Por Luis Pedro España
Una vez más Venezuela se
encuentra en medio de una oleada de protestas que rompen nuestra maltrecha
cotidianidad, dispara la esperanza de los venezolanos que quieren cambio y
desata los demonios represivos de un régimen que nos recuerda qué tan cruel
puede llegar a ser nuestra supuesta idiosincrasia alegre y festiva.
Relatar lo ocurrido nunca
será más relevante que tratar de avizorar lo que está por venir. Ciertamente
nadie lo sabe, o como le escuche a algún periodista amigo: “Si lo supiera lo
vendería”, antes de decirlo de gratis. Pero tampoco hay que ser pitoniso, ni
adivinador, para saber que estamos ante un comienzo que aguarda por algo peor en
el corto plazo.
Comencemos por lo más fácil,
el condicionamiento económico. Desde antes de estas jornadas de protestas ya
sabíamos que este 2017 sería tan malo como 2016. Solo la propaganda oficial,
esa que nadie cree, podía decir lo contrario. Una contracción de las
importaciones, aún más severa que la que hemos visto en los últimos tres años,
serán la causa de un desabastecimiento de vértigo y una caída de la economía
que puede volver a ser de 5% o 7%.
Son ya más de tres años de
crisis, desabastecimiento y empobrecimiento. Este país no sabe lo que es
comprar lo más básico. Un paquete de harina se puede convertir en la alegría
del día y una bolsa de jabón el resultado de una épica. No importa ya no lo que
diga, sino lo que haga el gobierno, esta angustia y este malestar no van a
cambiar con el tiempo. ¿Cuánto falta? Preguntamos todos. La respuesta es
simple, el mismo tiempo que le quede al gobierno.
Y la tragedia gubernamental
es esa. El pueblo ya hizo la correlación entre crisis económica y gobierno de Maduro.
Cuando esto ocurre, las crisis sí cambian gobiernos, y en esas andamos. Pero,
para mal de todos, nos han tocado los tercos. Sea por convicción o por
necesidad existencial, tenemos un gobierno encerrado entre sus muros y
atrincherado en sus factores de poder, esperando un milagro petrolero, los
errores de la oposición o la resignación del pueblo.
Ninguna de las tres va a
ocurrir. El petróleo vivió su último “boom” antes de ser sustituido, la
oposición más que dejar de cometer errores, el caso es que pifias ya no
fortalecen al gobierno y, por último, cada vez que al pueblo le entra el
desánimo, el crujir de tripas y las sandeces del presidente lo sacan de su
marasmo.
Las mismas razones que le
impidieron al timorato gobierno que heredó a Chávez adaptarse a los cambios
económicos que le tocó vivir, son las que le van impedir una retirada ordenada,
un táctico retroceso o una simple salida negociada que les permita mantener la
cabeza sobre los hombros y no entre los pies.
En el futuro inmediato
veremos más protestas y violencia, más rocambolescas e inauditas acciones por
parte del gobierno. Veremos cómo las trampas se les van acabando. No importa
qué inventen, hoy es el diálogo, mañana alguna elección que no toque la
presidencia, pasado la constituyente, entre medio un golpe velado u otro
claramente provocado. Les falta meter a más líderes presos, más jóvenes
torturados, quiera que no, incluso alguna notoria desaparición. Finalmente,
quienes no saben gobernar solo saben de laboratorios, de operativos, de “jugadas
maestras”, de narrativas y técnicas de propaganda. Así como de muerte y terror.
Por esa vía el gobierno nos
lleva al fin del mundo. Al final de este mundo de socialismo ramplón y
tramposo, constructor de fortunas personales a costa de miserias generales, de
cinismo e hipocresía, que no se cansan de disfrazar de moralidad y grandeza.
El futuro es simple para
nosotros, no hay ninguna posibilidad de que lo peor aún no esté por venir. Pero
es así como terminan las malas historias, con más sufrimiento del necesario,
con más muertes de las previsibles y con menos disponibilidad de recursos con
los cuales reconstruir el país.
27-04-17
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