Por Oscar Medina
El director de Venebarómetro y
consultor político afirma que la abstención no es el único problema al que se
enfrentarán los candidatos de la oposición, como el intento de Gobierno de
desbalancear aún más a la MUD.
A estas alturas ya puede
resultar un tanto ocioso debatir sobre la conveniencia o no de presentar
candidatos a las elecciones regionales: es una decisión tomada. Y lo es desde
hace mucho tiempo. Edgard Gutiérrez, director de Venebarómetro y consultor
político, asegura que nunca hubo dudas al respecto, al menos en los cuadros
directivos de los partidos: “Sus candidatos tenían ya años preparando su
participación, a partir del día siguiente a las elecciones parlamentarias de
2015. Su concurrencia a este proceso electoral ya estaba decidida y los pocos
debates que vimos en el seno de algunas organizaciones —que los hubo—, ya
tenían un resultado claro antes de iniciarse”.
El problema con esto es de
otra naturaleza: “Lo que nunca se tuvo fue la capacidad de anticipación.
Nunca se preparó el terreno para decir de manera unificada y por parte de todos
los principales voceros: ‘aunque se instale la Constituyente, participaremos’.
Esa abstención que pulula como un fantasma y que aterroriza a los candidatos,
tiene buena parte de su origen en esa incapacidad”. Y esa falta de motivación por
parte de los votantes, esas ganas de “castigar”, en efecto, podría resultar
devastadora. Pero no es lo único.
¿Que los partidos de oposición
hayan aceptado ir a elecciones regionales constituye un error o no?
—Vamos al fondo del asunto.
Participar o no participar en estas elecciones, lo repetiré hasta el cansancio,
no puede verse como un fin en sí mismo. No es algo absoluto. Hace tiempo,
cuando este debate apenas empezaba, yo me decanté por no participar sin ningún
tipo de garantías pues todo eso quedó pulverizado el 30 de julio. Tanto, que
hoy prácticamente 7 de cada 10 venezolanos consideran que las elecciones en
Venezuela son fraudulentas. Había que construir, entre otras cosas, un mínimo
frente para lograr que estas elecciones se dieran en otras condiciones y mucho
de lo que ha pasado desde el 1° de agosto es que los actores opositores han
reforzado el marco estratégico que ha planteado el oficialismo. Solo me
bastaría recordar que los partidos de la MUD estuvieron más ocupados en
las denuncias de fraude en las primarias, que de exigir la fecha de realización
de los comicios. Ni siquiera en esto que ahora conocemos como una “fase de
exploración de una eventual negociación” se incluye el tema de las regionales.
Eso del “vamos, como sea” tiene sus límites, sobre todo si los resultados que
esperas no se materializan. Y eso no es tan difícil que pase como muchos creen.
Ya a estas alturas, el debate
parece no tener mucho sentido, pues la corriente dominante es la ruta de la
participación. Prácticamente hay unanimidad entre los electores de oposición a
que debe concurrirse. Ya veremos cómo terminan sucediendo las cosas. Mi única
reflexión es que en dictadura, los métodos de lucha cambian y lo que puede
parecer obvio y normal, en regímenes de esta naturaleza a veces no lo es. Todo
depende de lo que vas a hacer después y en otros terrenos. Aún no sabemos cuál
será la ruta después del 16 de octubre. A eso algunos le llaman estrategia
política. Hay quienes piensan que estas elecciones alteran significativamente
el balance de poder, yo me cuento entre quienes piensan que no es así.
Los partidos que se negaron a
presentar candidatos, ¿tenían alguna oportunidad real de participar como opción
con posibilidad de triunfo?
—Es probable que no, pero
habría que examinar los casos particulares. Quienes repiten esa idea casi
siempre la usan para descalificar y no debaten el fondo de los argumentos
presentados por quienes están en una posición contraria. La discusión siempre
termina en un ad hominem: “Este no participa porque no tiene los votos”.
Es algo muy similar a lo que hacen algunas personas que suelen llamar
“antipolítica” a todo lo que no es parte del mainstream. Lo que termina
sucediendo en el fondo es que se etiqueta de antipolítica a cualquier cosa que
se parezca a una reacción o crítica a las posturas y decisiones erradas que han
tenido los políticos.
