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domingo, 21 de febrero de 2016

¿Diálogo o reconocimiento?, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI sábado 20 de febrero de 2016

Sin la despolarización político-ideológica cualquier diálogo será imposible y la construcción de un horizonte compartido de país que marche hacia el bien común no será viable. Sin este previo, no lograremos resolver el problema de la legitimidad política, como tampoco el de la inclusión socioeconómica. Menos aún, lograremos plantear un debate en torno a los posibles sistemas o modelos socioeconómicos o políticos que sean más adecuados para retomar la senda perdida del desarrollo del país.

El gobierno nacional sigue apostando a la polarización político-ideológica, sólo que ahora la está llevando a un nivel más alto, a la confrontación entre poderes públicos, pues la perdió en el terreno social, como quedó demostrado con la victoria de la oposición en las recientes elecciones de la Asamblea Nacional.

Hoy en día, urge más hablar de la necesidad imperante del reconocimiento antes que del diálogo. Sin interlocutores hablando de igual a igual la propuesta de cada grupo será siempre rechazada por el otro, al verla como un atentado a la propia sobrevivencia. El país político necesita proponer políticas de reconocimiento, caminos de encuentro a través de leyes y estrategias públicas que posibiliten una unidad superior a la ideológica y así atraigan a la población nacional, y no sólo a grupos partidistas. Y el país social necesita evaluar los modos en que nos relacionamos y vemos los unos a los otros, dejando atrás la discriminación y la exclusión que ha existido entre grupos sociales y posiciones políticas.

El único camino para que se dé un reconocimiento auténtico es el de la inclusión socioeconómica y el diálogo político, el de humanizar nuestros modos de ser, que no sólo se expresa a través de leyes y normas, sino mediante modos de actuar, hablar y valorar a las personas en nuestras relaciones cotidianas.

Según Eric Weil, no hay diálogo posible con quien se rehúsa al uso de la razón, porque el diálogo presupone un acuerdo de base o postulado fundamental acerca de la aptitud de los seres humanos a usar su capacidad de razonar y argumentar. De esta necesidad de lograr un acuerdo mínimo también nos habla Jacques Maritain y lo entiende como la construcción de referencias mínimas comunes: «la democracia no exige en modo alguno un acuerdo compartido sobre los fines últimos, pero sí la aceptación de referencias mínimas comunes, como el respeto de las minorías, la preocupación por los DDHH, el sentido y la necesidad de una vida común compartida en el destino de la nación».

Los procesos de deshumanización, como el que estamos viviendo en Venezuela, son frutos de ideologías que socavan los derechos y deforman los deberes ciudadanos, que desmantelan la institucionalidad existente para dejar al individuo completamente aislado sin capacidad para reaccionar. Jean Nabert denomina a este proceso como un exceso del mal que ocurre cuando un sistema ideológico -sea político, económico o religioso- produce la pérdida de esa capacidad de escandalizarse ante la violación continua de las normas y de los derechos que regulan a una sociedad. Se acaba con el sentido común y el deseo por crear proyectos compartidos. Y convierte al poder en un fin en sí mismo que se ha de mantener a toda costa y a cualquier costo humano.

Por tal razón, en este tipo de contextos, como el nuestro, vale la pena recordar al jesuita Paul Valadier quien explica que «lo que menos debe dominar, en sentido estricto, es el diálogo, sino la preocupación y el deseo de reconocer al otro» (Cf. La part des choses), pues sin ese previo ético que es el reconocer al otro ningún diálogo será efectivo.


Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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