Por Carolina Gómez-Ávila
El martes escuché a la
Fiscal. Me di cuenta de su respiración agitada, imaginé las presiones a las que
estaría sometida y anoté, como lo más importante, lo que no había dicho: no
dijo que se hubiera restituido el orden constitucional. Y con esa omisión nos
obliga a seguir invocando el Art. 333 de la CRBV
Nunca un poema me había
hecho llorar de rabia. Jamás imaginé que lo haría uno inspirado en la guerra civil
española, tan distante. Me ardieron los ojos mientras me brotaban los
lagrimones. Me recriminé lo que creí una reacción excesiva y puse a Neruda a un
lado. Dos días más tarde lo intenté con idéntico resultado.
Dije rabia, esa mezcla de
dolor con impotencia. Una tan fuerte que tuve miedo de mí. Me obligué a callar
las imprecaciones para afrontar esta pesadilla nueva: quiero castigo. ¿Qué me
robaron, Dios mío, que lloro con poemas de guerra y pido castigo? Siempre
contraria a la violencia, vi de cerca la posibilidad de serlo. Tengo que hacer
algo para no convertirme en el monstruo que nunca he sido.
Ayer me puse a prueba
enumerando, como enemigos, acciones en vez de personas: como confundir la
majestad de un cargo con la de un nombre, usar principios de propaganda nazi,
arrogarse facultades interpretativas del Pacto Social, disparar fusiles en
línea recta.
Han pasado algunos días,
pero las tribulaciones no han pasado. El martes escuché a la Fiscal. Me di
cuenta de su respiración agitada, imaginé las presiones a las que estaría
sometida y anoté, como lo más importante, lo que no había dicho: no dijo que se
hubiera restituido el orden constitucional. Y con esa omisión nos obliga a
seguir invocando el Art. 333 de la CRBV. Y no sólo sostuvo su denuncia al no darla
por resuelta, sino que hizo nuevos señalamientos en los que pone en tela de
juicio a otros actores del desastre nacional.
También noté que no me
produjo rechazo escucharla aunque esgrimió argumentos que ya hubiera querido
oír yo en 1999 cuando un expresidente nos deshumanizó. Pero escogí abrazarme a
su llamado a construir la paz, puesto que lo encontré dentro del orden
republicano. Y hacerlo resultó bueno, porque concluí que puedo salvarme de ser
violenta si las autoridades se mantienen dentro de sus atribuciones. Por unas
horas respiré más aliviada.
Espero que se dé cuenta de
cuánto urge, para rescatar la paz social, que ella redoble sus acciones en la
misma dirección que propuso. Es necesario para que su llamado cobre fuerza,
para que más venezolanos podamos adherirnos a lo que dijo aunque sea por la
urgente necesidad de seguir siendo una nación.
No sé si habré de sumar
nuevos dolores tras estas líneas y es verdad que ya me está costando mucho
sobreponerme. Pero como en las pesadillas en las que toma parte mi voz
advirtiéndome que estoy soñando, me digo que debo intentarlo porque tiene que
haber un país después de todo esto. Y sé que alimentar el rencor alejará el
momento en que nos despertemos.
Anoche esbocé tres ideas por
la paz, todas prematuras: ponerle siempre nombre al enemigo, pero nunca el de
una persona; recordar que las campanas doblan por mí, así que todos los muertos
también me pertenecen; dedicar tiempo a imaginar un futuro común y a oír cómo
lo imaginan otros, porque para construirlo deberemos estar de acuerdo todos.
29-04-17
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