Por Luisa Pernalete
Conmovida por el
enfrentamiento entre quienes protestan pacíficamente y quienes tienen orden de
reprimir, la profe con su sencillez característica recuerda que unos
y otros están afectados por los mismos problemas.
Estimado soldado:
Ya sé que hay mucha gente que
está agarrando rabia a los soldados, en general a los funcionarios de
seguridad, soldado, policía, guardia… me da pena porque he conocido uniformados
que son “buena gente”.
Esta semana, cuando después de
haber hecho uso de mi derecho a protestar pacíficamente y sin armas, como dice
el artículo 68 de la CRBV, viví una escena dolorosa: gente corriendo
porque unos uniformados estaban disparando bombas lacrimógenas. Nos refugiamos
en un centro comercial, allí había una señora de aspecto humilde que acompañaba
a un niño en silla de ruedas. La señora, supongo que su madre, le daba un
pañuelo con agua al chico, lucía angustiada. Afuera, un piquete de policías
uniformados, la mayoría jóvenes. Escena triste.
En ese momento recordé otros
episodios donde uniformados aparecen. Años atrás, en San Félix, después de un
robo en una escuela, un policía de la Gobernación del estado Bolívar me
acompañaba para la escena del crimen. Lo tuve que llevar en mi carro porque en
su puesto no había patrulla. Al policía, no sé por qué, se le ocurrió que yo
tal vez conocía al gobernador, quien para aquel momento era una persona que
estudió primaria en Fe y Alegría. “Hágame un favor -me dijo el policía- ayúdeme
a conseguir un crédito para una casa”. Me conmovió su pedido de ayuda. Pensé en
tanta gente que yo conocía necesitada de ayuda similar. “Somos la misma cosa yo
que tú”
Otro episodio posterior. En
una comunidad popular de Puerto Ordaz, una señora comentó que a su hijo de 11
años lo habían atracado tres veces en una semana yendo al liceo igual que a
muchos otros estudiantes. “Mi esposo es guardia nacional, pero no hicimos nada.
Dice que si denuncia tendremos que mudarnos nosotros”. ¡Historia conocida!
“Somos la misma cosa yo que tú”.
El tercer episodio es más
reciente. Hace unas semanas, en el metro de Caracas, vi a un joven de rostro
indígena. Lucía medio perdido, preguntaba cómo llegaba a una estación de otra
línea. Me ofrecí a ayudarle, puesto que yo iba para una estación cercana.
Empezamos a conversar. Venía de una comunidad indígena que yo conozco y estudió
en una escuela que yo ayudé a fundar. Así que nos vimos como amigos de toda la
vida. Estaba en la capital porque tenía un familiar hospitalizado en el
interior y éste requería unas medicinas. “Somos la misma cosa…”. Continuamos
conversando. Me dijo que era guardia nacional y hasta me mostró su carnet. No
era soldado raso. Tenía un grado. Entonces me atreví a preguntarle qué decían
sus compañeros de tropa.
“Maestra: ¡Estamos fregados!
Los de abajo estamos fregados” -me contestó. “Somos la misma cosa”. Asentí. Le
dije que yo trabajaba con puros “fregados” y que se acordara de eso cuando
viera gente protestando. Entonces el joven me interrumpió y casi como un niño
de primaria me dijo: “Si, yo sé, tenemos derecho a manifestar pacíficamente y
sin armas”. Le sonreí. “Somos la misma cosa yo que tú”.
Sé que hay soldados que se han
portado mal, incluso hay funcionarios que han ocasionado la muerte a hermanos
venezolanos, eso duele. Las responsabilidades son personales, o sea, que si
matas a un manifestante, por ejemplo, puedes ir preso y siento rabia y pena
porque sabemos que ustedes no actúan por cuenta propia, sino porque alguien les
dio un arma y una orden.
El 19 me compadecí de tus
compañeros y compañeras de la Policía Nacional. Les miraba a ellos -cumpliendo
órdenes- y a la señora con su hijo en silla de ruedas. Me acordé del poema de
Nicolás Guillén: “No sé por qué piensas tú/ soldado que te odio yo/ si
somos la misma cosa/ yo que tú”. Somos la misma cosa, soldado, estamos
fregados, tú y yo. No te odio soldado, no actúes como si me odiaras. No
creo que te metiste a soldado para matar a tus hermanos. “Somos la
misma cosa, yo que tú”.
21-04-17
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