¿Cuál es el escenario o los
escenarios que quedarían planteados si la oposición no participa en las
regionales?
—Aún falta agua por correr
debajo del puente. En este momento como dije, la posición dominante es
participar, pero quedan tres semanas más de “tormento” en las que pueden
ocurrir —y seguramente ocurrirán— más desafíos para la oposición y su
participación en el proceso de las regionales.
Luce bastante obvio que el régimen
intentará sacar aún más de balance a la MUD. ¿Habrá más inhabilitaciones?
¿Finalmente se exigirá el reconocimiento por parte de los candidatos a la ANC?
Todo eso está en la mesa. Algo que quizá hay que plantearse con seriedad y
tener capacidad de anticipación, es que muy cerca del 15-O y visto un eventual
resultado adverso para el oficialismo, se decida suspender el proceso electoral
seguramente por cualquier razón achacada a un ataque imperial, al billete de
100 bolívares o cualquier nueva teoría conspirativa. Ahí quedas exactamente
igual a como estabas antes de empezar: sin elecciones, con un régimen que
coarta tus libertades y una mega crisis socioeconómica; pero esta vez —en el
corto plazo— con menos capacidad de articular protestas de calle o manifestaciones.
¿Qué escenarios o recursos te
quedan? pues anclarte más en la estrategia de la presión internacional,
mientras aplicas resistencia en lo nacional. Eventualmente, la protesta, tarde
o temprano —si las circunstancias se mantienen— volverá. Estructuralmente nada
ha cambiado y las mismas razones que provocaron la explosión de abril-julio se
mantienen. Quizá lo que cambien sean los actores. Ya veremos.
El rechazo a las regionales,
¿es más ruido de Twitter que realidad palpable?
—Es un ruido que yo no
despreciaría ni subestimaría a priori. Es una consecuencia de la crisis de
coherencia comunicacional de la oposición. Eso no es un invento. Ese
descontento está ahí y lo que convendría hacer es no ignorarlo ni
descalificarlo. En el mundo político, siempre se argumenta que “Twitter no es
Venezuela” y que no hay que hacerle caso a los “guerreros del teclado”, pero lo
curioso es que casi siempre están pendientes de
cuántos likes, retuits yviews generan sus contenidos.
Lo primero que diría es que
antes de descalificar, hay que leer, dimensionar e interpretar esos mensajes.
Por supuesto que hay bots y trolls, pero en las redes la inmensa mayoría es
gente de verdad que expresa sus opiniones. De acuerdo con cifras del
Venebarómetro en 2017, en Venezuela 43 % del electorado dice ser usuario de
Twitter: esas son casi nueve millones de personas, mientras 59 % dice que es
usuario de Facebook (casi 12 millones de personas). Entonces, por supuesto que
hay gente que está ahí que necesitas para lograr tu meta (ganar las elecciones)
y no para patearla. Esa abstención que hoy le quita el sueño a
los political insiders también tiene una causa: el repetido desprecio
por sus electores propios. Bien valdría que en las comunicaciones orientadas a
lograr mayor participación, en vez de regañar se buscara generar empatía.
¿De verdad los candidatos del
oficialismo tienen tan poca oportunidad de ganar como se ha dicho? Hasta Maduro
reconoce el chance de mantener apenas 10 gobernaciones…
—Depende del estado del cual
hablemos. Esta no es una elección nacional aunque tiene implicaciones políticas
de esa magnitud. A comienzos de este año, previo al estallido de abril, los
sondeos nacionales —que no sirven para pronosticar resultados por estado—
indicaban que había una ventaja de 29 puntos de los candidatos opositores sobre
los candidatos del oficialismo y hoy ese spread es de 24; aunque en
la región de Los Llanos la situación era favorable a comienzos de año para los
opositores y hoy ha cambiado a favor del oficialismo. Que esta distancia
nacional se haya recortado, como dije antes, no significa mucho en términos
estadales y pudiera incluso decirse que fue lo mismo que pasó entre junio y
octubre de 2015 para las parlamentarias: la brecha se redujo, pero igual la
oposición ganó con claridad.
