Entre Caracas, donde tiene su
residencia oficial, y París, donde pasa largas temporadas, Ben Amí Fihman
escribió su primera novela El espejo siamés (Oscar Todtmann
editores). Sus páginas contienen un largo y extenso recorrido por la primera
etapa de la democracia petrolera.
Es una novela de personajes
que, en un juego de espejos, y atando cabos, podrían encarnar a personas de
carne y hueso, cuyas vidas transcurren en mundos tan distintos como el arte, la
literatura, los bares y los prostíbulos, de una Caracas salpicada por el
whisky; una ilusión de gran ciudad que acabó en la nocturnidad, muy pronto, tal
como la estamos viviendo actualmente.
El espejo siamés no es
una novela nostálgica ni esperanzadora, todo lo contrario. Pero encierra una
elipsis brillante y está construida de tal forma que los personajes se funden,
reaparecen debido a metamorfosis que tienen que ver con el carácter, el
sufrimiento físico y las motivaciones que impulsan fuerzas imparables como la
ambición y el poder.
Quisiera empezar desde la
perspectiva del narrador cuando dice: La silueta del cronista gastronómico
de El Nacional: alto, barrigudo, barba negra, bastón en mano y, coronándolo, un
llamativo panamá. Pedante, ostentoso y ególatra. ¿Advertencia de que la
novela no va hablar de virtudes, de lo bien que la pasamos en una Caracas
remota, sino de los defectos, de la oscuridad y flaquezas, digamos, además de
una ciudad que ya no existe? ¿Ese personaje hace esa advertencia o
sencillamente es una presentación?
En realidad a él lo está
viendo el narrador; es uno de los personajes que arropa la novela. Toma en
cuenta que se concibió en 1988. Originalmente, yo pensaba que iba a ser un
relato para la sección de cuentos de la revista Exceso (de la cual Ben Amí
Fihman fue editor y director). No sé si fue Strindberg o uno de los dramaturgos
escandinavos quien dijo acerca de una de sus obras maestras: La tengo
lista, sólo me falta escribirla. En 1988 no existía la perspectiva de una
ciudad perdida. Creo que el hecho de que la novela no tenga, en apariencia,
nada que ver con el futuro y con lo que existe hoy, es lo que le da cierta
riqueza, para quien la contemple desde lo que está sucediendo actualmente. Hay
allí como un embrión, un embrión que no prejuzga sobre el futuro. No dice vamos
al apocalipsis, no dice vamos al abismo, sino que está contenido en sí mismo.
Yo insisto en que es una novela de personajes más que de acción. Muchos de esos
personajes tenían el ADN del futuro social y del futuro de Caracas.
Creo que en esas páginas hay
un caldo de cultivo que luego derivó en estas horas oscuras que estamos
viviendo.
La novela está contenida en
una época marcada por el final de la Guerra Fría y la extinción de la Unión
Soviética. Es decir, esos eran sueños muertos, cualquiera se engañaba en ese
momento. En una de sus páginas se dice, por ejemplo, que Juan Liscano acogió
con bombos y platillos la aparición de Gorbachov. Hay personajes que llegaron
hasta hoy y que vieron desmentida esa ilusión. Recuerda que cuando cayó el muro
de Berlín, muchos creyeron que el mundo iba a cambiar para mejor. Hoy sabemos
que la historia no es tan previsible.
Hay también un juego de
espejos entre dos escritores, uno venezolano, Carlos Clarens, y el otro ruso,
el poeta y escritor Ossip Chemiakin. Mientras Clarens ve, con cierta angustia,
como decae su razón de ser (la denuncia contra el totalitarismo) tras el
ascenso de Gorbachov, Chemiakin encuentra la posibilidad de publicar una obra,
precisamente, en una Unión Soviética más distendida y tolerante.
En uno de los episodios de la
novela, Chemiakin está trabajando en Polonia, en donde recibe a uno de los
personajes más entrañables: Mario Martínez O’Connor (tío de Carlos Clarens),
quien resultó para mí una revelación. Es esa cosa de la que hablan los buenos
novelistas, de que los personajes se les escapan, empiezan a correr por cuenta
propia. Creo, modestamente, que Martínez O’Connor, es el personaje más
enternecedor y logrado de la novela. Pero es cierto, entre ambos (Clarens y
Chemiakin) hay imágenes invertidas.
