Por Simón García
Las jornadas de abril
quebraron la ruta hacia el totalitarismo. Pulverizaron el “sustento jurídico”
para oficializar la dictadura de Maduro y su cúpula. La brutalidad del plan y
la negativa a restablecer el Estado de Derecho ha suscitado preocupación y
solidaridad en todo el mundo.
En el tablero del golpe de
Estado el gobierno debe tumbar el rey. Pero sigue jugando en él: intensifica el
Clap con la esperanza de ganar un afecto trasmutado en duro rechazo popular.
Incrementa la represión, usando no sólo las policías y la Guardia, sino
colectivos ilegalmente armados que están provocando indignación adicional por
su participación en los saqueos. Mientras avanza el segundero, el gobierno
recita su ansiedad por hacer elecciones. Pero le da pavor avanzar esa pieza y
se paraliza con la vana esperanza que el tiempo jugará por él.
El gobierno se hunde en su
maraña. Si no convoca elecciones y no satisface las otras demandas de la
oposición, el pueblo va a seguir en la protesta. Si las convoca, aún sólo la de
gobernadores, inicia un alud electoral que no podrá parar, incluyendo la
eventualidad de que la nueva distribución regional de poder conduzca a una
anticipación de las presidenciales por decisión de un nuevo bloque de poder el
cual cuente con el aval de las partes actualmente en pugna.
La represión está alcanzando
un umbral genocida, dada su ilegitimidad y la desproporción de acciones
policiales, militares y de colectivos paramilitares contra masivas
manifestaciones de civiles desarmados. La protesta se mantendrá mientras no se
cambien las políticas que han conducido a la crisis y el gobierno no se someta
a los mandatos de la Constitución. Somos el único pueblo del mundo que hoy está
en la calle porque quiere resolver una crisis de gobernabilidad, votando.
Un nuevo liderazgo se ha
validado en la calle, jugándose el pellejo junto a los ciudadanos. El
movimiento que enfrenta a toda la sociedad contra una minoritaria cúpula
gubernamental se ha ampliado y hay que aceptar que en su seno haya posiciones
diversas.
Pero los desafíos son
muchos. Uno es evitar que posiciones extremas, las radicales o las moderadas,
conduzcan a abandonar la calle por una negociación sin constante presión
popular o un ciego embiste frontal que retorne el apoyo masivo a la
confrontación entre dos vanguardias con similares anteojos ideológicos, pero
con distinto color del parche.
Otro enorme reto es
encontrar las iniciativas para combinar los actos masivos con centenares de
acciones oportunas, eficaces, con objetivos concretos sumadas a eventos
medianos o pequeños de ejecución rápida. Otro es la relación con el pueblo
llano. Y un cuarto, tener un discurso con propuestas para un país que pueda ser
compartido por ciudadanos que hoy se enfrentan inadecuadamente por proyectos
políticos rivales.
Hay mucho por hacer. Estamos
jugando en varios tableros.
27-04-17
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