Por Willy McKey
¿A usted esta imagen no le
recuerda nada reciente más allá del color caqui dominante? A algunos les puede
resultar una escena mínima dentro de un recorrido accidentado, pero hoy hubo un
quiebre político en eso que llaman “la narrativa” de Nicolás Maduro. Y tuvo
lugar durante la celebración del aniversario de la Milicia Nacional Bolivariana
de Venezuela.
Es muy probable que el
recuerdo que despierta la escena de la fotografía pasara desapercibida si los
encargados de las comunicaciones hubieran dejado correr algunos días más.
Quizás el asueto de Semana Santa nos hubiese reseteado la memoria, si no fuera
por los monigotes de Judas adornados con huevos y vegetales estallados en
Domingo de Resurrección. Pero eso no pasó. Hoy parece inevitable pensar en San
Félix al ver en televisión a Nicolás Maduro a bordo de un vehículo descapotado
y rodeado de gente que avanza a su alrededor.
Ésa es la reminiscencia. El
mismo hombre. El mismo tipo de vehículo. El mismo afán mediático de verse
acompañado. Todo en la escena es aparentemente igual. Sólo que ahora hay una
variante evidente y (muy) controlada: la obediencia obligada por el uniforme.
El calco de la imagen, al
menos en la escala comunicacional, puede dar la impresión de que se intenta
sustituir un tumulto por otro: como si la imagen del hombre que no es vitoreado
por el pueblo deba ser reemplazada por la del líder que, al menos, tiene una
milicia.
Se pretende que el
chascarrillo de hace unos días sea suplantado por la imagen del político
fuerte.
Y aunque el Ministro de la
Defensa en su intervención dejó saber que hay una Fuerza Armada Nacional que le
jura “lealtad incondicional” al presidente Maduro (dejando a la Constitución
para otras partes del discurso), hay que subrayar que en esta imagen no se
habla del Ejército.
No son los soldados quienes lo
acompañan.
No es la tropa la que llena
los ojos del mandatario.
Es otra cosa lo que pretende
el encuadre, el framing de este evento.
Los síntomas intentan
comunicar que, haya pasado lo que haya pasado durante las últimas semanas en
San Félix y en resto el país, hay un pueblo que parece no cuestionar a Nicolás
Maduro.
Y da la casualidad de que ese
pueblo es un pueblo uniformado, un pueblo en armas.
La suma de factores se agrava
cuando el mandatario decide, en los espacios más obvios del discurso, que una
frase como ésta sirva de remate:
“Si algún día ustedes ven
noticias de que la traición y la ultraderecha han pretendido imponer alguna
forma de Golpe de Estado, salgan como el 13 (de abril de 2002) a tomar el poder
total de la República”
Las palabras de Nicolás Maduro
convocan en la memoria un evento que todos los venezolanos recordamos por un
saldo lamentable. Y lo hace justo 48 horas antes de que tenga lugar una
manifestación nacional que exige el retorno del Estado de derecho, coordinada
por líderes de una oposición política sobre la cual, hace apenas unas horas,
difundió unos videos cuyos compromisos con la legalidad y la Constitución no
corresponden al tenor del primer mandatario de una nación democrática.
Cuando Nicolás Maduro advierte
que Diosdado Cabello y Darío Vivas convocarán a lo que definió como “la más
gigantesca marea roja que nunca antes se haya visto en la historia”, su fin
discursivo cumple los objetivos de trazar unas coordenadas temibles para
cualquiera que recuerde lo que sucedió en 2002. Y además lo hace rodeado de una
masa de milicianos que no existía entonces, dando la impresión de que ahora hay
más herramientas a favor del Poder, más fuerza.
La fuerza es, hoy por hoy, el
único argumento que tiene el Poder para distraer al sujeto político que lo
emplaza a cumplir sus obligaciones. Trauma vs. Imaginación.
Todo
este framing desplegado por el Poder en la guerra de los símbolos,
obliga al liderazgo opositor a hacer algo que posiblemente nunca antes ha
logrado con mucho éxito: tener un manejo transparente de las expectativas de la
acción del 19 de abril, acompañar el entusiasmo de su militancia y sus
simpatizantes y, sobre todo, empezar a imaginar unos espacios de gobernabilidad
y hacerlos verosímiles.
El Poder se ha mostrado frágil
y exhibe unas fuerzas que, al parecer, son el sustituto del músculo popular.
El Poder sabe que el sujeto
político es subsidiario del sujeto que recuerda.
El Poder entiende que ese
individuo político que somos no es otra cosa que lo que permite que nuestra
memoria sea.
Y la única manera que tiene el
sujeto político de emanciparse del yugo del sujeto que recuerda es poder
imaginar otro escenario.
Sólo revirtiendo esa fuerza
del recuerdo y ofreciéndole una opción de futuro más clara y potente se pueden
vencer los miedos de la memoria.
Sólo así podrán convencer al
militante de las fuerzas contrarias de que existe una mejor opción que salir a
matarnos por un espejismo totalitario, tan decimonónico como esa noción del
“poder total de la República”.
Cuando el miedo quiere usarse
como un arma en la política, no se usan las amenazas, sino los recuerdos.
Quizás ha llegado el momento
de que el liderazgo opositor ya no se limite a mantener la simple promesa de la
Unidad y tenga que convertir la Gobernabilidad en el nuevo eje de su coalición.
Tal vez llegó la hora de
mostrar sus ganas de ser gobierno y ponernos a imaginar que eso es posible.
17-04-17
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