Por Willy McKey
En ocasiones, para no dejar
que la emoción intoxique un texto, lo mejor es repasar los hechos uno por uno y
en orden.
Suele ser lo más conveniente
para las ideas.
Uno de los rumores que corrió
la noche del 20 de abril de 2017 hablaba de unas supuestas luces antiaéreas
ubicadas en Miraflores. No era tal cosa. El efecto era generado por unos
enormes reflectores ubicados en el centro de Caracas, como anuncio de que el
gobierno iba a inaugurar en el Teatro Municipal un festival a como diera lugar.
El Teatro Municipal tiene una
historia vinculada con el culto a la personalidad, como la mayoría de los
edificios afrancesados que la capital le debe al dictador Antonio Guzmán
Blanco. Sin embargo, en esa historia menor que tiene todo teatro caribeño,
llama la atención que la obra con la cual se inauguró fue Il
Trovatore, de Verdi. El tema sería aplaudido por Guzmán, ese claro ejemplo
del autócrata ilustrado que supo disolver más de un alzamiento mientras estuvo
en el Poder.
Il
Trovatore es una ópera cuyo argumento se basa en una obra de
teatro de Antonio García Gutiérrez y cuyo eje es un episodio de la historia de
Fernando de Aragón que en catalán se conoce como “revolta del comte d’Urgell”:
un levantamiento que fue sofocado rápidamente, cuando el Poder decidió impedir
que las bases se comunicaran entre sí.
El festival se inauguraría en
el Teatro Municipal. Sin importar que en algunas esquinas de esta misma ciudad
hubiera gente asfixiada por bombas lacrimógenas. Sin importar la tensa calma de
cada tarde en las zonas populares donde cuerpos de seguridad y paramilitares
asustan con una violencia apadrinada. Sin importar que varias familias
estuvieran arrancando sus novenarios.
Un conjunto de agrupaciones
decidieron retirarse del festival y emitieron un comunicado. El gesto fue
considerado suficiente por algunos, pero una acción del Ministerio del Poder
Popular para la Cultura replanteó el escenario: durante la misma noche en la
cual se reportaban sucesos violentos en la Av. Victoria, en El Valle, en el
pueblo de Baruta, la cuenta oficial del ministerio decidió sumarle a cada
mensaje el hashtag que etiquetaba como estiércol a los manifestantes opositores
que se vieron forzados a cruzar el río Guaire escapando de la represión
policial el pasado 19 de abril: #AlGuaireLoQueEsDelGuaire.
Una importante cantidad de
creadores condenó el hecho de inmediato y denunció la acción ofensiva,
denigrante. Era inconcebible que la cartera ministerial que debería velar por
nuestra capacidad creadora, por nuestra identidad, por aquello que aún con las
diferencias políticas debería convocarnos a todos, insistiera en una vergüenza
iniciada por el partido de gobierno y retuiteada por el primer mandatario:
referirse a un grupo de ciudadanos asustados como excremento, como mierda.
La acción del arte vivo
aguardó. Y durante la inauguración de un festival que no se detuvo, como si en
la ciudad no estuviera pasando nada, un grupo de artistas de los que se
retiraron de la agenda cultural propuesta por el gobierno, se paró delante del
Teatro Municipal, en la simple acción de desplegar una pancarta para responder
a aquel hashtag macabro con otro: #SalimosDelGuaireLimpiosDeConciencia
El festival seguirá. Seguirá
sin que el nuevo hashtag sea visto en la esquina de alguna pantalla de la
televisión abierta, sin que la pancarta pueda contar con la enorme plataforma
del sistema de medios públicos, sin que ningún ministerio lo incluya en su
programación.
Aunque al final de su vida
política Antonio Guzmán Blanco tuvo como oposición a una irrepetible generación
de intelectuales y líderes estudiantiles, el único enemigo político que pudo
sacarlo del Poder fue su salud. Varios dictadores han tenido una longeva
biografía política, y la muerte de alguno que otro ha sido motivo para
suspender eventos culturales. Incluso en otros países.
Y aquí es inevitable pensar
que el Suena Caracas fue suspendido por la muerte de Fidel Castro,
por usar el ejemplo más a mano.
Pero al parecer el asesinato
de ciudadanos comunes, la violación de los derechos humanos de los
manifestantes, e incluso los intentos de rebelión militar de conspiraciones
denunciadas por el mismo gobierno, no parecen razones suficientes para frenar
el ascenso del telón.
Y aquí es inevitable pensar en
que durante la tragedia de Amuay, una de las frases de Hugo Chávez Frías fue
aquel incómodo “Lamento lo sucedido, pero el show debe continuar. La vida debe
continuar”.
Del lado oficial, mientras el
grupo de artistas sostiene la pancarta con el nuevo hashtag dedicado al río
pútrido de Caracas, la vocería oficial de la Alcaldía de Libertador se limita a
responder desde la retórica.
Y es innegable que quedan bien
parados: para eso es la retórica. La autoridad municipal aprovecha el lugar de
enunciación de quienes en algún momento aprobaron la participación de estos
grupos que ahora se retiran.
Y así aprovechan una
fragmentación lógica.
Habrá quienes digan que las
agrupaciones no debieron retirarse, sino aprovechar el espacio. Habrá quienes
estimen que nunca debieron haberse postulado a un evento organizado desde el
Poder. Habrá quienes crean que haberse postulado y retirarse luego fue lo
correcto.
En ocasiones lo único que
mantiene a un individuo en el Poder es la incapacidad que tienen las bases para
comunicarse entre sí. Tal como sucede alrededor de la música y las voces
en Il Trovatore de Verdi. Tal como sucede en la historia
de los pueblos. Tal como sucede en la cultura.
Sin embargo, hay asuntos
indefendibles, como un ministerio entero ofendiendo a los conciudadanos (y
espectadores) de quienes siguen en la parrilla de programación del festival de
teatro y de quienes decidieron retirarse.
No habrá quien celebre esa
vergüenza.
Si algo debe celebrarse de
esta acción viva es que el arte decidió ausentarse de los escenarios, porque al
parecer sabe que debe seguir operando en la calle.
En contextos como el que vive
Caracas este abril, las ideas demandan algo que va mucho más allá del cliché de
que el artista deje de serlo con la excusa de ser ciudadano. La historia de la
lucha política del arte está llena de ejemplos donde lo que hace el artista es
crecer y atreverse a abrir las ventanas hacia aquello que Brecht llamaba “lo
justo” y disponerlo para los ojos de todos.
En especial para los ojos del
Poder.
Porque lo que ha salido del
Guaire no volverá al Guaire.
Ya no.
Lo que ha salido del Guaire es
mucho más que manifestantes empapados por la corriente podrida.
Lo que ha salido del Guaire es
mucho más que un grupo de artistas empapados por la lluvia.
Lo que ha salido del Guaire
tiene otra forma y otra temperatura.
Ya los creadores empiezan a
asumir la responsabilidad de abrir las ventanas que nos permitirán avistarlo:
tomar lo que ha salido del Guaire y hacerlo memorable.
Uno por uno. Y en orden.
21-04-17
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