Por Maritza Izaguirre
Los regímenes autoritarios se
distinguen por privar de libertad, a los que consideran sus enemigos políticos,
especialmente si estos expresan opiniones contrarias al pensamiento oficial.
En los últimos días hemos
observado con preocupación los abusos cometidos por las autoridades, al limitar
la libre circulación, obstaculizando el acceso a los centros urbanos, dónde, de
acuerdo a nuestra Constitución, los ciudadanos son libres de participar en
actos públicos para expresar su molestia, ante lo sucedido, en
especial el irrespeto al Poder Legislativo, y el continuo abuso de la
Sala Constitucional del TSJ, el cual responde claramente a los enunciados del
Poder Ejecutivo.
Todo esto complica aún más la
situación de los presos políticos, muchos de ellos retenidos, a pesar de contar
con ordenes judiciales de libertad condicional, otros esperando sentencia firme
y los condenados, a pesar de que es de todos conocidos, en la mayoría de
los casos, lo injusto de los procedimientos legales a los que fueron sometidos.
Esos hechos me traen a la
memoria, lo ocurrido en mi propia familia, en los largos años de la
dictadura gomecista. En mi infancia, mis tías, nos relataban las dificultades
sufridas en los años veinte del siglo pasado, cuando mi abuelo materno, Eduardo
Porras Bello, periodista encarcelado por sus críticas al gobierno de turno, fue
retenido en prisión por largos años, 14 en total. La familia se vio
obligada a sobrevivir sin la presencia del padre, las mujeres asumieron la
responsabilidad de sacar adelante a los menores con esfuerzo y sacrificio,
acompañados de la fortaleza moral de la religión católica. Con fe y
esperanza esperando por el cambio, que permitiera la libertad del
padre ausente.
Años duros de escasez y
pobreza pero que fortaleció a la unidad familiar rechazando el autoritarismo y
sembró la responsabilidad social del grupo, siempre pendiente de cómo ayudar al
otro.
El sufrimiento compartido
unifico a las familias de los presos, se ayudaban entre si, circulaban las
notas recibidas y oralmente trasmitían las noticias acerca de su precaria
situación.
Una vez recuperada la
libertad, mi abuelo regreso a sus tareas habituales en La Religión y
nos trasmitió a sus nietos la fortaleza moral y el compromiso en la defensa de
los derechos civiles, y el rechazo al autoritarismo y al abuso de poder.
De allí nuestra
vinculación con la libertad de expresión y el compromiso con una gestión
pública responsable por el bienestar de todos, sin distingos
ideológicos.
En la unión esta la fuerza
para cambiar y lograr una sociedad justa y responsable por el cambio por todos
deseado.
19-04-17
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