FÉLIX PALAZZI 29 de abril de 2017
@felixpalazzi
Posiblemente
muchos puedan tener sus diferencias con los modos, caminos o alternativas
democráticas planteadas, en algunas ocasiones, por la exdiputada María Corina
Machado. Muchas de sus acciones conforman parte de nuestra historia reciente.
Sin embargo, recientemente hemos sido testigos de una acción, muy significativa
y poderosa, que no fue transmitida por las cámaras de la televisión, como aquel
ya célebre: “expropiar es robar”. Cuando un efectivo de la Guardia Nacional le
arrebató su teléfono escuchamos a María Corina, en medio de la confusión y el
forcejeo, decirle: “eres un soldado, no eres un ladrón hijo”. La reacción
natural de otra persona hubiera sido la de maldecir y agredir a aquél que nos
arrebata algo que nos es preciado. En las actuales circunstancias una respuesta
agresiva hubiera salido rápidamente en contra de aquellos que
indiscriminadamente, e incluso con cierto sarcasmo, atacan y reprimen a la
ciudadanía. Siempre será un misterio el cómo y el por qué simples ciudadanos
como son los miembros de la G.N., por el hecho de portar un uniforme, parecen
olvidarse de sus propias necesidades, sueños y aspiraciones, que son comunes a
las de los ciudadanos a quienes reprimen y, en muchos casos, encarcelan. En
este contexto, es admirable la actitud de María Corina.
Violencia
La violencia ha llamado la atención de la humanidad en diversas épocas, culturas y religiones. En el libro del Génesis (Gn 4,2-26) aparece cómo Caín asesina a su propio hermano Abel. ¿Cómo explicar el hecho que únicamente la raza humana sea capaz de asesinar selectivamente a un grupo determinado, incluso cometiendo un fratricidio? Siguiendo a Primo Levi, un sobreviviente del holocausto nazi, la violencia es la destrucción de todo vínculo o de toda capacidad de crear significado. La ruptura es de tal grado que aquél que padece la violencia no logra comprender la absoluta desproporción de la misma. Lo que causa en el que la ejerce es su propia deshumanización y alienación como ser humano. La incapacidad de dar significado y crear vínculos no es directamente percibida por aquellos que la ejercen.
Mucho
podríamos teorizar sobre el origen de la violencia. Pudiéramos preguntarnos si
es cultural o si se encuentra incrustada en nuestros genes. En vez de recorrer
ese camino, quisiera denotar el fuerte elemento de mimesis o imitación presente
en la violencia. Elemento que ha sido expuesto por el filósofo René Girard. La
mimesis es el elemento central que se ubica a la base de nuestro comportamiento
y, a la vez, lo que origina la posibilidad de que el ser humano salga de sí
mismo. La raíz de la violencia está en el deseo humano. Muchas veces de poder.
Queremos lo que quiere el otro. En la dinámica social perversa que vivimos, esa
que premia al ventajismo y la exclusión, la violencia sobre el otro es de
alguna forma ejercida, por muchos, para obtener el mismo reconocimiento de
aquellos que la han realizado con anterioridad.
Dignidad
¿Cómo hacer? Una de las formas de romper el espiral de la violencia es reconocer la dignidad a la “víctima” de cara al “victimario”. Cuando la víctima rompe la lógica de la violencia y no se deja dominar o sucumbir por la fuerza de la misma, no se ve entonces reducida en su libertad, porque ha logrado sobreponerse a lógica perversa del victimario. Así, la víctima puede hacer que el victimario se confronte con su propia deshumanización y alienación. Se trata de desarmar existencialmente al violento. Dios permita que no nos domine el violento.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
@felixpalazzi
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