le puede aplicar a China lo que tantas veces se dijo de Estados
Unidos: si China estornuda el mundo coge un resfriado. O más concretamente: lo
que pasa en China le afecta a usted.
Y en
estos tiempos la economía China no solo esta estornudando sino que está
enferma.
Los
síntomas son muchos. El más obvio es que en 2015 su economía creció a la tasa
más baja en 25 años. Y desde hace 4 años el crecimiento es más lento que el año
previo. Luego vino un colapso en la bolsa de valores y una caótica devaluación
de la moneda. A esto le siguió una masiva y persistente fuga de capitales.
Solamente en enero salieron 110 mil millones de dólares de China, mientras que
durante todo el 2015 el flujo neto de capitales al exterior fue de 637 mil
millones de dólares, un monto sin precedentes y un grave indicador de
desconfianza. Una población que en
promedio ahorra el 30% de sus ingresos ve como el valor de su moneda cae y
prefiere guardar sus ahorros fuera de su país y en otras monedas.
Otro
síntoma preocupante es la inmensa y creciente deuda que se ha venido
acumulando. Esta deuda, que en 2007 era equivalente a una vez y media el tamaño
de toda la economía china, ha aumentado hasta alcanzar tres veces ese tamaño.
El principal endeudamiento se registra en
los gobiernos locales. Esta deuda es enorme, poco transparente, sigue
creciendo y, lo que es más grave, un substancial volumen es incobrable. Hay una
enorme cantidad de edificaciones de todo tipo que son económicamente
injustificables, que han quedado sin usar o sin terminar y cuya construcción
fue financiada con créditos de los gobiernos locales. Estos gobiernos no podrán
recuperar los préstamos y el gobierno central estará obligado a absorber estas
perdidas, lo cual aumentará el déficit fiscal.
¿Qué
pasó? Como llego la exitosa economía
China a complicarse tanto? La respuesta se resume en dos palabras: bonanza y
crisis. Cuando una economía crece a alta velocidad durante tres décadas,
también crecen el derroche y desperdicio, las malas inversiones, la corrupción
y muchos errores que la bonanza permite tapar o ignorar. Por otro lado, la
crisis mundial que se desató en 2008 llevó a las autoridades Chinas a lanzar el
mayor estimulo económico jamás conocido.
El objetivo era que los problemas de Estados Unidos y Europa no
contagiasen la economía china: había que mantener el alto crecimiento a
cualquier costo. Y así fue: el gasto público se disparó, al igual que el
crédito y la inyección de dinero en la economía. El esfuerzo tuvo éxito en impedir
que la economía China cayera pero creó las distorsiones que hay la plagan.
¿Que
va a pasar? China tiene que moverse de
una economía basada en la inversión (sobre todo en infraestructura) y las
exportaciones de manufacturas, a un modelo donde los motores que la impulsan
son el consumo domestico y el crecimiento del sector servicios. Ello requiere que el gobierno lleve adelante
reformas que a corto plazo son impopulares pero que pondrían al país en una
senda sostenible.
Lamentablemente,
no pareciera que esto va a pasar; al menos no muy pronto.
Hace
pocos días el Premier Li Kegian ordenó a
los ministerios adelantar una intensa campaña de “información” explicando que
la economía estaba bien y que los problemas son principalmente por mala
comunicación.
Entonces,
¿se enreda China? Sí. Ya está enredada.
Y se va a enredar aun más.
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