Por Miro Popic
Confieso que he perdido la
cuenta de cuántos motores se han inventado para tratar de empujar este proyecto
que ya sabemos no nos conduce más que el abismo. Sin embargo, el motor más
importante de todos no lo menciona ningún ministro ni aparece en las cadenas
oficiales, un motor que amenaza con acabar con todos y con todo, un motor que
solo se conjuga en primera personas: el motor del hambre. No es la primera vez
que me refiero a él, pero hoy está más presente que nunca.
PLATO ÚNICO
El verdadero motor de la humanidad y de los pueblos, de todos los pueblos, es el hambre. Ha sido la constante y sacrificada búsqueda de los alimentos la que ha determinado los grandes cambios que se registran a lo largo de la historia desde que comenzamos a caminar erguidos. La cronología historicista acostumbra a reseñar sólo fechas de batallas y nombres de guerreros, pero la verdadera guerra es la que se libra día a día para dar de comer a la gente. O, mejor dicho, para conseguir algo que comer y alimentar a los nuestros. Una guerra que hoy nos amenaza cada días más agudamente, ante la insuficiente producción nacional de alimentos y la carencia de recursos para satisfacer la demanda, guerra que no tiene nada de económica, es, simplemente, incapacidad pura y simple.
Además de ladronismo. La
comida, amigos míos, no sólo es importante, es lo más importante. ¿Exagero?
Piensen en todo el tiempo que le dedican a la búsqueda del sustento diario, en
todas las colas que hacen, saquen la cuenta de todo lo que significa poner un
poco de arroz con caraotas en cada plato, recuerden qué es lo que conversan con
el cajero cada vez que hacen mercado y ven cómo suben los precios a diario. ¡Nadie
puede vivir sin comer! Han sido las modificaciones en la dieta lo que ha
permitido el paso de un estado a otro y los cambios han tomado siglos o
milenios. El primer gran cambio vino cuando el Australopitecus dejó de ser
recolector y se transformó en cazador.
Pasó de ser vegetariano a
transformarse en carnívoro y eso no sólo lo obligó a caminar erguido, sino a
buscar un sitio donde pernoctar. Las relaciones se volvieron más complejas y
surgió la necesidad de crear un lenguaje. Eso ocurrió al lado de la hoguera,
del fuego recién descubierto y se creó el hogar, con eso la familia, y con ella
la civilización. El hombre es un animal que cocina. Es el único que tiene
la facultad de transformar los alimentos y eso es lo que lo hace humano.
Lo escribió hace años el
antropólogo norteamericano Carleton Coon: "La introducción de la cocina
bien pudo ser el factor decisivo que elevó la existencia del hombre de un nivel
esencialmente animal a otro más humano." Si el consumo de proteína animal,
o sea carne, permitió el crecimiento del cerebro y el desarrollo de la
inteligencia, el consumo de cereales hizo que el hombre se estableciera, se
dedicara a cultivar la tierra e inventara los utensilios de labranza necesarios
para hacerse el trabajo más fácil. Y cuando la caza se hizo difícil, no tuvo
más remedio que domesticar y criar ganado. Fue época de la revolución agraria.
Fue el trigo, así como hoy es
el petróleo, lo que facilitó la expansión del Imperio Romano. Y cuando no
alcanzó para alimentar a sus ejércitos, y a la población, todo se derrumbó.
En la Edad Media fueron las
especias las que marcaron el camino de la historia, si no, Colón no hubiera
llegado a estas tierras. Gracias a ese viaje, el maíz y la papa americana
paliaron las hambrunas europeas, mientras en el Nuevo Mundo, el ganado y la
yuca permitió el avance de los ejércitos libertadores. Si no, Bolívar no
hubiera llegado a donde llegó. Tampoco Aristóbulo estaría de vicepresidente si
no fuera por la caña de azúcar y los que vinieron para cultivarla.
Y así, por todos lados, hay
suficientes ejemplo del valor del hambre como factor de cambio. Porque con
hambre lo único que se puede hacer es comer.
POSTRE
Como diría Caldera luego del 4F: revolución con hambre no dura. ¡Viva la comida!
20-02-16
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