DIEGO GARCÍA-SAYAN 21 de septiembre de 2017
@GarciaSayan
Otra
vez se pone en agenda un posible diálogo entre la oposición organizada en la
MUD (Mesa de la Unidad Democrática) y el Gobierno de Nicolás Maduro. El impulso
del presidente dominicano, Danilo Medina, parece haber sido importante, así
como el acercamiento al tema por António Guterres, secretario general de la
ONU.
No
puedo aventurarme a esbozar una hipótesis de lo que podría ocurrir de
instalarse una "mesa de diálogo" en serio, pero hay al menos cinco
elementos a tener en cuenta para esbozar un escenario con algunas novedades.
Primero,
porque el desgaste interno del régimen se ha acentuado por el agravamiento de
la crisis humanitaria en materia de alimentos y salud. La reducción del producto
interno del orden del 30% por el manejo desastroso de la economía se siente en
todos los hogares, incluso en el de los pobladores chavistas, para los cuales
las "misiones" generan una muy pálida compensación a estas alturas.
La inseguridad ciudadana también ha llegado a niveles alarmantes.
Segundo,
porque luego de tres meses de movilización callejera intensa (y más de 120
muertos) la polarización se ha acentuado a tal punto que varios analistas
apuntan a que una suerte de "colapso institucional" está en camino
con la consecuente afectación de lo que queda de gobernabilidad. La viabilidad
misma del país está, así, amenazada y eso lo perciben muchos de los
oficialistas, civiles y militares.
Tercero,
porque la crisis venezolana ya está teniendo repercusiones en la estabilidad y
paz regional. Es difícil saber cuántos, pero sí se conoce que hay no menos de
300.000 venezolanos refugiados o desplazados en Colombia y decenas de miles
repartidos en otros países (en el Perú habría ya alrededor de 50.000). Por mucho
menos en cifras de refugiados se dieron pasos políticos y diplomáticos en
Centroamérica en los 80 como el Grupo de Contadora o el cambio en la definición
de refugiados (1983).
Cuarto,
porque el contexto internacional está cambiando en los últimos cuatro meses. El
"grupo de Lima", surgido de la reunión de 14 cancilleres
latinoamericanos, empuja acciones diplomáticas como oponerse a que Venezuela
sea elegida a posiciones en los foros internacionales. Estados Unidos ha
establecido ciertas sanciones puntuales y amenaza con otras.
Pero
lo más trascendente es el gradual y creciente involucramiento de la ONU. Desde
el reciente informe del Alto Comisionado en DD HH, el propio Consejo de
Seguridad de la ONU (que ya se ha informado de la crisis venezolana en una sesión
el pasado mayo) y las declaraciones de Guterres sobre la "escalada de
tensión" en el país. Los países latinoamericanos tendrán una voz
relevante, incluyendo su capacidad de persuadir a países cercanos al régimen
—como China y Rusia— de que la estabilidad venezolana está en su propio
interés. Que entre o no a la agenda del Consejo de Seguridad dependerá en parte
de cómo muevan sus fichas los países que quieren apuntalar respuestas efectivas
a esta crisis humanitaria y de inestabilidad institucional.
Quinto,
lo fundamental: si la movilización callejera continúa, una "mesa de
diálogo" bien conducida y dentro del adecuado marco puede conducir las
cosas por la ruta de una transición y evitar el colapso institucional. La ruta
de la transición está, a fin de cuentas, en el interés hasta del propio
régimen, cuyas cabezas no quisieran acabar como Sadam Hussein, Gadafi o
Ceausescu. Podría ser relevante en la posible negociación de la próxima semana
la presencia de los seis países "garantes" que acompañarían las conversaciones;
tres por cada lado. Sería muy útil que los participantes estudien la
experiencia del Perú en el año 2000 sobre cómo una "mesa de diálogo"
fue vital para una transición democrática efectiva y sin violencia.
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