Maureen Gubbins Vasquez, 21/02/2016
Querida hija,
Pasaste a tu segundo año de Ortodoncia (qué orgullo), regresando a
Venezuela a compartir las fiestas en familia. ¡Cuánta alegría para nosotros,
volver a consentirte!
¡He pasado contigo sesenta días tan bonitos! Me cambió el humor, el
corazón, el espíritu, la mente, todo. Sin embargo, llegó el momento de,
nuevamente, verte partir y no hago sino extrañarte, con lágrimas
incontrolables.
Otra vez sin ti. Sin tu alegría y despreocupación veinteañera. Sin tus
comentarios y amorosos consejos: “Mami, no leas las noticias al despertarte,
porque te levantarás apesadumbrada. Tampoco veas noticieros antes de dormir, te
dará insomnio.” “Mami, no hables de las cosas malas que pasan, como los
secuestros, asaltos y crímenes. Eso trae energías negativas”. “Mami, es injusto
que tengamos que hacer colas para comprar papel toilette y te digan que se
acabó, cuando en la parada hay decenas de personas con bolsas de papel higiénico
que vienen de otras zonas. ¡Esos deben ser amigos de los que trabajan en el
supermercado!”. “Mami, tienes que pensar en irte a vivir adonde yo estoy, no
quiero que te quedes aquí, me da miedo que te pase algo”.
¡Tan bella, mi niña, cómo creció sin apenas percatarme, ahora habla
como mi mamá jaja!
Cómo nos cambió la vida, hijita querida. Te confieso que me sentí
apesadumbrada cuando apenas a la semana de haber regresado al país, me dijiste
muy seria: “El año que viene no vuelvo. Aquí no hay comida, ni agua, ni luz, ni
medicinas. La inseguridad es horrible. Vayan ustedes a visitarme”. Pensé: En
diez meses que estuvo fuera, es otra persona. Vive en un país civilizado y
ahora el suyo le quedó pequeño.
Ojalá podamos viajar. Eso no te lo comenté para no alarmarte, al fin y
al cabo, sé que tienes razón. Esto no es vida, pero piensa en tus abuelitos de
casi noventa años que quizás en poco tiempo se vayan al cielo. Hay cosas en la
vida que son invaluables y una de esas es la sangre que corre por tus venas.
Ellos te han amado y aman por sobre todas las cosas y en su vejez eres aún más
importante porque los llenas de vida, orgullo, alegría. Eres, el recuerdo de lo
que algún día fueron. Mientras vivan, deberías tratar de darles la alegría de
volver a verte.
Hija, la vida puede ser tan corta o tan larga como nos propongamos
vivirla. La juventud se va en un soplo y tienes razón en no querer pasar la
tuya rodeada de tanta escasez. Tienes derecho a querer progresar y salir
adelante en la vida. Si tuviera tu edad, probablemente, hubiera hecho lo mismo.
Sólo te pido que no te olvides de nosotros, porque no importa qué tan
bien te sientas fuera de Venezuela, siempre serás una extranjera con acento
venezolano, con gustos venezolanos, con unos ojazos ‘aguarapaos’ que sólo pueden
provenir de aquí, con un sabor y un color entre blanca y trigueño que te
distinguen adonde vayas. Con un humor alegre y despreocupado, que quizás (como
dicen algunos) por inventar un chiste de todo -hasta de lo malo- es que estamos
como estamos; pero no cambies, tratando de ser lo que no eres en esencia.
Tolera, aprende, enseña lo bueno que tenemos. ¡Vive pensando en volver a
reconstruir tu país!
Qué alegría sentí cuando en el aeropuerto, pediste almorzar un Pabellón
Criollo “porque allá no hay” ¿Ves? No te habías embarcado y ya extrañabas tus
tradiciones.
Me despido con nostalgia de ti, mi niña hermosa, hasta que te pueda
volver a abrazar. ¡Dios te bendiga!
Te ama,
Tu mamá.
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