Siempre se puede inferir que
en estados como Portuguesa, Cojedes, Delta Amacuro, Trujillo y Guárico la
competencia será mucho más reñida que en los estados más grandes como en Zulia,
Miranda, Carabobo, Lara o Táchira. Es obvio que la oposición parte con ventaja
en la mayoría de los estados. Por ejemplo, en el Zulia, Guanipa —antes de la
primaria que lo convirtió en el candidato oficial de la MUD—, aventajaba a
Arias por 27 puntos; pero luego hay que aplicar factores como la asimetría
comunicacional, la abstención, la movilización, los candidatos que dividen —así
sea un 1 %— que no hacen que esto luzca tan fácil como parece. Hay que decirlo
hasta el cansancio: las encuestas no ganan elecciones. Ahí también hay un error
comunicacional de principiantes, la gerencia de las expectativas.
He visto como
irresponsablemente se habla de 18 ó 20 gobernaciones seguras para la MUD. Así
que cualquier cosa que no sea ese número puede ser vista como una derrota,
cuando lo hay que decir es que se dará la lucha en todos los estados sin
perspectivas grandilocuentes. Si lo logras, muy bien.
Ahora bien, falta el punto de
fondo: la posibilidad de fraude, tal y como y ocurrió el 30J. Eso alteraría ese
eventual mapa regional y pondría la discusión en otras coordenadas.
Sobre la “gerencia de
expectativas”: el discurso usual de los líderes de la oposición tiende a vender
la idea de momentos decisivos, cambios drásticos, la hora más oscura que ya
comenzará a clarear… ¿Es inevitable en política plantear las cosas de esa
manera para generar entusiasmo? ¿Seguimos dependiendo de lo emocional?
—No conozco la primera campaña
que tenga un candidato que diga que vaya a perder; pero siempre puedes
entusiasmar a los tuyos sin decir que vas a arrasar. Por el contrario, cuando
estableces esa narrativa lo que haces es darle argumentos a tus partidarios
para que se desmovilicen porque “su voto no hace falta” y siempre, siempre,
todos los votos hacen falta. En el famoso plebiscito del 16J a alguien se le
ocurrió la magnífica idea de vender que irían 11 millones de personas y cuando
se dijo que participaron 7,6 millones, muchos se decepcionaron: esa es la
receta perfecta para convertir una victoria en derrota.
Fíjate que en 2015 se fue más
comedido y cuando se supo que era mayoría calificada, el efecto fue demoledor.
En este contexto particular con condiciones tan extraordinarias, lo que debería
imperar es una comunicación que implante un marco narrativo diferente, diciendo
por ejemplo: “cada voto cuenta”
Tal como lo hacía Chávez,
ahora Maduro se perfila como la figura de la campaña por las gobernaciones,
como el “portaaviones”. En ese sentido es muy evidente que Maduro no es Chávez,
¿esta estrategia perjudica o favorece a los candidatos del oficialismo?
—Lo único que podría decir es
que me encantaría que Maduro lo hiciera. Sería de gran ayuda…
¿El submarino Maduro?
Solo hay una figura más
impopular que Maduro en la política venezolana: Diosdado Cabello. Y ya eso es
decir bastante. Maduro tiene el terrible privilegio de contar con el rechazo de
las dos terceras partes del electorado. En lo único que puede ayudar a sus
candidatos es con los propios electores del chavismo, que no son suficientes para
ganar en la mayoría de los estados.
¿De aquí al 15 de octubre el
peor enemigo de la oposición es la abstención?
—La abstención es un desafío
relevante, pero no el único. Lo primero que debería entenderse es que las
elecciones de gobernador nunca han movido a la gente como sí lo hacen las
presidenciales y eso ya plantea una no concurrencia estructural. También otro
reto es el intentar cerrar de verdad sus heridas internas, que las hay y en
algunos casos, profundas. No es solo hacer esas ruedas de prensa en las que se
dice “unidad, unidad, unidad”, porque en algunos casos inmediatamente viene el
“síndrome de los brazos caídos” para que el que otro pierda. Algo similar a lo
que ocurrió en Zulia en diciembre de 2012 cuando Rosales le sacó la alfombra a
Pablo Pérez y Arias fue gobernador. Acá cabe preguntarse cómo jugará Un Nuevo
Tiempo en esta ocasión cuando su única plaza segura la perdieron en las
primarias. ¿Hay tiempo suficiente para eso? No lo sé. Otro desafío clave es, de
hecho para mí el más importante, anticiparse al fraude y eso supone un esfuerzo
organizativo incluso mayor al hecho el 6 de diciembre de 2015.