Hay reflexiones, pensamientos,
aparte de personajes, podríamos decir que es una novela de ideas.
Absolutamente, porque son
intelectuales, poetas. Algunas de las características de esos personajes las
pudieras encontrar en personas que vivieron en Venezuela en la vida real. Por
ejemplo, alguien que atravesó el espejo y donde podrías encontrar similitudes,
es en el personaje llamado Pedro Rojas. Acaba de morir Oswaldo Barreto. Me
contaba el periodista francés, Patrick Rigoulet, corresponsal en Caracas del
diario Libération, entre 1988 y 2001, que en una ocasión (habrán
transcurrido 20 años), visitó en su casa a Oswaldo Barreto, quien le mostró,
con gran orgullo, una hilera de su biblioteca con todas las obras de Jean Paul
Sartre. Sartre se ha devaluado muchísimo últimamente, porque aunque era un
filósofo genial, se equivocó la mayoría de las veces y sobre todo políticamente.
Recuerda Huracán sobre el azúcar que era como un himno a Fidel
Castro. Barreto, además, también inspiró a un personaje de País Portátil,
la novela de Adriano González León. Y más recientemente, en el siglo XXI, al
personaje de una
novela escrita por una autora inglesa. A propósito de Huracán
sobre el azúcar hay un episodio, que finalmente quedó fuera de mí novela,
que marca una ruptura política —una más entre otras—, que involucra a dos de
los personajes, Santos Luzardo y el perro Rojas.
El debate de la izquierda ha
sido un paredón para sus propios partidarios. Muchas de esas ideas, que surgían
en los bares, en la bohemia y en la vida nocturna, pudieron ser meras
reflexiones, que después se convirtieron en una cruda realidad que, en mi
opinión, nos arropa terriblemente. Esa continuidad se advierte, palpita en su
novela.
Justamente por eso te decía
que la novela estaba terminada en 1988. Así que yo no tenía una bola
de cristal para saber lo que iba a ocurrir. Pero es lo que le da una tremenda
vigencia. El sentir, digamos, que lo seco, lo estéril, de todo eso se
materializó a comienzos del siglo XXI, en lugar de la Venezuela de los años 60
o de los años 80. Pero no es una novela nostálgica. No es la novela de la
Caracas maravillosa, entre comillas, de los años 80. Que fue una especie de
pico en el cosmopolitismo de Caracas, el barril de petróleo rondaba los 40
dólares y se importaba agua de Escocia para beber el Etiqueta Negra de la
época, así como toda la prensa argentina que llegaba a los kioscos de Sabana
Grande. Caracas vivió una ilusión de gran ciudad que no le duró mucho. Y hoy en
día menos que nunca. Caracas es una ciudad arruinada.
Me permito enmendar la plana
de mis propias observaciones, porque ciertamente la palabra nostalgia no es
apropiada. Adonde voy es a lo siguiente. Allí está el trasfondo de las ideas y
las discusiones de la izquierda que, de alguna manera, permearon en América
Latina. Allí está el germen de todo lo que estamos viviendo —la desazón, la
oscuridad, la quiebra—. En efecto, no es una novela de esperanza.
No, para nada. Es profética.
En cierta forma esa izquierda, la reflejada en la novela, estaba condenada. Eso
empezó en la democracia petrolera, que fue ablandada con el whisky, con las
bolsas de trabajo… con las oportunidades. De esa forma, empezó a ablandarse. Y
fue rematada cuando se plasmaron sus ideas. Y las plasmó la persona menos
indicada, la que ellos menos esperaban. A esa izquierda la remató la revolución
bolivariana. Ten en cuenta que cierta oposición, desde el diario El Mundo,
la ejerció Teodoro Petkoff. El también puede verse reflejado en la novela.
Recuerdo que después del fusilamiento del general Ochoa en Cuba, cuando empezó
el “periodo especial”, viajé a La Habana con Ramón J. Velásquez. Hablábamos de
la importancia que había tenido Fidel Castro en América Latina, porque alguien
del grupo decía cómo va a ser importante una persona que ha hecho esto o
ha hecho aquello, como si la importancia histórica de un hombre se midiera por
lo honesto que fue o por las virtudes que desplegó en su acción y Velázquez,
que era un hombre con una capacidad de síntesis impresionante,
dijo: estimado, así será de importante Fidel Castro que Rómulo Betancourt,
quien era uno de los líderes de izquierda en América Latina, el 1ero de enero
de 1959 pasó a la derecha. Lo desplazó Fidel Castro. Definitivamente a la
derecha. Algo así ocurrió con Chávez. Toda esa izquierda, que humanamente está
viva en el régimen de Maduro, fue desplazada a la derecha, inevitablemente, por
la aparición de Chávez, quien era el llamado a realizar los sueños que ellos
tenían en los años entre 1960 y 1990.
