Trino Márquez C. 28 de septiembre de 2017
@trinomarquezc
Nicolás
Maduro se vio obligado a ordenarles a sus súbditas del Consejo Nacional
Electoral convocar las elecciones de gobernadores, que debieron haberse realizado
en diciembre de 2016, forzado por la
presión interna el internacional. Las protestas ocurridas entre abril y julio
pasados, la relevancia del drama venezolano en el plano internacional –desde
los medios de comunicación más importantes del mundo, hasta los gobiernos y
parlamentos de las democracias más avanzadas del planeta- obligaron al mandatario a retomar, aunque
sólo fuese parcialmente, el cronograma
electoral establecido en la Constitución nacional.
Se
equivocan quienes afirman que los ideales de la lucha librada en ese largo
período y la memoria de quienes murieron asesinados, especialmente los jóvenes,
fueron traicionados por la Mesa de la Unidad Democrática al decidir concurrir a
la cita electoral. Si ese ciclo de enfrentamientos no hubiese ocurrido y la
comunidad internacional no hubiese fijado su atención en la forma como el
gobierno de Maduro aplastaba la crítica, violando los derechos humanos y el
legítimo derecho a la protesta pacífica, los comicios de gobernadores se
habrían postergado de forma indefinida. A las elecciones de mandatarios
regionales no iba a llegarse por inercia. Los alcaldes anteriores a los
actuales pasaron tres años adicionales en sus cargos porque el CNE no convocaba
las elecciones para renovarlos. Maduro llega a la contienda del 15 de octubre
acorralado por las circunstancias: está comprometido a demostrar ante el mundo
que su régimen aún posee un rastro de legitimidad de origen. Ese soporte no se
lo dio la constituyente, convertida en adefesio.
Ante
Maduro aparece un inmenso reto: obtener al menos los ocho millones de votos que
dice haber alcanzado el 30 de julio, cuando
se realizó la constituyente. Está obligado a desmentir en los hechos la
denuncia de fraude que le enrostró Smartmatic. Será la ocasión para demostrar
que quien decía la verdad es él y las señoras del CNE, y no los directivos de
la empresa nacida hace más de una década en Venezuela, y proyectada al mundo de
la mano de Jorge Rodríguez. Para el máximo jefe del Psuv resulta crucial ganar
la mayor cantidad de gobernaciones y aliviar el peso de la pérdida de los
cuestionamientos.
Por
ese motivo, parte de la estrategia oficialista ha estado dirigida a dividir la
oposición y avivar la abstención: alimenta rumores en los que se inflan los
desacuerdos entre los adversarios, levanta calumnias contra candidatos a
gobernaciones, amenaza a algunos aspirantes, exige que los candidatos se
sometan a la constituyente, crea falsas expectativas acerca de un diálogo que
no termina de prosperar, en gran medida porque no forma parte de una estrategia
global concebida para resolver los conflictos, sino para fomentar el desánimo.
A
Nicolás Maduro le interesa que la obtención opositora sea muy elevada. Quiere
evidenciar que la MUD carece de la mayoría que se arroga. Pretende reducir la
carga de denuncia y protesta que posee el voto opositor. Parte de su campaña
publicitaria se concentra en asociar el triunfo de los candidatos del Psuv con
la paz, mientras los aspirantes rivales encarnan la violencia. La abstención
constituye una forma muy eficiente de evitar que los representantes opositores
obtengan la victoria y, en consecuencia, representa una manera de darle la
razón al mandatario, quien se ha metido en la liza como si fuese él mismo
candidato a alguna gobernación.
Maduro
tiene razón en involucrarse activamente en la contienda. Si sale derrotado,
como se espera, sus posibilidades de aspirar a la reelección a la presidencia
de la República quedarán pulverizadas. Su encarnizado adversario, Diosdado
Cabello, le cobrará la factura completa. Maduro sabe que las elecciones del 15
de octubre son, en realidad, un referendo sobre su gestión. Representan la
antesala de los comicios presidenciales que tendrán que realizarse el año
entrante. La abstención de los demócratas son vitales para mantener encendidas
las esperanzas reeleccionistas del paisano de Andrés Pastrana.
A
Maduro le sobran razones para propiciar la abstención entre los demócratas. Él
y su régimen saldrán fortalecidos. Su triunfo indicará que la situación del
país no es catastrófica, como sus enemigos internos y externos proclaman.
Relegitimará los resultados del 30 de julio y la constituyente recibirá un
impulso que jamás ha recibido.
Lo que
favorece a Maduro, perjudica a Venezuela. Así es que, ¡a votar!
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