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domingo, 21 de febrero de 2016

Umberto Eco: En qué creen lo que no creen, por @epittaro



ESTEBAN PITTARO 20 de febrero de 2016

“El gran problema que afrontan los seres humanos es encontrar un camino para aceptar el hecho de que cada uno de nosotros va a morir”, llegó a escribir Umberto Eco hace poco más de diez años, en una de sus reflexiones en las que se aproximaba a la posibilidad de lo sobrenatural. La muerte del literato italiano, semiólogo de talla, sacude el mundo de la cultura. Reconocido ateo, en varios puntos de su vida se interrogó, y fue interrogado sobre su relación con la fe.


Acaso porque un acercamiento a Dios parecía inminente entrado en edad, tras la elección del Papa Francisco se le preguntó hasta el hartazgo que pensaba de él. Cuando la periodista Elisabetta Piqué le interrogó en 2013, respondió: “Me molesta extremadamente que todo el mundo me pregunte qué pienso del papa Francisco. Sería interesante saber qué es lo que el papa Francisco piensa de mí, pero no lo sé… Estoy convencido de que el papa Francisco está representando un hecho absolutamente nuevo en la historia de la Iglesia y, quizás, en la historia del mundo. Cuando algunos ingenuamente me preguntan si representa una revolución, yo contesto que las revoluciones se evalúan solamente 100 años después”.

Emblema intelectual, se mostró abierto al diálogo con la fe en un intercambio epistolar con el cardenal Carlo María Martini, luego publicado como libro en En qué creen los que no creen. Se trata de una propuesta llevada adelante por la revista Liberal en 1995, en la que Eco advierte que el mundo está nutrido por el cristianismo, pero el mundo laico lo niega.

En la primera carta, Eco escribe sobre el fin de los tiempos: “El concepto del fin de los tiempos es hoy más propio del mundo laico que del cristiano. O dicho de otro modo, el mundo cristiano hace de él objeto de meditación, pero se comporta como si lo adecuado fuera proyectarlo en una dimensión que no se mide por el calendario; el mundo laico finge ignorarlo, pero sustancialmente está obsesionado por él”.

Para Eco, el diálogo entre el mundo laico y el mundo católico, para encontrar puntos comunes, debe darse sobre todo en torno a asuntos éticos. La ética propuesta por Eco se sostiene en lo que llama “ética del reconocimiento de la importancia de los demás”. Martini le responde en la última carta que reconoce que en la ética hay una confluencia, pero que la ética no alcanza para dar sentido a la existencia humana, y debe abrirse a la existencia de la verdad.

Umberto Eco deja detrás de sí una indeleble huella en el mundo de la cultura. Por sus novelas, por sus ideas, por sus categorías de comprensión cultural. También por su búsqueda de sentido. “Fui criado como católico, y aunque he abandonado la Iglesia, este diciembre, como de costumbre, pondré un belén para mi nieto. Lo haremos juntos, como mi padre hacía conmigo cuando yo era niño. Tengo un profundo respeto por las tradiciones cristianas, que como rituales para hacer frente a la muerte, todavía tienen más sentido que sus alternativas puramente comerciales”, escribió en aquel artículo de 2007 para el Daily Telegraph.

Aunque en otros casos sus reflexiones puedan resultar escandalosas, como aquella definición de la religión como la cocaína de los pueblos, la apertura al diálogo con la Fe de Eco supone un importante precedente para los, como él se definía, hijos de la ilustración. Y esa valentía engrandece el legado de Eco.

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