No todos, ¿verdad? Acaba de
mencionar a Petkoff. También a Chávez le hicieron oposición desde la izquierda.
Algunos representantes de la
izquierda que se plegaron a Chávez fueron lo suficientemente astutos como para
cobrar el cuadro (de 5 y 6) que habían marcado, pero no habían sellado. Y lo
sellaron con Chávez. Actualmente, están ocupando embajadas, altos puestos o se
han enriquecido. Y no quiero mencionar nombres.
Uno de los personajes de la
novela, Mario O’Connor Martínez, refleja en ese juego de espejos a un
periodista, a un diplomático, a un hombre que tiene una faceta intelectual,
además, sólida. Ya dijo que se le escapó de las manos.
¿O’Connor Martínez se apropió de la novela? ¿Qué fue lo que le deslumbró de este personaje?
¿O’Connor Martínez se apropió de la novela? ¿Qué fue lo que le deslumbró de este personaje?
Yo sí creo. Si te estoy
diciendo que se liberó, que empezó a aparecer y en cada una de sus facetas,
independientemente, se hacía más rico y me arrastraba. Voy a decir esto, sólo
como una referencia. Sin ningún ánimo de compararme con Cortázar. Pero Cortázar
decía, creo que con relación al cuento El perseguidor, no escribí desde
el yo, sino desde un personaje que no era yo mismo, un personaje que se había
separado de mi cuerpo, de mi imaginación. Quizás, mucho de los cuentos
fantásticos anteriores de Cortázar, eran elucubraciones personales, que pudo
haber sentido como el reflejo de sus propios sueños, de sus propias pesadillas.
Y ahí (en El perseguidor) era ese músico de jazz que había existido en la
realidad, que lo avistó, que lo invadió, que se independizó y que lo utilizó
como médium.
O’Connor Martínez no le da
tregua, a ninguna hora del día o de la noche. En el día concibe y edita la
revista y al caer la noche se entrega al mundo de la bohemia, a las
prostitutas, a los bares.
Lo que es clave ahí, si
quieres una explicación racional de psiquiatra, es su experiencia en las
cárceles de Gómez, allí lo apodaban El Moco. Él no iba a ser aquello en
que se convirtió, sin esa experiencia. En una suerte de quimera, en el sentido
de animal mitológico. Porque tenía el cuerpo de una forma y la cabeza de otra.
El cuerpo que lo llevaba al mundo de la noche, a deambular por los bares y los
burdeles y de día a producir ideas y a cumplir con su trabajo cuando estuvo en
el cuerpo diplomático. Y luego como periodista activo, en el segundo comienzo
de la democracia —a partir de 1958—, que es cuando se suicida.
La cárcel suele ser una
experiencia límite para mucha gente que pierde la libertad y para O’Connor
Martínez no podía ser de otro modo. Es un mundo fantasmagórico que él mismo va
elaborando.
Para copiar a (André) Malraux
esa pasantía por las cárceles de Gómez convierte su vida en destino. No pudo
elegir, la vida eligió por él. De ahí su metamorfosis, lo único que lo redime
es el amor de Wiera Gram, que es una superviviente de la Segunda Guerra
Mundial. Haber descubierto por azar a ese personaje llamado Wiera Gram es una
de las cosas que más me gusta personalmente. No sé si puede rastrear en
archivos lo que fue su vida el año que vivió en Venezuela. Wiera Gram es un
personaje de una novela que después se llevó al cine: El pianista, cuyo
director es Román Polanski. El café donde ella cantaba existió realmente en el
gueto de Varsovia. A ella la calificaron como la Marlene Dietrich polaca. Los
polacos se van a poner furiosos conmigo, pero esas comparaciones que se hacen
en los países del este de Europa, así como en Venezuela, siempre ocurren en las
naciones que no son protagonistas de la Historia. Ese punto en común, el haber
vivido el cautiverio, la opresión y la violencia, es el que los une (a O’Connor
y a Gram). Ella hizo todo lo posible para que Szpillman (el pianista) entrara
en el café donde ella cantaba, lo que impidió, de alguna manera, que fuera
deportado a un campo de exterminio.
