Editorial
Por Elvia Gómez
El “mar de la felicidad” ha
sido sometido al escrutinio universal. Sus aguas infectas escuecen al mundo
civilizado que, a coro, ha denunciado la crisis humanitaria, la violación de
los derechos humanos, civiles y políticos, y el sometimiento de todo un país al
sufrimiento “inaceptable”, como lo calificó el presidente de los Estados
Unidos, Donald Trump, hace unos días.
Buena parte de los países que
ocuparon la tribuna durante el 72° período de sesiones de la Asamblea General
de las Naciones Unidas abordaron, en mayor o menor medida, la crisis en
Venezuela. Mientras, el archienemigo de la democracia en el continente evadió
dar la cara y optó por “cuidarse”, y no exponer su integridad física ante la
presunta amenaza de “extremistas” del Norte. Nicolás Maduro da todas las
señales de que no le importan los problemas de una nación cuyas cifras de
homicidios superan la sangría de una guerra; donde los niños mueren de hambre
en tierras de suyo feraces, y donde el parque automotor padece la escasez de la
gasolina mientras el petróleo bulle en el subsuelo. En su lugar, envió al
canciller Jorge Arreaza, quien presentó a los delegados del orbe fuegos fatuos en
lugar de argumentos.
El cerco internacional sobre
el (des)gobierno de Maduro ha tomado visos de concierto mundial. El Alto
Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al Hussein,
presentó el aperitivo cuando instó a ese Consejo en pleno a abrir una
investigación internacional por la comisión de delitos contra los venezolanos.
De inmediato, en la Organización de Estados Americanos se inauguró un período
de audiencias sin precedentes para escuchar durante dos meses, de viva voz, a
las víctimas de la represión o a sus familiares –en los casos en los que los
perjudicados estén presos o ya no están en este mundo– con el objetivo de
sustentar la acusación contra el régimen por delitos de lesa humanidad.
El secretario general de la
OEA, Luis Almagro, tiene sus ojos puestos en Maduro para llevarlo a La Haya, y
para eso se ha hecho acompañar por un grupo que incluye al exfiscal de la Corte
Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, reforzados por el exministro de
Justicia de Canadá y dos expertos que estuvieron al servicio del sistema
interamericano en la CIDH y en la Corte IDH. También la ONU incluyó a Venezuela
en la lista de países que toman represalias contra los activistas de DDHH por
haber cooperado con ese organismo.
El vicepresidente de EEUU, Mike
Pence, instó a la ONU a revisar quiénes integran el Consejo de DDHH pues están
allí “los peores violadores”, dijo en alusión a Venezuela. El Europarlamento
aprobó con una votación aventajada instar a la Unión Europea a aplicar
sanciones como las ya en vigencia en los Estados Unidos, y esta semana fue
Canadá la que hizo lo propio, empezando por Maduro e incluyendo a Diosdado
Cabello y 38 jerarcas más de los poderes Ejecutivo, Judicial y Electoral, lo
que en la práctica les reduce las posibilidades de viajes y de vínculos
comerciales.
El Papa Francisco, durante su
retorno a Roma desde Colombia, confesó en voz alta que no sabe qué tiene Maduro
en su mente. Mientras, exhortó a la Secretaría General de la ONU a tomar
partido. Antonio Guterres ha urgido a buscar una solución política a la crisis
nacional y fuentes políticas nacionales le atribuyen la iniciativa de los
acercamientos exploratorios que en República Dominicana se han hecho entre el
Gobierno y la MUD, y que fueron anunciados por la Cancillería de Francia.
Hasta los gobiernos de Japón e
Israel, muy distantes geográficamente del Caribe y lejos de la amenaza
geopolítica directa en la que se ha convertido Venezuela para el continente,
repudiaron el drama humanitario que se vive por estas tierras. Entretanto, en
la Asamblea General de la ONU, apenas unos pocos países como Rusia, China,
Corea del Norte y Bolivia, expresaron su respaldo al estrepitoso fracaso de la
“revolución bonita”. Los argumentos del Gobierno contra sus detractores, en
boca del Ministro de Relaciones Exteriores, más parecen un autorretrato del
régimen, especialmente al denunciar el “uso del chantaje económico y las armas”
como método de sometimiento.
Además de todo lo descrito,
resalta la actuación del autodenominado Grupo de Lima, iniciativa diplomática
surgida en la capital de Perú y que une a una docena de países que han asumido
con firmeza el compromiso de no cejar en sus esfuerzos hasta alcanzar una
solución pacífica y negociada al drama venezolano. Los cancilleres de Argentina,
Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México,
Panamá, Paraguay y Perú, reunidos en New York en el marco de la Asamblea
General de la ONU, se comprometieron en un segundo pronunciamiento conjunto, a
trabajar hasta “el pleno restablecimiento del orden democrático” y aprobaron
verse en Canadá en octubre próximo.
Los miembros del grupo
“Reconocen la iniciativa de República Dominicana de reunir al gobierno y a la
oposición venezolana, así como la decisión de ambas partes de invitar a algunos
países como acompañantes de este proceso”. Alertaron que los acercamientos
“deben ser desarrollados con buena fe, reglas, objetivos y plazos claros, así
como garantías de cumplimiento, para lo que resulta esencial el acompañamiento
internacional de este esfuerzo”. Apoyaron, asimismo, la preocupación del Alto
Comisionado de la ONU para los DDHH por las “violaciones y abusos” recogidos en
su informe especial y abogan por continuar la aplicación a Venezuela de lo
previsto en la Carta Democrática Interamericana.
Luego de más de tres lustros,
la “revolución” chavista concentra tantos desvaríos que ha movido a los
gobiernos civilizados y más poderosos, a pesar de la paquidérmica velocidad de
reacción de la diplomacia internacional, a unirse –como los personajes del
cómic– desde los confines de la tierra para someter al mal. Fronteras adentro,
los venezolanos sostienen un desgastante debate doméstico a semanas de un
proceso electoral –incierto pero ineludible– y la mayoría, envuelta y absorta
por el drama de su dramática cotidianidad, no tiene, quizás, ocasión de valorar
el cerco mundial que asfixia al régimen. Sin embargo, la superación de la
deriva autoritaria del país y el rescate de la vía democrática, no se logrará,
por mucha presión internacional que exista, sin la sintonía entre los
liderazgos políticos y sociales y los ciudadanos hartos del modelo fracasado.
Los mandatarios de casi todo el mundo ya tienen claro quiénes son los villanos
y así lo están denunciando, ya van siendo hora de que muchas de sus víctimas
dejen de acusar a quienes aquí dentro tratan de derrotarlos.
26-09-17
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