Jorge Gómez Arismendi 26 de abril de 2017
Actualmente
en Venezuela, hay 11 militares como ministros en diversas carteras del gobierno
como Justicia, Agricultura, Pesca, Vivienda, Alimentación, Obras Públicas y
Energía. El carácter militar del régimen chavista es indiscutible en ese
sentido. Mal que mal, su creador y principal líder, Hugo Chávez era un coronel.
Por ejemplo, en 2005 y ya siendo gobernante, Chávez creó mediante un decreto un
cuerpo militar especial, el comando general de la Reserva Nacional, con
autonomía presupuestaría y que obedecía directamente al presidente. Además,
mediante tal decreto Chávez recuperó su rango soldadesco, perdido al ser dado
de baja en 1992 cuando hizo su fallido golpe militar. Pero no lo recobraba como
coronel, sino como comandante en jefe de las fuerzas armadas venezolanas.
Porque con esa medida, Chávez unificó el rol de presidente con el grado de
comandante militar. Una sutileza no menor, que sin embargo, contraviene la
necesaria sumisión del poder militar al poder civil en cualquier democracia
decente. Porque aunque Chávez perdiera la presidencia en una elección, seguiría
siendo comandante de las fuerzas armadas venezolanas ¿Les suena eso?
En el
fondo, Hugo Chávez tenía mentalidad de regimiento, igual que un Pinochet o un
Franco. De hecho, su primera acción pública no fue una campaña electoral sino
un golpe de Estado. Ya como presidente, democráticamente electo, Chávez siguió,
sin embargo, pensando con la bota militar. Por eso, frente al sutil proceso de
militarización venezolana, en 2005, Andrés Oppenheimer advertía: «si Chávez
hace la mitad de lo que dice, su reestructuración de las fuerzas armadas -y su
distribución de armas a civiles- será una traba formidable a la democracia en
Venezuela, no importa cuánto tiempo esté Chávez en el poder, ni quién lo
suceda». Y lo reemplazó Maduro, quien siguiendo la mentalidad militar de
Chávez, en 2013 hablaba de conformar su gabinete al modo de estados mayores. En
2014, asignó a los militares la distribución de alimentos. Hoy ya viste de
militar inclusive. Eso aunque, como diría Étienne de la Boétie, es solo un
hombrecillo que ni siquiera ha husmeado una sola vez los campos de batalla.
Como
una burlona paradoja, días atrás, Nicolás Maduro anunció su plan para expandir
la Milicia Nacional bolivariana a 500.000 miembros. El proceso estaría a cargo
del general Vladimir Padrino López, quien es ministro de Defensa desde 2014.
Posteriormente anunció la implantación del “Plan Zamora” para hacer frente a la
supuesta amenaza de golpismo, supuestamente incitado desde Washington. Dicho
plan iniciaría su fase verde, según Maduro, lo que implica que toda la
estructura militar, policial y civil del Estado venezolano este movilizada.
¿Contra quién? Contra los civiles; los propios venezolanos.
Si
alguno pensó que América Latina había dejado atrás el lastre del militarismo y
las dictaduras militares, Venezuela hoy nos recuerda todo lo contrario.
Sin
embargo, la izquierda latinoamericana, tan reacia ―supuestamente― a las dictaduras,
sobre todo militares, es condescendiente con esta situación. Incluso muchos de
sus líderes parecen apoyar tal proceso de clara extensión de la lógica de los
cuarteles, es decir, de la militarización
de la vida civil venezolana. Es más interesante aún porque hay evidencia
de sobra para asumir que en Venezuela se está cumpliendo el sueño húmedo de
cualquier dictador militar latinoamericano, de derecha o izquierda, el de poder
convertir un país en un cuartel. Tal condescendencia se explica por un detalle
que Chávez tenía, era un promotor del socialismo. Pero lo que la izquierda
parece obviar es que esa misma adhesión explica el proceso de militarización y
dictadura que sufre hoy Venezuela.
Porque
lo cierto es que en su afán por instalar el socialismo del siglo XXI, Chávez
pensó como militar y no como un demócrata. Porque su fuerza militar creada por
decreto no era ni será algo distinto a las SS de Adolfo Hitler o las camisas
negras de Mussolini. Porque su proyecto nacional Simón Bolívar de 2007 no apuntaba
a otra cosa que poner a la economía y la vida social venezolana bajo el mando
de los militares. Es decir, buscaba convertir a Venezuela, no en una gran
fábrica como soñaba el déspota de Lenin, sino en un gran regimiento. Porque en
el fondo, digámoslo con honestidad, la aspiración de crear una economía
socialista, centralmente planificada, es aspirar a crear una economía
militarizada. Por ello, la pretensión socialista siempre ha terminado siendo el
camino hacia una economía basada en el racionamiento, que liquida el pluralismo
democrático e impulsa la implantación de una dictadura, donde los ciudadanos
deben enrolarse como tropa o sufrir la persecución. ¿No es eso acaso lo que
ocurre hoy en Venezuela? Sí. Y aquello no es producto de la acción de la oposición
ni del imperialismo, como aluden los socialistas y chavistas, sino del
intervencionismo del gobierno y de la pretensión de llevar la seguridad de los
cuarteles a la vida civil. Es decir, de convertir Atenas en Esparta.
Al
socialismo latinoamericano no le gustan las botas militares, salvo que estas
apoyen sus regímenes aplastando cráneos de opositores al socialismo. En otras
palabras, su rechazo a la intromisión de militares en la política no está
fundada en una ética democrática sino instrumental. La solidaridad de los
pueblos parece estar condicionada a la adhesión ideológica. Es triste ver que
el respeto por los derechos humanos más básicos y el pluralismo democrático,
este supeditado a criterios espurios. El silencio de líderes y políticos
latinoamericanos frente a lo que ocurre en Venezuela es realmente asqueroso.
Sin
embargo, lo anterior no exime a las derechas del continente. Porque la barbarie
latinoamericana tiene relación con que aún se siente pasión por el militarismo.
Porque pocos lo rechazan de manera tajante, como una intromisión ilegítima del
poder militar en los asuntos civiles y políticos. Esto, que parece obvio, no lo
es tanto si consideramos que tanto derechas como izquierdas, parecen obviar
aquello y ver con buenos ojos diversas dictaduras militares o militarizadas. En
otras palabras, de la boca para afuera, muchos se quejan del azote de la bota
militar contra los cráneos. Pero todo cambia según el color del uniforme que
acompaña a la bota y según la mollera que sufre. Así, la barbarie continental
es que los líderes siguen aceptando botas militares y dictaduras, siempre y
cuando los uniformados estén de su lado. Con desazón debo decir que creo que
Latinoamérica no ha abandonado el lastre del militarismo, la noción del
caudillo, del líder decidido y sin contemplación. Y todos lo esperan y avalan,
silenciosamente, sean de derecha o izquierda. Pero claro, por qué habría de
extrañarnos, si en el fondo lo que se rechaza muchas veces no es la dictadura
militar en sí, sino ciertas dictaduras militares.
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