Sí, pero ella fue acusada de
colaboracionista, precisamente, por haber cantado en ese café, frecuentado por oficiales
de las SS.
No sólo eso, Wiera Gram fue
procesada en los juicios de depuración y Szpillman, que aparentemente sabía que
no fue así, no movió un dedo. Su caso fue sobreseído, un poco como Chávez. Pero
quedó esa mancha. Ella se refugió en París y luego en Tel Aviv. Pero en cada
presentación surgía el pasado. Durante esos años, hay que decirlo, Venezuela
era como la Meca para todos los desheredados de Europa. Así fue como ella llegó
a Caracas y cantó en el Hotel Potomac. Allí fue donde conoció al hombre, cuyo
reflejo es el personaje que encarna O’Connors Martínez. A una autora que
escribió una novela precisamente sobre su vida, y a quien pude entrevistar,
Wiera Gram le confesó que fue feliz en Caracas, pero alguien la denunció ante
la comunidad judía y tuvo que refugiarse nuevamente en París. Si se pudiera
rastrear su vida en Caracas sería estupendo, pero ese episodio, de alguna
manera, está reflejado en la novela.
Otro personaje, que también
juega un papel primordial, es la esposa de Carlos Clarens, Circe, la galerista
de Parque Central, cuyo nombre está asociado a lo que quizás es la colección
pictórica más importante de Venezuela. Mi lectura es que Circe es una devoradora
de hombres, capaz de convertir a su pareja en “un perrito faldero”. ¿Cómo
podríamos ubicar a ese personaje en la trama de la novela? ¿Por qué aparece con
tanta fuerza, con tanto ahínco?
El relieve que adquiere ese
personaje tiene que ver con la mirada pacata que tenía la sociedad venezolana,
sobre todo, en relación con las costumbres de las mujeres. Hay que pensar en lo
confinada que estaban las mujeres y como una mujer quedaba marcada para siempre
por lo que hoy sería un episodio más en su historial.
¿Se podría decir qué es una
raya más para un tigre?
Correcto. Hoy día, para
cualquier persona que se crió después de Mayo del 68, la revolución hippie, la
píldora, en fin, todas esas cosas, no es un galón, pero en esa época (años 50)
era motivo para que la consideraran candidata al infierno. O galones en un
traje de mariscal del sexo, estilo María Félix, por ejemplo. Hoy las María
Félix abundan y no acceden a esa posición por las canciones que les pudiera
dedicar alguien como Agustín Lara. María Félix era una mujer lanzada,
representó a Doña Bárbara en la película sobre la obra de Gallegos y Doña
Bárbara era una devoradora de hombres. Hoy en día las devoradoras de hombres…
… No existen.
Sí, no existen en la mirada de
la sociedad. Son fieras moralmente domesticadas.
La galerista también demuestra
ser ambiciosa. Realmente, no tiene muchos pruritos para llegar al lugar donde
ella desea establecerse.
Sí, no tiene escrúpulos para
allanar el camino o construir, peldaño a peldaño, la escalera que la va a
llevar al éxito. Pero hoy esa ambición es menos escandalosa que en esa época.
Por lo mismo, porque es mujer. Una mujer ambiciosa. Y las mujeres (en los años
50) eran ambiciosas en un plano menos heroico. La ambición se reflejaba en el
matrimonio, en el deseo de conseguir un marido que socialmente ocupara una
buena posición. Y a su lado reflejar, como lo haría un planeta, la luz del sol.
En cambio, esta era una ambición independiente, que la hace actuar, pero —al
mismo tiempo— la dramatización de ese anhelo es cosa exagerada para su época.
Hoy en día no lo es. Y se hacen películas sobre mujeres sin censurarlas, sin
tacharlas de ambiciosas.
También queda reflejada la
relación de la galerista con el poder. No sólo la de ella, sino la de su
pareja. A veces los intelectuales quieren para sí el poder, pero no tienen los
atributos de los hombres que entienden claramente lo que significa el ejercicio
del poder. Se pierden en esa búsqueda. ¿Eso está allí?