Sin embargo, los peores
enemigos siguen siendo los mismos de siempre. La falta de unidad más allá de lo
electoral y el exceso de electoralismo. Eso se podrá ver con más claridad el 16
de octubre o bien, si el chavismo sale con sus consabidos trucos en estos días
que faltan.
¿El diálogo y la manipulación
que se hace en torno a ese proceso, constituye un factor que impulsa a la
abstención?
—Todo lo que contribuya a
enredar a la oposición será ganancia para el oficialismo. Eso es un principio
estratégico fundamental de este tablero. Sin embargo, salvo que ocurra algo
bastante desagradable e inesperado de acá al 15 de octubre, no parece haber
evidencia que sustente que ese factor está elevando la abstención. Lo que yo sí
intentaría —en el plano táctico es minimizar e inclusive evitar al máximo
posible que se hable sobre el diálogo. Y Miraflores hará exactamente lo
contrario. Veremos cuánta disciplina habrá en el mensaje opositor.
¿Qué lectura se le podría dar
a una elevada abstención? ¿No demostraría eso, dadas las circunstancias del
país y la historia reciente, inmadurez política y exceso de emocionalidad?
—Hoy la abstención ronda
aproximadamente entre 45 y 50 % de la población electoral. Quizá pueda
disminuir en las próximas semanas, pero eso dependerá de la campaña y de la
capacidad de motivar a la gente. No veo en este momento un clima como el vivido
en 2015 —porque evidentemente las circunstancias y el contexto son totalmente
distintos—, en el que se logró plebiscitar la elección y por eso se contó con
una participación elevada que estuvo cerca del 70 % de concurrencia. Un 50 % de
abstención no sería muy distinto a lo que la historia de los procesos electorales
regionales marca en Venezuela y en este momento no veo que ninguno de los dos
actores puedan mover el mismo o mayor caudal electoral al que movilizaron cada
uno por separado en diciembre de 2015. Pero acá de lo que se trata no es
principalmente de mover más gente a nivel nacional, sino de ganar más
gobernaciones. Todo eso claro está, si el CNE dice lo que de verdad
suceda en las urnas.
Ha mencionado varias veces el
factor fraude en las regionales. Hasta ahora el único fraude del que se ha
tenido evidencia clara es el que se hizo a sí mismo el Gobierno con la elección
de la ANC. ¿No se puede confiar en la capacidad de los partidos de oposición en
estas lides?
—Orgánica y electoralmente, la
oposición es más fuerte en unos estados que otros y esa fortaleza también viene
significada por las brechas que es capaz de obtener de acuerdo con su caudal
electoral: mientras haya más diferencias a tu favor, es más difícil que te
hagan fraude. Es por eso que no se puede comparar el músculo organizativo que
se tiene en Miranda o Carabobo con el que se tiene en Portuguesa o en Cojedes.
Y dentro de los propios estados no es lo mismo el manejo de los centros urbanos
que la periferia más rural.
Es ahí cuando cobra sentido el
mayor despliegue de tu padrón electoral y no solo eso, sino que sean capaces de
resistir a todas las adversidades y desmanes que ya sabíamos que existen pero
que ahora —y sobre todo post 30J— se magnificarán. No estoy en capacidad de
decirte si están todos en todas partes, pero lo mínimo para lo que se debe
estar preparado es para una elección —si es que Maduro no decide suspenderla
para volver a mover el tablero o bien evitarse una nueva catástrofe electoral—,
que será la más sucia que hayamos conocido en los últimos tiempos: todos los
antecedentes recientes así lo corroboran. El CNE ya perdió el poco pudor que le
quedaba.
Foto: Cortesía
24-09-17
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