Sí, está allí. Pero la
diferencia entre ella y Mata Hari, por ejemplo, es que Mata Hari terminó
fusilada, ejecutada. Pero ella pudo haber sido una Mata Hari. Y lo que ella
tiene distinto con respecto a otras mujeres de la Historia, como Catalina de
Rusia, algunas queridas de Luis XIV o Luis XV, es que ella lo hace de manera oblicua,
a través de una vía, de un camino, que por lo general no debería llevar al
poder, y que es el arte. En realidad, en el pasado, a lo más que llegaban los
artistas o los intelectuales era a ser cortesanos. Uno puede remontarse a la
época de Luis XIV, Moliere, Racine, pero aquí el camino que la lleva al poder
es el arte en un país inculto. Y eso es prodigioso. Eso sí es una aventura
original. Y bueno, merece que ese personaje sea reseñado. Pero ella tiene un
modelo real, basta con atar cabos y advertirás cual es el modelo que ella
copia. Un modelo superior a ella, que en lugar de una galería tiene un museo.
Sí, creo que eso es original, pero también exagerado. Porque finalmente esa
galería no es Claude Bernard de Paris o Malborough de Nueva York. Es una
galería, aquí en Caracas, en Parque Central. Ahí también está la mirada
provinciana venezolana, que la hace a ella capaz de conquistar Miraflores.
Si el personaje de la
galerista pudiera leer la novela, ¿En qué términos se vería reflejada?
Te voy a decir algo que me
dijo una vez Sofía Ímber. Yo no desmiento nunca a un periodista. Te
juro por mi madre que eso me lo dijo a mí en una ocasión Sofía Ímber. Y yo creo
que ese personaje de la novela tendría una reacción parecida. Yo no
desmiento nunca a un novelista. Creo que esa sería la respuesta de ese
personaje.
Quizás la relación entre
Santos Luzardo O’Connor y su tío O’Connor Martínez está marcada por una
ausencia, porque Santos Luzardo O’Connor no tiene la poesía, el alma literaria
—como diría Elisa Lerner—, que tenía su tío. Sin embargo, no le falta
inteligencia, capacidad de trabajo y ambición. ¿Cuál es su lectura de esta
relación?
Entre los padres y los hijos,
no todo se hereda. A lo mejor se hereda una casa, una costumbre, pero no
siempre el talento o la imaginación. Yo creo que le falta imaginación. Sin ir
más lejos, creo que a los hijos de Bach les faltó la imaginación del padre. Que
además era una imaginación, puesta allí por Dios, dicen. A lo mejor le faltó
sufrimiento físico. A lo mejor ese cautiverio en el Castillo de Puerto Cabello
le hizo falta. Era un huérfano del dolor. Le faltaba dolor físico. Creo que era
un poco reprimido, sin un poco. Recuerda que en la novela el descubre el sexo
con la galerista. Antes había tenido una relación, casi gimnástica, con una
estadounidense.
Sin embargo, Santos Luzardo
O’Connor termina quitándose la vida. No olvidemos que su tío había cometido
suicidio.
Sí, por una serie de razones
que, antes del velorio, las había enumerado Liscano. Y que no llegan a aclarar
del todo el misterio. El misterio de ese personaje. El misterio de ese
suicidio. Vamos a decirlo, algunos sospechan que no haya sido suicidio, sino
asesinato. Al final no es una novela policial, pero sí es una novela que
pertenece al género negro.
Podría decir que Santos
Luzardo O’Connor es un personaje agobiado, porque al final lo sorprende un amor
sin esperanza.
¿Y todo eso se entiende?
Porque si es así, la novela es un éxito. Yo lo que hice fue dictar lo que me
dictaba.
La fusión de personajes, el
juego de espejos, pudiera ser una apuesta en la cruzada que la crítica y
algunos autores desean emprender para renovar el género de la novela. ¿Qué
piensa Ben Amí Fihman?
Te voy a contestar
inmodestamente y muy modestamente. En el caso de (Alberto) Giacometti es falsa
humildad y humor. En el caso mío es verdadera modestia. Un periodista quería
elogiar las figuras filiformes de Giacometti, a las que Sartre atribuía una
cantidad de cualidades, representaban a los sobrevivientes de los campos de
exterminio, al hombre del siglo XX, una cantidad de explicaciones
existencialistas y Giacometti le respondió al entrevistador: Pero no es
así, yo a veces trato de esculpir una mujer gorda y finalmente me salen
así. Yo quisiera escribir una novela mejor construida, según los cánones
narrativos clásicos, pero lo que me salió fue eso.
23-04-17
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